A dos meses de que se produzca el relevo en la Casa Blanca, y mientras aguarda pistas sobre el derrotero de la futura Administración de Joe Biden en la relación bilateral, China ya ha comenzado a mover fichas en el tablero geoestratégico. Tras la firma del mayor acuerdo comercial del mundo, el RCEP, que no cuenta con la participación de EE UU, el presidente chino, Xi Jinping, quiere dibujar a su país como el gran adalid del multilateralismo en las cumbres internacionales que se celebran estos días por videoconferencia.
Por MACARENA VIDAL LIY – EL PAÍS
En la cumbre de la APEC, el foro de cooperación económica de Asia-Pacífico, ha asegurado este jueves que no habrá “desacoplamiento”. Pero la benevolencia que muestra en las cumbres contrasta con el talante más áspero en relaciones más espinosas: las tensiones con Australia, firme aliado estadounidense, se han disparado esta semana.
En el tablero asiático, la óptica y las formas importan —y mucho— en la conducción de las relaciones internacionales. En la cumbre de la APEC, China se ha anotado un nuevo punto, tras los obtenidos con la firma del RCEP el domingo pasado. El contraste entre las dos grandes potencias no podía ser mayor. Hasta el último momento seguía sin estar claro si por fin el presidente saliente de EE UU, Donald Trump, intervendría. Finalmente, este viernes ha participado en una videoconferencia con los otros líderes, pero, a diferencia de Xi, no ha dado ningún discurso público. La de este viernes ha sido su primera participación en este foro desde 2017, la única ocasión en que ha asistido en persona a esta cumbre durante su presidencia.
En cambio, Xi pronunciaba un amplio discurso en el que hacía alarde de credenciales multilateralistas. “No cambiaremos el rumbo ni iremos en dirección contraria por la historia. No habrá desacoplamiento ni formaremos grupitos [de países] para excluir a otros”, aseguraba, en una intencionada referencia a Estados Unidos. “Abrirnos al mundo exterior es una política nacional primordial, y no la relajaremos en ningún momento”, prometía.
Esta cumbre llega en un momento de encrucijadas, cuando el panorama económico mundial es incierto debido a los estragos de la pandemia de coronavirus, los países asiáticos —como el resto del mundo, con la notable excepción de China— han visto un declive en su actividad económica y Pekín ultima los detalles de los planes que para 2025 deben convertir a China en un país de ingresos altos y para 2035, en una potencia moderadamente desarrollada.
Una de las claves para conseguir esos objetivos es la estrategia denominada “doble circulación”, el desarrollo del mercado interno —muy especialmente mediante la innovación tecnológica— para proteger la economía nacional de los efectos de la desglobalización y las tensiones comerciales con Estados Unidos. Aunque este nuevo modelo ha suscitado el temor de que China pueda encaminarse a un sistema más autárquico, Pekín insiste en que un mercado interno más robusto contribuirá a unas relaciones comerciales más intensas con el resto del mundo. Un mensaje que Xi reiteró en su alocución y que repetirá previsiblemente en sus intervenciones en el G20.
“Vamos a reducir aún más los aranceles y los costes institucionales, desarrollaremos una serie de zonas modelo de innovación y promoción de las importaciones comerciales, y ampliaremos nuestras importaciones de bienes y servicios de alta calidad de otros países”, sostuvo el presidente chino.
Prisa por poner en marcha el RCEP cuanto antes
Tras la firma del RCEP, China quiere darse prisa en aplicarlo cuanto antes. El miércoles, el primer ministro, Li Keqiang, encabezaba una reunión del Consejo de Estado, el Gobierno chino, para empezar a ponerlo en marcha. “Crear la mayor zona de libre comercio del mundo contribuirá a estabilizar las cadenas de suministro y las cadenas industriales”, declaró Li Keqiang. Por su parte, el director del Instituto de Mercado Internacional del Ministerio de Comercio, Bai Ming, ha apuntado que la aplicación del pacto puede acelerar la negociación de otros que Pekín se trae entre manos, incluido el tratado de inversiones con la Unión Europea o el de libre comercio trilateral con Corea del Sur y Japón.
En el periodo de transición política en Estados Unidos, “optar por la liberalización comercial es un gran punto positivo para la imagen de China y probablemente más relevante en términos económicos que cualquier otra opción más agresiva”, como gestos hacia Taiwán o en las aguas en disputa del mar del Sur de China, apunta Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia del banco de inversión Natixis, en una nota tras la firma del RCEP.
Junto a la zanahoria de las promesas de unidad y cooperación con los países socios, China, cada vez más cómoda y asertiva en su papel de potencia en auge, insiste también en que no dudará en utilizar el palo para defender lo que considere sus intereses clave. La vara se agita estos días cada vez más amenazante contra Australia, un país con el que las relaciones ya se habían ido deteriorando. Este año, las exigencias de Canberra sobre una investigación en torno al origen del virus, su veto al 5G chino y una serie de acuerdos de colaboración militar con otros países de la zona convirtieron el deterioro gradual en una caída en picado.
Tras una serie de restricciones de hecho a las importaciones de productos del país oceánico, desde la langosta al mineral de hierro, esta semana, diplomáticos chinos entregaron a varios medios de comunicación australianos un documento con quejas sobre 14 áreas de la relación que Pekín exige a Canberra que solucione a cambio de poner fin a sus presiones comerciales. El documento menciona, entre otras cosas, las actividades críticas contra Pekín de laboratorios de ideas y medios de comunicación. “China está enfadada. Si conviertes a China en enemigo, China será enemigo”, declaró un diplomático de ese país a un periodista del Sidney Morning Herald.
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