Es viernes y en la 31 hay mercado a cielo abierto. Los vendedores de ropa, zapatos usados y algún traste viejo, que aún tenga uso, muestran sus mercancías sobre un trapo en el piso, uno al lado del otro. No menos de veinte centímetros es la distancia entre ellos.
Por Te Lo Cuento News / Sikiuk Méndez
A pocos metros, una estación de policías, donde dos funcionarios observan el ir y venir de la gente. Algunos usan el tapaboca, otros los tienen de corbatín o dejan sus narices libres. Han oído hablar del coronavirus, saben que anda por ahí, y aunque no lo pueden ver, se enfrentan a él sin miedo. El Gobierno de la Ciudad dispuso una Ley para el uso obligatorio del tapaboca en espacios públicos, pero en la 31 las reglas parecen ser otras.
La cuarentena total obligatoria disponía que, “todas las personas que habitan en el país (Argentina), o se encuentren en forma temporaria, deberán permanecer en aislamiento social, preventivo y obligatorio”. La medida empezó a regir a partir de la sanción del Decreto 297/2020, el 20 de marzo a las 00 horas hasta el 31 de marzo a las 24 horas. Posteriormente, el presidente Alberto Fernández ha anunciado la prolongación de esta medida en tres oportunidades más, sumando algunas excepciones.
En los barrios humildes de la Capital y del conurbano bonaerense rige la “cuarentena comunitaria” desde el día 1. Se trata de “comunidades que pueden funcionar por sí mismas sin conectarse con lugares en riesgo y de algunas actividades rurales que podríamos aceptar”, recalcó el mandatario. El decreto hace referencia a la posibilidad de levantar los aislamientos en algunas zonas rurales o pueblos pequeños donde no se hubiese detectado algún caso positivo de la COVID-19, permitiendo así la circulación interna de los habitantes dentro del área estipulada. (información de Chequeado) Pero el coronavirus llegó a las villas.
Un rico olor a carne a la brasa impregna la calle, sale humo de una esquina. Es el local de Carlos, quien después de más de 30 días ha decidido volver a poner su puesto de venta de sánduches buscando hacer algo de dinero para pagar el alquiler. Esa tarde hay de bondiola (carne de cochino), y chorizo. “Tengo un hijo y vivo alquilado, no tengo para pagar el alquiler, recibí una ayuda del gobierno, pero eso no alcanza para mucho. Pongo mi puesto a ver si hago algo”. La policía se encuentra a escasos 50 metros del puesto de Carlos, nunca le han dicho nada, pero sabe que debe aportar a la “causa”, que representa hasta 12 sánduches de bondiola. “Vienen y te piden, ¿qué puedo hacer?, dice. Un par de chicos lo acompañan en el puesto y aunque no hay muchos clientes quieren ayudar para ganarse algo de dinero. “Yo lo hago también por estos chicos que vienen a ayudarme. Estos días no se vende mucho por lo del coronavirus y de paso tengo que regalar la mercancía, eso me hincha mucho y prefiero recoger y dejar de vender porque pierdo más”.
El mercado laboral de trabajo no es el mismo desde que se desató la pandemia del coronavirus, y el impacto ha sido fuerte en los ingresos de los argentinos, que ya venían en decadencia. La doctora María Mercedes Di Virgilio del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA opina que con las interrupciones de las actividades no esenciales desde mediados de marzo la obtención de ingresos de los argentinos se ha visto afectada. “La pandemia ha impactado fuertemente en la dinámica de trabajo y, por ende, en los ingresos. Las actividades no esenciales se han interrumpido desde marzo y muchas de ellas continúan cerradas”. La gran mayoría de estas actividades concentran mucha mano de obra, por ejemplo, las que prestan servicios personales (peluquerías, gimnasios, masajes etc.).” Algunos sindicatos ya acordaron bajas de salarios”, comenta la investigadora.
Carina camina a mi lado y me va contando de cada lugar mientras vamos camino al “playón”. Me adelanta que me voy a sorprender y promete que voy a ver la frutería más grande y surtida de la Capital sin tener que pasar por el mercado central. Una esquina al lado de la cancha abre paso a un gran puesto de frutas y verduras, es un juego de colores y frescor. “¡Hay hasta granadas!”, me grita emocionada. Pregunta por el kilo, son unos 70 pesos (1USD oficial). Me ofrecen cambures, dos kilos por 100, lo pienso, fuera de ahí un kilo me puede costar eso o más, pero decido mejor no llevar dos kilos más en mi mochila y dejo pasar la oportunidad.
Seguimos el camino y entramos a una calle de unos cuatro metros de ancho, es el “playón”. Un camino rodeado de viviendas precarias que crecen hacía arriba. Tienen las plantas bajas copadas de comercios minoristas y mayoristas. Mini supermercados, restaurantes, peluquerías, consultorio odontológico, lugares de comidas, de fotos y hasta un puesto de ventas de tapabocas. La joven que los vende lleva uno puesto.
—¿Cómo va la venta de tapabocas? —, pregunto.
—Bien, a la gente le gusta la variedad
—¿Y el precio? —, insisto.
—Son dos por 100 pesos, yo no los hago, solo los vendo
–¿Puedo tomar una foto?
–Sí, pero que no salga yo
Los periodistas hemos invadido la barriada los últimos días, y hay cierta timidez por parte de los habitantes, nos toca ser más cautelosos.
La calle está mojada, hay que soslayar algunos charcos, no ha llovido, al parecer es el agua que llegó, la han puesto después de más de dos semanas sin el servicio. Algunas personas se encuentran con potes en una pila para cargar el vital líquido.
Esta ha sido una de las quejas que han reflejado los medios de comunicación argentinos los últimos días. A pesar de que la escasez de servicios básicos siempre ha sido una lucha desde que existe la villa, según explica la investigadora del CONICET Valeria Snitcofsky, “la escasez de servicios básicos siempre ha sido un problema en la villa, que fue mejorando a partir de la organización comunitaria, con la formación de comisiones cuerpos de delegados por manzana, pasillo por pasillo, asambleas de plenarias”. El impacto de la pandemia en la villa parece imparable para el gobierno argentino desde el 21 de abril que fue confirmado el primer caso en la 31 se han ido multiplicando con mayor rapidez. Para la investigadora es muy dramática la situación, y no comprende cómo pudieron dejarlos sin el servicio del agua tanto tiempo. “Me parece dramático y veo con mucha preocupación que hayan estado tantos días sin agua, no encuentro explicación para eso y los contagios se están viendo ahora como el resultado de ese corte en la villa 31 que es donde hay más casos”. Al momento de esta nota en la villa 31 hay 851 casos confirmados de la COVID-19, dos fallecidos.
Me quedo observando por un rato los segundos pisos de las viviendas, han sido construidos improvisadamente y con materiales que no se ven muy resistentes. Me recuerdan a una zona en el Oeste de Caracas –La Morán-, donde las casas son precarias. Una vez vi una. Las columnas del segundo piso estaban hechas de pipotes. Una escalera que parece de hierro, en forma de caracol, es el camino que hay que pasar para llegar al consultorio del dentista como lo anuncia un cartel colgado en la angosta escalera “Dentista Primer Piso – SUBA”. Sigo caminando, no quiero parecer muy “turista”, así que de vez en cuando guardo el teléfono para dejar de grabar y también por las advertencias de Carina cuando nos vamos aproximando al sector Bajo Autopista, donde todo puede ser más peligroso.
Un restaurante peruano repleto de gente al que no pudimos acceder ofrece un menú variado para todos los comensales, que sin tapaboca y sin distancia social esperan ansiosos en sus sillas para la degustación.
En la estación de policías, justo al empezar a pasar debajo de la autopista hay una ambulancia del SAME, hombres con trajes especiales se encuentran saliendo de uno de los callejones, los acompaña una mujer que trae tapaboca y en su mano sostiene una botella de suero que está conectada a su brazo a través de su vena. Dos hombres más la esperan en la puerta de la ambulancia, la abren, la mujer sube y poco a poco va desapareciendo de la vista de todos los curiosos que nos encontramos viendo la escena.
“Bueno, bueno, sigamos por aquí hay que ir rápido y no saques el celular”, indica Carina, a quien ya se le hace tarde para ir a terminar la pizza del almuerzo para las mujeres que trabajan en el comedor comunitario “Fundación el Pobre de Asís”, que dejó a medias para acompañarme a dar el recorrido. Debajo de la autopista Presidente Illia que corta la villa al medio, se nota más el hacinamiento de las casas, una pared es compartida con la casa de al lado, el techo de las viviendas es prácticamente la autopista que pasa por encima. En esa zona vive Ramona Medina, una de las líderes comunitarias del medio de comunicación “Garganta Poderosa”, quien había denunciado el pasado mes de abril la terrible situación de la escasez de agua en la villa. Ramona dio positivo al test de la COVID-19 y fue hospitalizada por tratarse de una paciente de riesgo, diabética e insulina dependiente. Al momento que se escribe esta nota se conoce que ha fallecido y dos de sus familiares han dado positivos.
La calle vuelve a ancharse y, a lo alto se ven las varas con ropa extendida, las paredes de ladrillos sin revoque, las losas improvisadas, en el medio una cancha de futbolito y un parque para niños, que a esa hora luce desolado. Solo un perro debajo de la portería está echado, llevando un poco sol sin importarle lo que pasa a su alrededor. Saco el celular, no veo peligro en hacer un par de fotos.
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