Sin apenas agua ni comida y con la electricidad bajo mínimos tras el paso del terrorífico huracán Dorian, miles de personas concentran sus esfuerzos en la “odisea” de intentar salir de las islas Ábaco y Grand Bahama, aunque con suerte dispar.
Desde que los poderosos vientos huracanados, con rachas de 200 kilómetros por hora, dejaron de sentirse a última hora del martes en Freeport, buena parte de los habitantes de la segunda ciudad más grande de Bahamas buscan escapar del desastre en la zona, la más golpeada por el ciclón.
Uno de ellos es el venezolano Argimiro Torres, de 54 años, quien espera a las afueras del Aeropuerto Internacional de Freeport junto a un grupo de otros cuatro compatriotas a que su empresa envíe un avión para evacuarlos.
“Ese es nuestro avión, el amarillo”, dice a Efe más esperanzado que convencido de que tendrá suerte mientras mira desde el otro lado de una valla cómo el pequeño avión se estaciona.
Junto a él, hay otras aeronaves de escasa capacidad a las que sube un reducido grupo de personas y enseguida despega.
Otras vienen cargadas de suministros de primera necesidad y acceden a evacuar a unas pocas personas, cuyos nombres forman parte de una larga lista de espera.
Otro de los afectados, Julio César Ceballos, también forma parte de este grupo de venezolanos que trabaja en Bahamas en una empresa que repara barcos. El soldador luce cansado después de días de tensión y espera al lado del aeropuerto para poder salir.
La opción aérea llegó después de que el viernes lo intentaran por el puerto de Freeport, pero allí había “demasiada gente”.
El barco, que trasladaba de manera gratuita a los que estuvieran enfermos, pronto se llenó y entonces llegaron las escenas de nervios y golpes, explica.
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“Es una odisea salir de aquí”, lamenta Ceballos, que solo piensa en ser evacuado para poder bañarse y descansar en un sitio con aire acondicionado. Nada que ver con la casa hedionda por la humedad dejada por agua del mar donde tuvo que “maldormir” las últimas noches.
Tuvieron más suerte unas mil persona personas que lograron llegar este sábado al puerto de Palm Beach, en Florida (EE.UU.), en un barco crucero de la compañía Bahamas Paradise Cruise Line que salió de Bahamas en la víspera.
En ese mismo lugar, otros 300 afortunados lograron abordar en el crucero Mariner of the Seas.
Cargados de grandes maletas en las que parece que llevan lo poco que les quedó, familias con niños y ancianos en sillas de ruedas abordan poco a poco al barco, con destino a Nassau, capital de Bahamas y que no se vio impactada por Dorian.
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Nada que ver con Grand Bahama, donde se repiten otro tipo de esperas, ya sea por agua, comida, combustible o en los bancos, pues en la isla todo se comercia con dinero contante y sonante. Nada de tarjetas de crédito, pues las líneas telefónicas y el tendido eléctrico están caídos.
El deprimido paisaje, con árboles caídos, tejados y ventanas destrozados y automóviles inservibles “aparcados” por los sitios más inverosímiles, no invita a quedarse.
La población combinada de Grand Bahama y las vecinas islas de Abaco alcanza las 70.000 personas.
Por estas islas Dorian entró el domingo pasado como huracán de máxima categoría y vientos de 295 kilómetros por hora, dejando un saldo de al menos 43 muertos y un número incierto de desaparecidos.
“Fue muy feo. Estamos echando el cuento de milagro, como decimos en Venezuela”, apunta Torres, que tuvo que dejar su casa al ver que el nivel del agua subía rápidamente para ir a un refugio situado en una zona más alta, pero a un kilómetro de distancia desde su vivienda.
Tardaron más de una hora y media en recorrerlos. Noventa minutos que se les hicieron eternos en medio de aquella agua “negra” que les llegaba por el pecho y temiendo que los matara alguna rama u objeto que arrastrara el poderoso viento.
“El agua se movía como si un helicóptero estuviera despegando justo encima”, relata Ceballos, quien lamenta la muerte de un matrimonio conocido, con dos hijos, que aparentemente murieron abrazados los unos a los otros al ver que no podían escapar de su casa, totalmente inundada durante el paso del huracán.
Ahora quieren salir de la isla, descansar y olvidar todo lo posible lo vivido, pero del hambre, la sed y el cansancio deben armarse ahora de paciencia.
EFE
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