Humberto Eco es uno de los pensadores contemporáneos más respetados. Sus sesudos análisis sobre la esfera global lo han puesto en un lugar muy selecto entre los académicos más connotados. Es un gran novelista, ganador en el 2000 del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Humberto Eco ha escrito infinitamente sobre los símbolos y la comunicación en este mundo donde las guerras tradicionales se acabaron y les dieron espacio a unas formas de lucha donde “el enemigo vive en la sombra”, y lo que hay son brotes de mini guerras frías, apoyados por la información y la tecnología.
En una de sus tantas reflexiones luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre, Eco elaboró sobre la idea simbólica que está detrás del terrorismo. Sin titubeos sentenció que “El fin de todo acto de terrorismo no es solamente matar ciegamente a algunas personas, sino también lanzar un mensaje destinado a desestabilizar al enemigo”.
El planteamiento de Eco es interesante a la luz de lo que con sutileza y vehemencia a la vez toma fuerza en la opinión pública. En las últimas semanas, con la toma de posesión de un nuevo Gobierno en Colombia, se ha puesto nuevamente en el tapete un posible restablecimiento de la negociación entre el Estado colombiano y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Países como Chile y España, conscientes de la necesidad de la mediación internacional, ofrecen sus servicios para ser parte de este esfuerzo de concertación, que está encaminado a ponerle fin a un largo conflicto que ha dejado miles de personas asesinadas, desplazadas y exiliadas.
En este eventual proceso, el rol de Venezuela pareciera ser vital. Nuestro país se ha transformado en mucho más que una guarida para el ELN. Venezuela es una especie de santuario para este grupo, donde ya no solo se trata de una tierra fértil para sus actividades de narcotráfico y contrabando de minerales, sino que en muchos espacios del país el ELN hace las veces de Estado, controlando pasos fronterizos, entregando cajas de alimentación de un programa estatal, manejando emisoras de radio y cobrando “impuestos” a comerciantes locales. Es decir, el ELN es un segundo Estado en el país, que ha desplazado a la representación legítima a fuerza de violencia y terrorismo, consolidando un poder de fuego desde Venezuela, que a todas luces es superior al que exhibía años atrás.
De acuerdo con un informe divulgado por el medio RCN, en este momento hay en Venezuela más de 1000 combatientes del ELN. Evidentemente, los estados fronterizos son donde esta organización tiene mayor presencia y beligerancia, pero algunos informes apuntan a que podrían tener células en 15 de las 23 entidades federales de Venezuela, una cuestión que deja ver su enorme influencia dentro del país.
Por supuesto que esta expansión no podría ser posible sin la anuencia de la dictadura de Maduro. El régimen no solo le abrió las puertas del país y le ofreció cobijo a este grupo, sino que forjó una alianza criminal con esta organización. Una alianza que se labró por medio de una transacción en la que el Estado venezolano cedió el territorio y el monopolio legítimo de las armas, y a cambio este grupo ofreció protección y financiamiento a la cúpula que secuestra el poder. En otras palabras, Maduro cocinó a puertas cerradas una operación para tener su propio ejército irregular que lo defendiera en caso de una situación sobrevenida que hiciera tambalear a su régimen, convirtiéndose entonces en un protector del terrorismo internacional. En palabras de Humberto Eco, Maduro utilizó el terrorismo como palanca para enviarle un mensaje a sus enemigos políticos sobre lo que está dispuesto a hacer para mantener el poder.
A raíz del apoyo de Maduro, la capacidad de violencia del ELN se ha multiplicado, trayendo consigo que todas las poblaciones que hacen vida a lo largo y ancho de la frontera binacional sufran extorsión, secuestro, esclavitud sexual y todos los vejámenes que podamos imaginarnos. El grupo subversivo se ha valido además de la grave crisis humanitaria y la migración forzosa ocasionada por el régimen para engordar sus filas, al punto que informes de inteligencia apuntan a que hoy 1 de cada 3 miembros del ELN tiene nacionalidad venezolana.
Lo anterior pone en relieve que el ELN ya no es solamente una guerrilla colombiana. Se trata de una organización binacional. Lograr su desmovilización en Colombia solamente no tendrá el efecto de pacificación deseado. Se requiere una acción concertada en los dos territorios, y para ello debe haber una posición firme sobre la no tolerancia de la convivencia de Maduro con el terrorismo. Al albergar estas organizaciones en Venezuela, la dictadura viola la resolución 1373 del Consejo de Seguridad de la ONU, que obliga a los Estados a cooperar en materia del terrorismo internacional y prohíbe expresamente ofrecer refugio a grupos de esta naturaleza.
Maduro pretende aprovechar la oportunidad del diálogo con el ELN para venderse como un interlocutor válido en el proceso, una especie de “garante de la paz”, con el objetivo superior de matizar su expediente criminal y su perfil de dictador, así como reinsertarse en el concierto internacional, desde donde fue apartado por erosionar el sistema democrático venezolano. Bajo ninguna circunstancia Maduro puede ser parte de una negociación, Colombia debe entender que Maduro más que un facilitador o mediador, es un alimentador del ELN y su terrorismo. Me atrevo a decir que a Maduro nunca le ha importado la paz de Colombia, seguramente se flotaría las manos si la guerra en el vecino país se profundiza, y si la democracia colombiana se hace polvo cósmico.
Las posibilidades de paz en Colombia están estrechamente ligadas a la democracia en Venezuela. Mientras nuestro país sea un Estado fallido, será refugio para quienes quieran sabotear los esfuerzos de paz. Por eso, el Gobierno colombiano debe ser muy diligente en dibujar el panorama sobre la relación con el régimen de Maduro. Una diplomacia sin principios no sería diplomacia. Suscribir la relación con Venezuela únicamente a un acuerdo tácito donde ninguna de las partes se mete en sus asuntos sería un error de magnitudes indescriptibles, sobre todo porque Maduro no dejará de conspirar contra Colombia y toda la región. El Gobierno del presidente Gustavo Petro tiene una oportunidad de oro para, en el marco del diálogo con el ELN, consolidar una visión de paz para todo el continente, que implique rescatar un principio básico: ningún Estado debe albergar el terrorismo y el que lo haga, será tratado como enemigo de la paz. Ese sería un mensaje que como diría Eco desequilibraría a un enemigo silencioso y común como lo es el terrorismo. No hacerlo y continuar el curso que se nos presenta, asumiendo que Venezuela es un país cuasi-normal y que desmovilizar las estructuras armadas en Colombia es suficiente, solo conducirá al recrudecimiento de la violencia en ambas naciones. El simbolismo que debemos crear es el de dos países hermanos que poseen un destino común. Un destino donde es la paz el pegamento para unir nuestros horizontes.
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