Una importante turba incendió este miércoles varios lugares de culto de esta religión -entre ellos cinco iglesias y un cementerio-, saquearon inmuebles con objetos de valor y demolieron la casa del joven señalado en respuesta a las alegaciones de las mezquitas del vecindario.
Según informó el diario Dawn y confirmó posteriormente el portavoz de la policía de la zona de Jaranwala, Mohammed Naveed, el joven cristiano “ha sido acusado de desgarrar las páginas del sagrado Corán y escribir palabras blasfemas contra el profeta Mahoma”.
Como respuesta a este alboroto, la policía local desplegó varios operativos que no lograron sofocar las manifestaciones y obligó a la convocatoria de la unidad policial militarizada Rangers así como del cuerpo de paramilitares federales de Pakistán, bajo el control del Ministerio del Interior.
El primer ministro Anwarul Haq Kakar aseguró estar “destrozado” por los sucesos y el nivel de violencia que se vive en la ciudad y que ha provocado la huida de varios cristianos residentes de la zona, y sentenció que “se tomarán medidas severas contra aquellos que violen la ley y ataquen minorías”.
“Se ha pedido a todas las fuerzas del orden que detengan a los culpables y los lleven ante la Justicia. Tengan la seguridad de que el Gobierno de Pakistán apoya a nuestra ciudadanía en igualdad de condiciones”, continuó.
Desde el núcleo religioso se expresó también el obispo Azas Marshall, presidente de la Iglesia de Pakistán, quien lamentó también las imágenes de la ciudad invadida por el humo espeso que dejaron los incendios en manos de jóvenes.
“Me fallan las palabras mientras escribo esto. Nosotros, obispos, curas y personas comunes estamos profundamente doloridos y afligidos. Una iglesia se está quemando mientras escribo este mensaje”, dijo antes de acusar a las turbas de “profanar” biblias y “torturar y acosar” a los cristianos falsamente acusados.
Asimismo, en pos de restaurar la paz instó a las autoridades nacionales a intervenir inmediatamente la ciudad.
Junto a Marshall, el presidente del Consejo de Ulemas de Pakistán, Tahir Ashrafi, comentó que otros líderes religiosos visitaron la zona con ánimos de calmar a los manifestantes.
Por otro lado, la Comisión de Derechos Humanos del país se pronunció en la red social X y alertó sobre estos ataques extremistas “sistemáticos, violentos y, a menudo, incontenibles” que, “en los últimos años”, se han incrementado.
“El estado no solo ha fallado en proteger a sus minorías religiosas sino que, también, ha permitido que la extrema derecha penetre y se introduzca tanto en la sociedad como en la política. Tanto los perpetradores como los instigadores de esta violencia deben ser identificados y castigados con todo el peso de la ley”, continúa el mensaje.
En Pakistán, donde más del 95% de su población profesa el islam, la blasfemia constituye un delito. Así quedó asentado en la época colonial británica y, posteriormente, fue endurecido en la década de 1980 por el dictador Mohamed Zia-ul-Haq.
Desde entonces, este delito conlleva la pena de muerte aunque hasta el momento nadie ha sido ejecutado por ello.
De todas formas, este no es el primer episodio del estilo que se desata en el país. El caso más conocido fue en 2010 cuando la cristiana Asia Bibi fue sentenciada a muerte por sus acciones. Más tarde, en 2018, el Tribunal Supremo dispuso su absolución, lo que desató protestas multitudinarias.
Sin ir más lejos, este pasado febrero otro caso de blasfemia derivó en turbas incontrolables. Entonces, los manifestantes irrumpieron en una comisaría en el este del país, donde permanecía detenido un hombre acusado de profanar el Corán, y lo mataron a golpes.
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