Un reciente informe del FPNU cuantifica el impacto socioeconómico de los embarazos adolescentes en seis países de Latinoamérica, la segunda región del mundo en fecundidad adolescente. DW pone voz y cara a este problema.
«Mi estómago iba creciendo, fui al centro de salud con mi mamá y nos dijeron que iba a tener un bebé. Tuve mucho miedo, porque estaba muy chiquita y no sabía si iba a aguantar el dolor», relata Blanca (nombre ficticio) a Deutsche Welle, desde Guatemala.
Cuando quedó embarazada producto de una violación, Blanca tenía 13 años. Ahora ya tiene 15 y una hija de 1 año. Ambas viven en un centro de La Alianza, institución financiada con fondos de distintas organizaciones internacionales y que lleva a cabo en Guatemala un programa de atención integral y estratégica dirigido fundamentalmente a víctimas de violencia sexual y trata.
Embarazos no deseados, maternidades impuestas
América Latina registra la segunda tasa de embarazos adolescentes del mundo. De hecho, el 18 por ciento de los nacimientos de toda la región se deben a madres menores de 20 años. Los cuerpos y las vidas de las jóvenes sufren el fuerte impacto de una gestación la mayoría de las veces no deseada y de una maternidad en muchas ocasiones impuesta dentro una sociedad en la que el valor de la mujer se mide por su rol como madre.
Como apunta el reciente informe del Fondo de Población de Naciones Unidas titulado «Consecuencias Socioeconómicas del Embarazo en la Adolescencia en seis países de América Latina y el Caribe», muchos de estos embarazos son producto de la falta de información, el acceso limitado a los métodos anticonceptivos y la violencia sexual y de género.
Abusos sexuales normalizados
Todos estos factores se dan en Guatemala, uno de los países con la tasa de fecundidad adolescente más elevada de América Latina y en donde la violencia sexual de niñas y adolescentes está «normalizada», dice a Deutsche Welle Carolina Escobar, escritora y directora nacional de La Alianza. «Tuvimos una niña embarazada por su abuelo, que había violado también a otras muchachas de la familia. Esas víctimas ya grandes, con sus hijos, defendían al agresor y nos esperaban fuera de la sala de audiencias para tirarnos piedras, porque el abuelo mantenía a toda la familia y las mujeres lo veían como su única fuente de ingresos para ellas y sus hijos». Así relata Carolina Escobar uno de los casos que La Alianza acompañó en los tribunales dentro de su programa, que incluye el acceso a la Justicia para las víctimas.
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