Los días a bordo del crucero Zaandam han pasado de ser una aventura turística a ser una peripecia a causa de la crisis desatada por el coronavirus. Anclada en las costas de Panamá después de haber sido rechazada en varios puertos sudamericanos, la embarcación vive un drama que se intensificó el viernes pasado cuando cuatro personas murieron a bordo a causa del Covid-19. “Si hubieran dejado bajar a los pasajeros, esta sería una historia diferente”, dice A. G. -que prefiere reservar su nombre-, tripulante de la embarcación, en entrevista con este periódico. Según un comunicado de la compañía a cargo de la nave, además de los fallecidos, dos personas más han dado positivo al virus y otros 138 han presentado síntomas. “Acá hay gente que sigue enfermándose y en ningún puerto nos quieren dejar desembarcar”, relata el trabajador.
Por EL PAÍS
A. G., un hombre de 35 años, no recuerda haber vivido “nada similar” en los cinco años que lleva trabajando en este tipo de buques. “Es difícil pensar que esto te pueda pasar justo en el crucero donde estás”, dice. El Zaandam, una exclusiva embarcación en la que los viajes rondan los 700 dólares por persona, partió de Buenos Aires, en Argentina, el pasado 7 de marzo rumbo a Chile y luego a Estados Unidos.
“El 14 de marzo llegamos a Punta Arenas [en Chile] y ese día el barco trató de desembarcar a los pasajeros”, recuerda. “Tomaron la decisión de parar por 30 días debido al brote del coronavirus, el problema fue que el Gobierno chileno no permitió el desembarco de nadie y a partir de ese día hemos estado navegando sin bajar a ningún puerto”.
De Chile viajaron hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina, donde el rechazo al descenso de los más de 1.800 pasajeros a bordo volvió a sentenciar su destino, asegura el pasajero. “A partir del 21 de marzo mucha gente, turistas y trabajadores, comenzamos a enfermarnos, con síntomas de fiebre y dolor corporal”. Holland America Line, la empresa a cargo del buque, los ha cifrado en 53 pasajeros y 85 tripulantes.
“Cuando eso pasó, nos aislaron en las cabinas, y uno o dos días después pidieron a los pasajeros aislarse en los cuartos para evitar que se siguiera esparciendo algún virus”, relata por mensajes de Whatsapp, casi la única forma de comunicarse que tienen los pasajeros estos días. La situación de confinamiento puso a prueba las capacidades de la tripulación, explica. “La verdad es que todos están trabajando duro. Tener que llevar la comida a todos los pasajeros a cada cabina, es duro”.
A. G. fue uno de los que presentó síntomas y tuvo que pasar una semana encerrado. “Comencé a sentir dolor de cabeza, el cuerpo cortado y fiebre. Al siguiente día fui a la enfermería, me tomaron la temperatura y tenía 38,5, entonces me aislaron y me dieron medicamentos para combatir la influenza”, cuenta. Las pruebas para detectar el coronavirus les llegaron hace apenas unos días, cuando el Zaandam fue asistido por otro barco de la misma empresa en las costas de Panamá.
Unos 400 pasajeros que no presentaron síntomas pudieron hacer un trasbordo este fin de semana y pasar al Rotterdam, el barco que los asistió en Panamá con suministros y personal médico. Los dos buques recibieron en las últimas horas autorización para cruzar el canal y seguir camino a Florida, en Estados Unidos, según informaron las autoridades panameñas. Sin embargo, la empresa dueña de los cruceros ha admitido que aún no saben si podrán desembarcar una vez lleguen a su destino.
Para quienes se quedaron en el Zaandam, el ánimo a bordo se entremezcla entre sensaciones lúgubres e incertidumbre. “Vamos a comer a horas específicas y después nos piden regresar a los cuartos”, dice A. G., que explica que los únicos que cuentan con un poco más de libertad para moverse son los trabajadores, mientras que los turistas permanecen aislados. Lo que más le choca a él es ver las salas del barco que hasta hace poco estaban llenas de turistas ahora vacías. “Muchos tratan de estar relajados, pero todo es diferente”.
A. G. no tarda en responder si volverá a subirse a un crucero cuando todo esto quede atrás. “Nunca se sabe qué va a pasar, los riesgos están en todos lados, pero es mi trabajo y me gusta”, comenta. Estos días mantiene comunicación constante con su familia, que desde que se enteraron de los cuatro fallecimientos “se preocuparon mucho”. “Saben que yo estoy bien de salud y esperando pronto llegar a algún puerto donde pueda desembarcar y volver a casa”, dice.
Como una burla del destino, la página web que ofrece los viajes de la compañía holandesa, que van desde el paraíso caribeño hasta los sitios más icónicos de Europa, repite en cada oferta una frase: “Una experiencia inolvidable”. Este último mes será, sin dudas para A. G., unos días que no olvidará. “Por el resto de mi vida”.
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