El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sacó este martes músculo ante su base en multitudinarias protestas con tintes antidemocráticos convocadas por la ultraderecha en todo el país y en las que el capitán de la reserva del Ejército volvió a amenazar al Poder Judicial.
Nayara Batschke y Alba Santandreu / EFE
Con la «libertad» y la defensa de los valores conservadores como bandera, el líder de la ultraderecha brasileña encabezó las manifestaciones convocadas con ocasión del día de la Independencia, pero en las que sobresalieron mensajes que atentan contra la democracia.
Entre las pancartas que los grupos más radicales cargaron durante la marcha se leyeron pedidos de «intervención militar con Bolsonaro en el poder», «disolución del Congreso» o incluso la «prisión para la Corte Suprema».
El propio Bolsonaro volvió a atacar a la máxima corte del país, que lo investiga por la difusión de noticias falsas en el marco de un proceso que ya ha llevado a la cárcel a numerosos activistas de ultraderecha, y lanzó críticas directas al magistrado Alexandre de Moraes, impulsor del caso.
«No podemos aceptar más prisiones políticas en nuestro Brasil. O el jefe de ese poder (Supremo) encuadra (a De Moraes), o ese poder puede sufrir aquello que nosotros no queremos», afirmó el mandatario, dejando entrever su amenaza contra las instituciones.
Bolsonaro, un capitán de la reserva del Ejército nostálgico de la dictadura militar (1964-1985), prometió a sus seguidores que desde hoy comenzó a «ser escrita una nueva historia» en Brasil y pidió a Dios que le dé «fuerza y coraje para decidir bien».
Tras su intervención en Brasilia, el jefe de Estado se trasladó en avión a Sao Paulo, donde tuvo lugar otra de las más multitudinarias protestas y hasta donde llegaron en autobuses miles de personas procedentes de otras regiones del país para mostrar su apoyo a Bolsonaro.
Los manifestantes, la gran mayoría sin máscaras pese a la pandemia del coronavirus y con mensajes contra la que llamaron «dictadura sanitaria», ocuparon gran parte de la icónica Avenida Paulista con camisetas y banderas verde y amarilla, los colores del país, en medio de un fuerte despliegue policial.
«(Quiero) decir a los canallas que yo nunca seré preso. Mi vida pertenece a Dios, pero la victoria es de todos nosotros», declaró.
Además de Brasilia y Sao Paulo, donde las manifestaciones transcurrieron sin grandes altercados, hubo concentraciones en al menos otra decena de capitales país, entre ellas Belo Horizonte y Río de Janeiro, donde participantes ocuparon la orla de la playa de Copacabana.
La izquierda también convocó marchas contra Bolsonaro en diversas ciudades del país, aunque la afluencia fue menor.
UN INTENTO DE DEMOSTRACIÓN DE FUERZA
Bolsonaro buscó así una demostración de fuerza en momentos en los que su popularidad se encuentra a la baja, con un aprobación que ronda entre el 25 % y el 30 %, y las encuestas vaticinan una victoria del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, su principal antagonista político, en las elecciones del próximo año.
Las manifestaciones también se producen después de diversos reveses tanto en el ámbito judicial como legislativo que han generado fuertes tensiones institucionales y que la oposición teme que pueda derivar en el «golpe» que los conservadores más radicales le exigen al gobernante.
Dichas tensiones han crecido desde el año pasado, agudizadas ahora por la desconfianza sembrada por Bolsonaro en el sistema electrónico de votación que Brasil adoptó en 1996, que desde entonces no ha sido objeto de una sola denuncia de irregularidades, pero que según el mandatario propicia las trampas.
Siguiendo los pasos del expresidente estadounidense Donald Trump (2017-2021), Bolsonaro ha avivado el fantasma del fraude de cara a los comicios presidenciales de 2022 para anticiparse a un eventual y posible triunfo de Lula, quien este año volvió al ruedo político tras la anulación de sus condenas por corrupción por un error procesal.
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