Argentina, Brasil o Colombia nunca habían visto unos niveles de incidencia de casos detectados de covid tan altos. Paraguay o Uruguay, que hasta ahora habían transitado indemnes por la pandemia, están batiendo récords de muertes por millón. Perú, el país más golpeado del mundo según el indicador de exceso de mortalidad en 2020, ha visto en 2021 un pico de dimensiones comparables al del año pasado. Incluso Chile, alumno aventajado de la vacunación mundial con la mitad de su población totalmente inmunizada, se enfrenta a una nueva ola de fallecidos.
Mientras América del Norte, con 40 contagios detectados diariamente por cada millón de habitantes según la última cifra disponible, y Asia, con 29, se sitúan en mínimos históricos, y Europa entera se debate por evitar un repunte que es por ahora muchísimo menor a lo sufrido en el pasado (el último promedio europeo está algo por debajo de 59 contagios diarios), en América del Sur la curva epidémica ha seguido un ascenso relativamente constante. La subida inició en noviembre del año pasado, con un mínimo de 95 casos por millón, y se ha mantenido por encima de los 300 por millón durante el último mes. Para sostenerla se han ido turnando casi todos los países en uno u otro momento, con la presencia destacada del pico uruguayo sostenido en el último trimestre. El virus llegó al pequeño país austral después de mantenerlo a raya durante un año, y aprovechó la falta de inmunidad por contagios previos para propagarse con velocidad.
Pero esta disponibilidad para el contagio no existía en lugares como Colombia o Brasil, cuyas ciudades habían pasado intensas olas que, se esperaba, podrían haber construido al menos algunos diques en forma de inmunidad. Para explicar este nuevo y sorprendente episodio de la tragedia, muchas voces ponen el foco en las nuevas variantes, mutaciones del virus que esquivarían precisamente la inmunidad adquirida. A ello, los líderes de la región suelen añadirle un dedo acusador hacia la supuesta irresponsabilidad y relajamiento de los ciudadanos. En contraste, desde las distintas oposiciones se suele poner el foco en la elección de vacunas que, según ellos, serían menos eficaces que su alternativa en el mercado. La falta de infraestructura hospitalaria en muchos de los países de la región ha hecho el resto.
Pero el cuadro sudamericano puede interpretarse con esos mismos elementos desde un ángulo distinto. La inmunidad adquirida, por vacuna o por infección pasada, no es una propiedad absoluta de un individuo o de una población. Se trata de la construcción de defensas que disminuyen la probabilidad de infección y (mucho más) enfermedad grave, pero estas defensas no son iguales para todos ni en todo contexto.
Por ejemplo: contar con un cierto porcentaje de la ciudadanía con algún tipo de inmunidad puede ser suficiente para hacer desaparecer el contagio de ella si se trata de una población que cuenta con una pauta completa de vacunación (de doble dosis para todos los viales empleados salvo uno: el de Jannsen), reside en zonas de densidad relativamente baja, puede permitirse en su mayoría resguardarse en sus domicilios y no exponerse para trabajar en caso de pequeños repuntes localizados en barrios o comunidades, y donde aún no han aparecido nuevas variantes que han mejorado la capacidad del virus de esquivar defensas existentes.
Pero ese mismo porcentaje podría no bastar en áreas de alta densidad o incluso hacinamiento, en las que más que descuido lo que existe es imposibilidad económica de sostener el aislamiento en el domicilio, y donde la penetración de la vacunación puede abrir brechas equivalentes a las que ya mantiene la desigualdad económica. Si, además, las mutaciones con capacidad mejorada hacen su entrada, resquebrajando en parte las protecciones de inmunidad pasada por infección, el riesgo de rebrote es considerable.
En Chile, Colombia o Argentina, por ejemplo, el foco se ha puesto sobre la supuesta falta de calidad de las vacunas de la china Sinovac (para los dos primeros) y la rusa Gamaleya o Sputnik (para el tercero). Pero en zonas de Europa donde ninguna de ellas se emplea también se observa crecimiento, por ahora localizado pero ya preocupante para algunos observadores. Y la realidad es que, a día de hoy, ningún país en América del Sur (tampoco de Europa) está siquiera cerca de porcentajes abrumadores de inmunización por vacuna.
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