El baño no es gran cosa, pero tengo más espacio que Alberto Nisman». Los argentinos están acostumbrados a la ironía a veces extrema del cantante y compositor Andrés Calamaro, aquel líder de Los Rodríguez, pero para muchos fue inadmisible que se tomara en broma el ‘caso Nisman’, una enigmática muerte que cinco años después sigue dividiendo profundamente a Argentina.
Por EL MUNDO
Cuando Calamaro habla del «espacio» en el baño se refiere a aquel 18 de enero de 2015 en que Nisman, el fiscal federal a cargo de una de las investigaciones más importantes de la historia del país, fue encontrado muerto de un tiro en la cabeza en el baño de su piso de Puerto Madero, el barrio más rico de Buenos Aires. Tras borrar aquel tuit sobre Nisman y el baño, Calamaro redobló la apuesta y, en una larga respuesta a sus críticos llegó a una síntesis a la que no se le puede negar agudeza: «Nisman es Netflix… El humor está permitido».
Que el humor esté permitido en este caso es algo con lo que muchos no coinciden, pero de que Nisman es Netflix ya no hay dudas. Oportunamente en coincidencia con el aniversario, Netflix liberó en el primer minuto del primer día del año 2020 los seis capítulos de una serie documental que muestra hechos y protagonistas para que cada uno saque su conclusión: ¿asesinato o suicidio?
«Es un tipo que denuncia a la presidenta y a los cuatro días aparece muerto con un tiro en la cabeza», sintetiza Héctor Gambini, periodista de ‘Clarín’, ex jefe de Policiales y una de las plumas que desde los primeros días mejor trata el enrevesado caso.
Nisman era el fiscal especial para el ‘caso AMIA’, el atentado a la mutual judía en el centro de Buenos Aires que dejó 85 muertos en 1994 y que, según las investigaciones, fue ordenado y organizado por el Gobierno de Irán. En enero de 2015 el fiscal muerto estaba a punto de presentar una denuncia por encubrimiento contra Cristina Kirchner, por entonces presidenta, y su canciller, el ya fallecido Héctor Timerman, que había firmado en Addis Abeba (Etiopía) un memorando de entendimiento con su par iraní que sacaba el caso del ámbito de la Justicia argentina. Aquella denuncia, que Nisman anticipó en un programa de gran audiencia cuatro días antes de aparecer muerto, dividió a la sociedad argentina, ya partida por muchos otros temas en los estertores de doce años y medio de kirchnerismo. Ese 2015, que comenzó con Cristina Kirchner en el poder, terminaría con Mauricio Macri asumiendo el control de la Casa Rosada.
«El ‘caso Nisman’ tiene esta cosa de policial clásico, de enigma acerca de la mecánica de la muerte y de la circunstancia. Incluso si se hubiera suicidado se trata de una muerte que interroga al poder político y a toda la justicia y el poder argentino. Los deja al desnudo. No creo que institucionalmente Argentina se pueda mostrar como un país serio ante el mundo si no resuelve este caso», dice Gambini a EL MUNDO.es antes de enumerar la gran cantidad de circunstancias entre sospechosas, inusuales e inverosímiles que le dan forma al caso, que sacudió a los argentinos en una febril madrugada de domingo de verano. Uno de los primeros en ingresar al piso de Nisman en aquellas horas fue Sergio Berni, por entonces secretario de Seguridad de la Nación y hoy en el mismo puesto en la provincia de Buenos Aires. Llegó antes que la fiscal Viviana Fein, a cargo de la improductiva investigación en los 11 meses posteriores a la muerte de Nisman.
«El Gobierno copó la escena del crimen, el Gobierno que acaba de ser denunciado, antes de que ingrese la propia justicia. Se borran pruebas, huellas… En el minuto cero comienza un desastre investigativo que no se resuelve hasta hoy. ¿Más cosas inusuales? En esa madrugada, antes de que se conociera la muerte, los registros detectan una explosión de llamadas entre miembros de los servicios de Inteligencia. Los del área que respondía ciegamente a Cristina hablaban frenéticamente entre sí antes de que se supiera que Nisman estaba muerto. ¡Y Cristina y Berni hablaron 31 veces en esa madrugada! Cinco de esas llamadas fueron mientras Berni recorría la escena del crimen antes de que llegara la justicia».
Argentina es pródiga en casos sin aclarar, como la profanación del cadáver de Juan Domingo Perón,
Argentina es un país pródigo en casos de impacto sin aclarar. En 1987 un grupo comando le cortó las manos al general Juan Domingo Perón, muerto desde hacía 13 años. Fue en el cementerio de La Chacarita, y el cadáver embalsamado estaba protegido por un vidrio blindado de siete centímetros de espesor, cuatro cerraduras para las que se necesitaban 12 llaves y una plancha de metal que cubría la tapa de madera del féretro. Hasta hoy, nadie sabe qué sucedió, pero con todo lo que tiene de grave y truculento la profanación al cadáver del ex presidente, lo de Nisman son palabras mayores. Interesa al Gobierno de Estados Unidos como pocos temas argentinos, y el Gobierno de Israel está desolado ante la evidencia del desinterés local: el fiscal Eduardo Taiano, hoy a cargo del ‘caso AMIA’ y de la investigación del asesinato de Nisman ( «la muerte no obedeció a un suicidio y habría sido producida por terceras personas», dictaminó la justicia argentina), trabaja con solo ocho personas y con contratos precarios que caducan cada seis meses. Un tema que, muy llamativamente, no se ocupó de solucionar Macri a lo largo de sus cuatro años en la Presidencia.
Muchas señales y sospechas apuntan a Diego Lagomarsino, un técnico informático de estrecha confianza de Nisman que horas antes de la muerte le llevó un arma al fiscal, que alegó sentirse inseguro.
«O bien Lagomarsino es un colaborador activo de los asesinos, el hombre que espiaba a Nisman, o es el tipo con más mala suerte del mundo. Su jefe le pide un arma, se la lleva y con ese arma muere. Y los servicios de Inteligencia aparecen en múltiples aspectos de la vida de Lagomarsino. Todas las circunstancias lo hacen aparecer como mucho más que un empleado informático de la Fiscalía», destaca Gambini, que señala otros dos hechos de los que poco y nada se habla en Argentina: «El sábado, cuando Lagomarsino le está llevando el arma a Nisman, se declara un incendio en la oficina de registros de entrada y salida a la Casa Rosada. Nisman había llegado a la Argentina desde España el 12 de enero. No podemos saber quién entró y salió de la Casa Rosada en esos días. Y ese sábado y domingo algunas cámaras de la residencia presidencial de Olivos dejaron de funcionar. Otra casualidad. Demasiadas».
Haya sido suicidio o asesinato, la sensación es que el caso no se trabajó bien y se perdieron pruebas valiosas
Gambini coincide con muchos argentinos en el escepticismo acerca del futuro del ‘caso Nisman’. Haya sido suicidio (¿suicidio inducido?, como llegó a aventurar Cristina Kirchner, que también habló de asesinato en aquellas confusas horas) o asesinato, la sensación de que no se trabajó bien y de que pruebas muy valiosas se perdieron alcanza a muchos. «Y está clarísimo que el nuevo Gobierno puso en marcha un plan para desactivar el ‘caso Nisman’. Para desactivar todas las causas que complican a Cristina, en realidad. La ministra de Seguridad dice que va revisar la pericia que determinó que Nisman fue asesinado. Eso es ilegal, una intromisión en la justicia. Y lo ratifican el jefe de Gabinete y el presidente».
Alberto Fernández, en efecto, dijo que el informe pericial de Gendarmería «carece de todo rigor científico», fuerte contraste con lo que dice en el documental de Netflix: «Hasta el día de hoy dudo de que [Nisman] se haya suicidado». Eran los tiempos en que Fernández definía a su actual vicepresidenta como «cínicamente delirante». Todo es diferente hoy, porque Cristina le dio a Fernández la oportunidad de convertirse en presidente.
Gambini se escandaliza ante el giro de 180 grados del jefe del Estado: «Yo quisiera preguntarle a Alberto Fernández: ‘¿Leyó usted el informe pericial? ¿En calidad de qué lee usted un informe pericial de una causa judicial en trámite? Y si no la leyó, ¿quién se la contó?'».
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