Dicho y hecho. Richard Grenell, enviado de Washington para misiones especiales, aterrizó este viernes en Caracas a bordo de un avión de la fuerza aérea estadounidense para hablar cara a cara con Nicolás Maduro. Al pie de la escalerilla, Jorge Rodríguez, principal negociador chavista, y el canciller Yván Gil, la plana mayor de la diplomacia chavista.
Por Daniel Lozano / El Mundo de España
En su agenda, un tema principal, la deportación de migrantes venezolanos, y las instrucciones recibidas en las horas previas por su jefe, Donald Trump, y por el vicepresidente, JD Vance, que le recibieron en el Ala Oeste de la Casa Blanca y dejaron en sendas fotografías la prueba de la trascendencia que otorgan a esta negociación.
Grenell ya había aprovechado el estruendoso eco del discurso de juramentación del día 20 para advertir al mundo que había puesto en marcha su maquinaria diplomática con la revolución bolivariana. En el cajón de los recuerdos, la lucha democrática del pueblo venezolano.
La primera declaración de intenciones es clara: Grenell se adelantó a la gira centroamericana del secretario de Estado, Marco Rubio, que se inicia este fin de semana en Panamá. Primero, Caracas.
«Esto no es una negociación, es trasladar un mensaje inequívoco sobre los criminales venezolanos del Tren de Aragua, que tienen que ser deportados y que Venezuela tiene que aceptar, y sobre los rehenes norteamericanos que tienen que ser inmediatamente soltados. Aquí no hay negociación sobre temas de petróleo«, adelantó Mauricio Claver-Carone, enviado de Trump para América Latina. La portavoz de la Casa Blanca confirmó sus palabras y añadió que este viaje no implica el reconocimiento de la presidencia de facto de Maduro.
«Mi consejo a Maduro es que lo acepte, si no habrá consecuencias. El encuentro no cambia la postura de Estados Unidos sobre el robo electoral de Maduro«, añadió Claver, en sintonía con el apoyo mostrado por Rubio al tándem democrático venezolano.
A falta de las primeras conclusiones, desde Caracas lo ven como un triunfo diplomático, tras dos semanas en las que el hijo de Chávez ha exhibido sus dotes para la seducción con el objetivo de vender a Trump una relación «ganar, ganar». La «audiencia formal» pedida por Grenell fue aceptada por el régimen, que incluso adelantó cuál sería la contrapropuesta chavista, una agenda cero, o nuevas relaciones, con la que se pretende conversar de (casi) todo, menos por supuesto abandonar el poder usurpado por la fuerza.
«[Trump plantea] grandes cambios, que están en pleno desarrollo. Seguramente veremos turbulencias, problemas, pero también el reconocimiento de que ya hay un mundo multicéntrico, pluripolar. Y que ojalá se cumpla lo que ofreció el presidente Trump: que haya paz y no haya más guerras, que los temas se resuelvan en paz por la vía de la diplomacia», afirmó el presidente de facto durante una de sus intervenciones previas, en pleno flirteo con el republicano.
The Washington Post adelantó en días pasados que durante su gira en Estados Unidos, el reconocido por Washington como presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, propuso a la nueva administración que no negociara con Caracas su política de deportaciones porque Maduro no dudará en utilizar a los venezolanos que regresan en su beneficio político.
«Trump tiene dos metas: deportar migrantes indocumentados y hacer negocios. El caso venezolano se le presenta como una oportunidad que no puede desperdiciar. Que Maduro sea un dictador no es un problema para Trump. Los venezolanos ya no son relevantes electoralmente en Estados Unidos, porque la mayoría de los venezolano-americanos del sur de Florida votaron gustosamente por Trump», acota para EL MUNDO María Puerta Riera, profesora de gobierno americano en Florida.
El viaje de Grenell a Caracas recordó al realizado nada más comenzar la invasión de Ucrania por Juan González, hombre clave de Joe Biden para América Latina, y por Roger Carstens, enviado especial para rehenes. Esas negociaciones y las llevadas a cabo en secreto en Qatar se plasmaron en el Acuerdo de Barbados, incumplido en todos sus apartados por la revolución, pero que en paralelo facilitaron la flexibilización de las sanciones energéticas, la liberación de rehenes estadounidenses en dos tandas y la puesta en marcha de vuelos con deportados directos a Caracas.
En la primera tanda, Maduro consiguió la libertad los sus dos narcosobrinos, que estaban condenados por narcotráfico en Nueva York. Y en la segunda, el gran beneficiado fue el magnate colombiano y presunto testaferro de Maduro, Alex Saab, convertido hoy en poderoso ministro de Industria del gabinete bolivariano.
El viaje de Grenell sucede cuando la sociedad venezolana no se ha recuperado del impacto sufrido con una de las disposiciones adoptadas por el gabinete Trump, que compromete el Estatuto de Protección Temporal (TPS) para 600.000 venezolanos que ya residen en Estados Unidos y que nada tienen que ver con el temido Tren de Aragua, la mafia transnacional extendida por toda la región y que guarda vínculos con el chavismo.
«Queremos hacer algo con Venezuela, he sido un gran oponente de Maduro. Veremos qué podemos hacer para arreglar la situación. No nos gusta en absoluto la forma en que han tratado a los venezolanos», aseguró Trump al ser cuestionado sobre el viaje de su funcionario. El mandatario acusó a Biden de beneficiar a la revolución con la compra de petróleo y volvió a calificar a Maduro como un dictador.
En paralelo, el lobby petrolero ha trabajado duramente con los funcionarios de Trump para que no se reinstauren las sanciones contra el sector.
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