El viernes 20 de marzo, María Dolores Encalada, de 46 años, quien se desempeñaba como guardia de seguridad en Guayaquil, capital de la provincia de Guayas (Ecuador), estaba en su trabajo, en el sector de la Playita del Guasmo, cuando ya en el país regían fuertes medidas de restricción para contener el avance del nuevo coronavirus.
La mujer esperó el relevo de su guardia, pero hubo un retraso y este se hizo tres horas después de lo previsto, cuando ya estaba en marcha el toque de queda que prohibía la circulación en la ciudad, cuenta, en entrevista con RT, Greta Encalada, su hermana.
«Mi hermana caminó desde la Playita del Guasmo hasta el Policentro (alrededor de 15 kilómetros), llega cansadísima, agotada, extenuada, porque estaba todo cerrado, ni siquiera había para comprar una botella de agua», relata. Esa misma noche, un policía pasó y, al ver a María con el uniforme, se ofreció ayudarla y la adelantó hasta el parque Samanes, a 9 kilómetros más. Desde ahí, Encalada inició la caminata del trecho que le faltaba (unos 3 kilómetros) hasta su vivienda, ubicada en el barrio Los Vergeles, y otra señora que la reconoció la transportó hasta su domicilio.
Dos días después, María estuvo en casa de Greta. «Me dice: ñaña (hermana) no me he sentido bien, me siento como agotada», cuenta su pariente, que revela que estaba caminando muy despacio.
«No era su problema»
El lunes 23 de marzo, María fue a su trabajo y en el lugar se le bajó la presión arterial. Pidieron ayuda y la trasladaron a su domicilio. «Del 24 al 25, ella comenzó con vómito, diarrea y no paraba, se comenzó a desvanecer, deshidratarse», cuenta su hermana, quien señala que no encontraban, ni en las farmacias, algún medicamento para asistirla, por lo que tuvieron que hacer un «suero oral casero». Llamaron al 911, pero no les enviaron una ambulancia ni encontraron auxilio en otras personas, porque nadie quería movilizarla por el temor al coronavirus.
Al ver el agravamiento, su único hijo, de 23 años, continuó buscando ayuda, se acercó a un par de policías que encontró. «Le dijeron que ese no era su problema», narra Greta.
Recién a las 10:00 de la mañana del jueves 26 de marzo llegó la ayuda que enviaron, tras las insistentes llamadas de auxilio. Pero fue una camioneta doble cabina que no tenía ningún tipo de implementos, como un respirador, para prestar la asistencia. La subieron al auto y la llevaron al Hospital General Universitario de Guayaquil, pero no les permitieron ingresar, así que se dirigieron a la Maternidad Mariana de Jesús (Marianitas), donde salieron dos médicas a darle auxilio, pero ya era tarde, María había fallecido.
Las médicas, cuenta Greta, les dijeron que el lugar estaba colapsado y que debían regresar con el cadáver a su domicilio. «Pónganla en una sabanita, ya no la toquen, porque se pueden contagiar», fue la recomendación.
«Ya usted no se puede acercar al cuerpo»
Una vez en la casa, comenzaron la búsqueda de una funeraria para hacer los trámites para su inhumación, pero llegaron más obstáculos. Lo único que consiguieron fue que le aplicaran formol al cuerpo de la fallecida.
«Son unos canallas, esa es la palabra, han abusado de nosotros», dice Greta, al relatar la actuación de las personas de los servicios funerarios, que cambiaban los precios constantemente —llegaron a pedirle 2.800 dólares por un ataúd— y no le garantizaban un nicho ni la cremación, debía hacer cola en el cementerio hasta conseguir algo, puesto que a la fecha, ya había colapsado el sistema funerario en la urbe. El drama se repetía en otras familias.
Por eso decidieron informar al 911 del deceso e hicieron el papeleo que conlleva este acontecimiento por su cuenta. Dos días después, el sábado 28 de marzo, a las 14:30, llegó el personal de criminalística para hacer el levantamiento del cadáver.
Los funcionarios informaron a Greta que el cuerpo de su hermana sería trasladado a la morgue del Hospital General Guasmo Sur. Uno de ellos le comunicó: «hasta ahí llega mi custodia, de ahí en adelante, yo no me hago responsable de nada».
Ante eso, Greta decidió tomarle una fotografía al cuerpo de su hermana, ya dentro de la bolsa mortuoria, donde se podía ver el nombre y un código. Los funcionarios, que ya salían con el cadáver, le recalcaron: «Espere que la llamemos, como este es un caso probable de covid-19, posiblemente sea cremada o le darán sepultura, pero ya usted no se puede acercar al cuerpo». Fue la última vez que vio a su hermana.
¿Dónde está?
Greta recibió después la llamada. Le informaron que su hermana sería inhumada en el cementerio de Pascuales.
Tras un tiempo, ingreso a la página web que habilitó el Gobierno, donde se ingresan los datos de la persona fallecida y le indica el lugar de sepultura; sin embargo, no reflejó nada sobre su hermana María.
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