«La pandemia en América Latina va a escalar y empeorar, antes de mejorar, como ha sucedido en otras regiones del mundo». El mensaje de Carissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), adelanta lo que ya se ha visto estos días en Guayaquil, segunda ciudad de Ecuador, convertida en una gigantesca morgue al aire libre, donde los cadáveres se acumulan mientras el Gobierno de Lenín Moreno no da abasto para recogerlos.
Sólo el jueves pasado un centenar de cuerpos fueron retirados de calles, hospitales y hogares, lo que obligó al mandatario a reconocer finalmente que «con toda seguridad hoy tenemos decenas de miles de contagios y ya cientos de vidas segadas por este virus. Los registros oficiales se quedan cortos«.
Sin quererlo, la ciudad costeña se ha convertido en un laboratorio de la pandemia que aterroriza al resto de los países y les hace mirarse en su propio espejo. El primer símbolo de la coronacrisis en la región, con testimonios e imágenes desgarradoras que han atravesado en minutos las fronteras cerradas.
Desde que aterrizara en Guayaquil la primera enferma, que residía en Torrejón de Ardoz, los contagios se han multiplicado al calor de una ciudad comercial donde un gran porcentaje de la población vive de las ventas callejeras. Tal y como sucede por todos los rincones del subcontinente, donde el miedo a morir de hambre compite hoy con el pánico a contagiarse de coronavirus.
Los conocedores de la crisis en Guayaquil apuntan a que la población costeña no ejecutó con el máximo rigor la cuarentena decretada por el Gobierno, multiplicados los contagios además por una primera fase en la que se extendían de forma invisible. «La situación hoy es inmanejable», reconoció el ministro de Salud, Juan Carlos Zeballos, que calcula entre 700 y 1.500 muertos en un periodo muy corto de tiempo. El presidente anunció que se prepara una «campamento especial para los caídos», que pueden llegar a ser 3.500.
Como tantas veces, la Historia ya lo narró antes. «Esta pestilencia mata gentes sin número; muchas murieron de hambre porque no había quien pudiese hacer comidas; los que escaparon de esta pestilencia quedaron con las caras ahoyadas y algunos ojos quebrados. Duró la fuerza de esta pestilencia 60 días y después que fue aflojando en México, fue hacia Chalco», describió en el siglo XVI el misionero franciscano Fray Bernardino de Sahagún, uno de los mejores cronistas de Indias junto a Fray Bartolomé de las Casas o el Inca Garcilaso de la Vega.
Todos ellos recogen las epidemias de viruela, sarampión y pestes varias que, llegadas desde Europa y África, atacaron con saña a los indígenas de entonces. La Historia se repite hoy con los contagios del coronavirus, procedentes en su mayoría de Europa, Estados Unidos y China.
La región más desigual del planeta lucha para limitar la expansión del coronavirus con todo tipo de medidas, sabedora de que el tsunami que sigue al terremoto del Covid-19 será incluso peor: recesión económica brutal y resquebrajamiento de las estructuras políticas. Buenos tiempos para populistas y autoritarios, que sueñan con ocupar los pedestales de los viejos próceres regionales.
La sombra de la crisis económica planeó durante 2019 en parte de las Américas, con protestas y estallidos sociales que tambalearon a los gobiernos de Chile, Ecuador, Colombia, Honduras y Haití. El crecimiento económico comenzó a desacelerarse, mostrando síntomas de agotamiento que llevaron a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) a calcular que la economía regional sólo crecería un 1,3% durante 2020.
Una cifra vetusta entonces que hoy sería un sueño para cualquiera de los países: en su primera revisión, la CEPAL apunta a que la caída del Producto Interior Bruto (PIB) llegará en primer término hasta -1,8%. Sólo con medidas a nivel global y regional se evitará que la caída sobrepase -4%.
«El mundo se encuentra ante una crisis humanitaria y sanitaria sin precedentes en el último siglo en un contexto económico ya adverso. A diferencia de 2008, ésta no es una crisis financiera sino de personas, producción y bienestar. Una situación de economía de guerra es demasiado importante para dejarla al mercado», enfatizó Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la CEPAL.
Los expertos calculan que las remesas, tan trascendentales para las economías familiares, caerán como poco un 20% a lo largo del año. En total, las estimaciones sobre el aumento de pobreza disparan la cifra de 185 millones a 210.
«Millones de vidas serán afectadas directa o indirectamente. Nuestra salud y bienestar se ven directamente amenazados, nuestros sistemas de sanidad estarán abrumados y nuestros trabajadores de salud, al límite«, profundizó Etienne. En América Latina se invierte en sanidad pública el 50% del mínimo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Guayaquil, con 31 grados de temperatura máxima en marzo, ha demostrado que el calor tampoco será indulgente con la región. «La progresión matemática de Latinoamérica es más rápida que en los países de Europa. Que el calor iba a detener el virus resultó un mito. Pero no es un mito que nuestros sistemas de salud son todos precarios«, disparó Nayib Bukele, presidente de El Salvador, uno de los primeros que optó por la mano dura y la acción rápida para fortificarse ante el virus.
Los últimos datos se acercaban a los 30.000 contagios y en torno a 1.000 muertes (oficiales), con Brasil a la cabeza (9.216 casos y 365 muertes), que ultima el mayor cementerio de la Historia del país para enterrar a sus muertos, seguido de Chile (3.737 y 22) y Ecuador. Todas las cifras entre interrogantes, tal y como ha descubierto el fenómeno guayaquileño.
Las cuarentenas, toques de queda y cierre de fronteras se extienden en la mayoría de los países, aunque hay algunos que todavía se resisten a acatarlas por completo, imaginando soluciones de todo tipo. Así Panamá y Perú han optado por la división de género: hombres y mujeres se turnarán en la circulación en las calles, con el domingo prohibido para ambos.
Respuestas estrafalarias son las adoptadas por Jair Bolsonaro y Nicolás Maduro, censuradas por Twitter al promover falsas curas y desinformar sobre la realidad. También las hay delirantes, como las impuestas por la pareja presidencial de Nicaragua, proponiendo festivales para Semana Santa mientras Daniel Ortega permanece tres semanas sin aparecer ante la opinión publica. «La estrategia del régimen es propagar el contagio», denunció Dora Téllez, ex comandante sandinista.
Al norte, Andrés Manuel López Obrador dejó de abrazar a todo el mundo y promover excursiones a los restaurantes ante las imágenes que llegaban de Europa. Su popularidad era tan alta que la caída de 10% todavía le deja en una situación cómoda, pero con demasiados interrogantes abiertos. Algo parecido sucede en Brasil, donde Bolsonaro mira a otro lado, con declaraciones que escandalizan a sus propios ciudadanos y a los países vecinos.
Al sur, Alberto Fernández acató las políticas de la OMS y se puso al frente de las administraciones y el Estado, con un liderazgo fortalecido. El colombiano Iván Duque y el chileno Sebastián Piñera, zarandeados por las protestas de 2019, también manejan favorablemente la situación, al menos de momento.
Y en el Caribe, Cuba se vio obligado a dar un giro radical a su plan de acogida turística para cerrar sus aeropuertos y confinar a los cubanos que regresaban a casa en centros de aislamiento, algunos de ellos en condiciones precarias, según las denuncias realizadas a través de las redes sociales.
Capítulo aparte merece Venezuela, como casi siempre. Obligado por el derrumbe de la sanidad y de los servicios públicos, sin gasolina y sin credibilidad, la mayor hiperinflación del mundo, la mayor pérdida continental de empleos y con una caída del PIB de dos terceras partes desde que llegara al poder en 2013, Nicolás Maduro optó por una cuarentena «social, colectiva, voluntaria y radicalizada», perfecta para someter al país con una nueva embestida de la represión: diputados y dirigentes opositores encarcelados y perseguidos, 35 periodistas atacados, personal sanitario hostigado…
La detención ilegal de Demóstenes Quijada, asesor muy cercano a Juan Guaidó, se produjo esta semana en medio de una pantomima muy bolivariana: agentes de la Dirección General de Contrainteligencia asaltaron su domicilio para llevárselo detenido con la excusa de que estaba contagiado. Cuarenta agentes acompañados por un médico. Al menos tuvieron el detalle de regalarle un tapabocas al nuevo preso político.
«El Covid-19 ha desencadenado una gran disrupción en América Latina, acentuando su fuerte presidencialismo, cambiando radicalmente las agendas públicas, resucitando laspolíticas contracíclicas para tiempos de crisis o depresión y mostrando dos tipos de mandatarios: unos con capacidad de liderazgo social, flexibles y que han priorizado la toma de decisiones estratégicas frente a aquellos que han optado por táctica cortoplacistas e incluso por negar la realidad», resumen Carlos Malamud y Rogelio Núñez en el informe presentado por el Real Instituto Elcano.
Un examen complejo que todos los presidentes deben pasar y que ninguno tiene aprobado de antemano. «Las sociedades latinoamericanas llegan a esta crisis muy sensibilizadas y con un alto grado de desafección hacia unas clases dirigentesque han defraudado reiteradamente las expectativas y unos aparatos del Estado ineficaces, ineficientes y penetrados por la corrupción», avisa Malamud.
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