La prolongación del pulso global entre Rusia y EEUU hasta América Latina ha provocado reacciones en cadena en Venezuela y Cuba. Entre ellas las realizadas por la oposición democrática de los dos países latinos, así como sus activistas y miembros de la sociedad civil, quienes se han tomado muy en serio las amenazas rusas de desplegar tropas en su suelo.
También en Nicaragua, donde desde hace tiempo Daniel Ortega ha «invitado» a los rusos para que regresen a un territorio en el que también estuvieron presentes el siglo pasado. Rusia no ha situado tropas de manera permanente en América Latina, pero tiene acceso a bases en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Otro capítulo de la «nueva guerra fría» en el que el generalato chavista ha dejado clara su postura. «No asombra ver a la vil vocería de la antipatria hablar de soberanía nacional después de rogar la intervención militar y sanciones contra Venezuela, cuando Rusia asoma la posibilidad de profundizar las relaciones de cooperación militar de nuestra naciones, las cuales ya existen», desveló Vladimir Padrino López, ministro de Defensa del régimen de Nicolás Maduro.
La Constitución bolivariana, redactada al principio del mandato de Hugo Chávez, establece que Venezuela es un territorio de paz, en el que no se pueden establecer bases militares extranjeras o instalaciones que tengan propósitos militares.
«Ahora bien, las tropas extranjeras podrían estar con permiso de la Asamblea Nacional», precisó para EL MUNDO Rocío San Miguel, presidenta de Control Ciudadano para la Fuerza Armada Nacional. En estos momentos, Venezuela cuenta con dos «parlamentos»: la Asamblea Nacional democrática elegida en 2015, cuyo mandato se ha extendido ante la usurpación del chavismo, y el órgano revolucionario que funge como parlamento paralelo al servicio de Nicolás Maduro, producto de unas elecciones fraudulentas.
La reacción airada de Padrino López confirma los temores del Parlamento y de su presidente encargado, Juan Guaidó, quienes tras conocer las amenazas rusas emitieron una alerta al mundo ante el temor de una «una potencial intervención armada rusa en el país».
El llamado de los demócratas obtuvo la respuesta inmediata desde Washington, que dejó claro que responderá de forma «decisiva» si Moscú despliega infraestructura militar, aunque Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional, quiso rebajar la tensión al definir lo dicho por el viceministro ruso de Asuntos Exteriores como una «fanfarronada».
En una jornada de un incesante toma y daca, la portavoz de la cancillería rusa, María Zajarova, acusó horas después a los dos aliados: «EEUU podrá encontrar suficiente dinero para resolver sus problemas si reduce la presencia militar en Europa o deja de asignar miles de millones de dólares para apoyar a los impostores como Juan Guaidó».
Un «misil» convencional que confirma las intenciones de Vladimir Putin: mover sus piezas americanas sobre el tablero global. «Rusia desarrolla guerras híbridas en las cuales las operaciones de guerra psicológica y desinformación tienen un papel fundamental. En general, cuando dan un golpe de mano no lo anuncian, como en Siria o Crimea… Con este anuncio pretenden subir la puja ante Occidente y establecer una línea roja y chantaje para negociar. Eso no quiere decir que una vez que esté dicho no puedan hacerlo», profundizó para EL MUNDO el historiador Armando Chaguaceda, especialista en revoluciones.
El recuerdo amargo de la crisis de los Misiles de hace seis décadas se transformó entre los rebeldes cubanos en, como poco, inquietud. «Como hace 60 años, el discurso de la soberanía no es más que la coartada para la doble ambición del poder absoluto y de la representación mundial del antinorteamercanismo. Era lo que nos faltaba: de nuevo el póker de nuestra soberanía como chantaje geopolítico de un actor disruptivo y global. El Partido Comunista de Cuba es una vergüenza nacional», protestó el Consejo para la Transición Democrática de Cuba.
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