«¿Viene a cazar al virus?», pregunta con ironía Gilbert Phakola al personal médico, que protegido con mascarillas intenta detectar los casos de COVID-19 yendo puerta por puerta en la calle donde vive este sudafricano de 80 años.
A este jubilado de la industria, en su aldea de Gabaza, en la provincia de Limpopo, al norte de Sudáfrica, la amenaza del coronavirus le parece muy lejana.
«No estoy preocupado porque el virus no puede llegar hasta aquí», asegura el anciano, vestido con de color amarillo y con la insigna «Bafana Bafana», la selección nacional de fútbol.
«Nadie de aquí viene desde muy lejos, nadie», insiste Gilbert Phakola, con la espalda tiesa en una de las sillas de plástico desplegadas en su jardín. «Solo se enferman los que usan los aviones. Ellos sí, es posible. Pero aquí, no usamos los aviones, sólo nos movemos en taxi», explica.
Sin embargo, accedió a responder a las preguntas de los agentes del «ministerio» provincial de Sanidad.
Sin fiebre, ni tos, ni dolor de garganta o dificultades respiratorias el octogenario es rápidamente declarado en buena salud y puede volver a sus actividades. No hay necesidad de hacerle una prueba.
«Un solo síntoma es suficiente para que se señale al paciente y se lo examine», explica la enfermera jefe, que no quiso revelar su identidad, antes de conducir a su pequeña tropa a la siguiente casa.
Con casi 6.000 casos de infección registrados, de los cuales más de un centenar fueron mortales, Sudáfrica es el país del sur del Sahara más afectado por la pandemia.
Para frenar su avance, el presidente Cyril Ramaphosa colocó a la población, durante cinco semanas, bajo un estricto confinamiento que, poco a poco, comenzó a levantarse. Y ordenó una gran campaña de detección.
Como en el resto del país, las autoridades sanitarias del Limpopo reunieron un ejército de 10.000 voluntarios para ir aldea en aldea a la búsqueda de posibles casos de coronavirus.
– Sin agua corriente –
Hasta la fecha, casi tres millones de habitantes, la mitad de la población de la provincia, han sido interrogados. La cifra de 34 casos positivos, entre ellos dos mortales, es tranquilizadora.
En medio de verdes colinas y campos, las calles tranquilas de Gabaza parecen un remanso de paz. Lejos del frenesí de los barrios superpobladas de Johannesburgo, a 500 km de allí.
«Estamos preocupados», asegura Ivy Mohali, sentada a la sombra en su patio. «Vemos las noticias y vemos lo que pasa en España o en el Reino Unido, la gente muere del virus, así que tratamos de evitarlo».
«No tenemos agua corriente», explica esta trabajadora social, privada de trabajo a causa del confinamiento. «Hay cisternas de agua del gobierno que pasan. Vinieron el domingo pasado, pero no nos dieron más que nueve litros. No es suficiente para toda la familia».
Al no poder respetar las normas de higiene, la prevención se reduce y, a juzgar por los grupos de niños privados de escuela que siguen deambulando por la calle, muchos no cumplen con las reglas del confinamiento.
«Esto es desafortunado», comenta Neil Shikwambana, portavoz de los servicios de sanidad locales. «Pero la gran mayoría de la gente se queda en casa. En general la población se comporta bastante bien. La gente debe comprender que el virus no solo afecta a las grandes ciudades, sino también a las zonas rurales», insiste el funcionario.
AFP
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