Aun alejada de la escena pública desde años, Chile no olvidó el carácter fuerte, dominante y caprichoso de la viuda del exdictador chileno Augusto Pinochet, Lucía Hiriart, fallecida este jueves y a quien se le atribuye una poderosa influencia en el Gobierno militar de su marido (1973-1990).
Sebastián Silva / EFE
Nacida el 10 de diciembre de 1923, según el registro civil, en el seno de una familia de izquierda vinculada a la elite política y social del Partido Radical (que gobernó Chile durante la década de 1940), Hiriart terminó convertida en uno de los símbolos más reconocidos de la sangrienta dictadura cívico-militar que aterrorizó al país suramericano.
Temida incluso por el mismo Pinochet según se supo con el transcurso de los años, Hiriart trazó su propio camino para hacerse de un espacio de poder en el régimen autoritario que se instauró en Chile tras el derrocamiento del presidente Salvador Allende.
Es más, fue ella misma quien ejerció la mayor influencia sobre Pinochet para que se sumara a la asonada golpista en septiembre de 1973, cuando el general no era parte de la conjura contra el Gobierno y aún contaba con la confianza del otrora primer mandatario de la Unidad Popular.
«No habría Pinochet sin Lucía Hiriart, ella fue su creadora», dijo a Efe la periodista y autora de la biografía no autorizada «Doña Lucía», Alejandra Matus.
Pero no solo en el momento decisivo del golpe Hiriart fue clave en la vida del dictador chileno: sus contactos yen particular su padre, que había sido senador y ministro del Interior de Juan Antonio Ríos en 1944, empujaron a Pinochet a ascender, en tanto su rendimiento académico (última antigüedad de su generación) y desempeño profesional eran más bien modestos.
«ELLA ERA LA REINA Y PINOCHET EL REY»
Una vez instalado en el poder, el matrimonio Pinochet Hiriart empezó a revelar sus carencias y necesidades, explicó Matus a Efe.
«Ella no hacía ninguna distinción entre los recursos del Estado y los propios. Abordaba todo como si le perteneciera, pero tampoco en un cruzada muy elaborada respecto de un programa político, sino que en su sicología era una especie de monarquía donde ella era la reina y Pinochet el rey», afirmó Matus.
Ejemplo claro de lo anterior es la conocida mansión de Lo Curro en el sector oriente de la capital chilena, cuya construcción fue revelada a la opinión pública en 1984 a través de un reportaje de la periodista Mónica González.
En él se detalla una construcción «faraónica» dispuesta en un terreno de 80.000 metros cuadrados, 6.000 de ellos edificados y 62.000 destinados a parques y jardines; además de materiales como cristales importados de Bélgica y mármol de Alcántara, todo pagado con dinero público equivalente al 5 % del presupuesto de Obras Públicas en un año de crisis económica como el país había visto jamás.
Según denunció la fallecida periodista chilena Patricia Verdugo, Pinochet e Hiriart se hicieron con millonarios viáticos de cerca de 7 millones de dólares para sus viajes al extranjero entre 1974 y 1975, incluyendo su asistencia al funeral del dictador español Francisco Franco.
Con la recuperación de la democracia, Hiriart siguió en el centro de escándalos vinculados a cómo su familia acumuló fortuna durante los años en que detentó el poder total.
CASO CEMA-Chile
Uno de los casos de corrupción más emblemáticos fue CEMA-Chile, la organización de madres que encabezó Hiriart una vez instalada en La Moneda y cuyas propiedades, otrora públicas, pasaron luego al patrimonio personal de la fallecida.
Pero CEMA, en este caso, no fue solamente un mecanismo de enriquecimiento de Hiriart, sino un vehículo de poder que explotó durante la dictadura como un espacio dedicado a las obras sociales.
«Ella movilizó esto cada vez que fue necesario demostrar apoyo político y social a la dictadura. Al principio no estaba preocupada por los recursos. Sí de construir un ejército de mujeres que era su zona de influencia. Ella demandaba una posición principal en la dictadura. Es cosa de ver que Pinochet tenía que nombrarla a ella antes que a su gabinete o la junta de Gobierno», dijo Matus.
«Para pensar en la dictadura, hay que dejar de pensar que hubo un dictador, sino un dictador y una dictadora. Los dos son partes inseparables de lo que fue la dictadura en Chile, de por qué duró lo que duró y por qué Pinochet tuvo el lugar que tuvo», señaló Matus.
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