La tragicomedia en la que se han convertido las elecciones estadounidenses afronta este lunes su penúltimo capítulo. Los miembros del Colegio Electoral se reúnen en sus respectivos Estados para emitir sus votos y formalizar así la victoria del demócrata Joe Biden, un procedimiento que suele pasar sin pena ni gloria pero que, esta vez, se desarrolla bajo la extraordinaria presión del aún presidente, Donald Trump, que sigue lanzando acusaciones infundadas de fraude. Tras fracasar en los tribunales, algunos republicanos planean llevar la batalla hasta la sesión del 6 de enero en el Congreso -cuando las dos Cámaras deben contar las papeletas de este lunes- para tratar de evitar que ratifiquen a Biden.
Por EL PAÍS
“Los Estados pendulares que han hallado un fraude electoral masivo, que son todos, no pueden certificar legalmente estos votos como completos y correctos sin cometer un delito severamente punible”, escribió Trump este domingo por la noche en Twitter, a modo de amenaza velada. Desde que fue declarado perdedor de las elecciones del 3 de noviembre, el republicano está presionando a los funcionarios de su partido en dichos territorios clave para que vulneren la voluntad expresada en las urnas, que él tacha de ilegítima, y este lunes le concedan en la reelección.
En las presidenciales estadounidenses, el voto individual de cada ciudadano es lo que se conoce como voto popular y no sirve para elegir al candidato directamente, sino para designar a una serie de compromisarios, los miembros del Colegio Electoral. Estos son un total de 538 en todo el país que se reparten entre Estados en función de su peso en el Congreso (California, que es el mayor, tiene 55). La mayoría de los territorios funciona mediante un sistema de winner-takes-all, es decir, que quien saca mayoría de votos populares en dicho territorio, aunque sea por la mínima, se lleva a todos los compromisarios. Para ganar, hacen falta 270 votos electorales. Biden logró 306 (con una ventaja de seis millones en voto popular) y Trump se quedó en 232.
Lo que el mandatario y sus aliados han intentado es que las autoridades republicanas de territorios que han perdido en un escrutinio ajustado (Arizona, Georgia y Wisconsin, entre otros) ignoren el voto popular y designen a sus propios compromisarios, de forma que este lunes no voten a Biden. Pero ni los funcionarios locales ni los diferentes jueces a los que se les ha reclamado semejante medida han encontrado pista alguna de fraude que justifique revertir la voluntad democrática expresada en las urnas.
Así que este lunes, salvo sorpresa mayúscula de última hora, los miembros del Colegio Electoral ratificarán que Joe Biden ganó las elecciones y enviarán sus papeletas certificadas rumbo al Capitolio, en Washington. Una sesión conjunta del Senado y de la Cámara de Representantes programada para el 6 de enero contará y revisará esos votos electorales certificados. Con el ganador declarado oficialmente, solo falta la toma de posesión de Biden, el 20 del mismo mes.
El rechazo del Tribunal Supremo a los pleitos presentados deja la cruzada de Trump y sus acólitos prácticamente sentenciada, pero algunos republicanos están dispuestos a utilizar el último recurso del Congreso. Según The New York Times, al frente de la última intentona está el congresista republicano Mo Books, de Alabama, quien planea discutir el resultado de Arizona, Pensilvania, Nevada, Georgia y Wisconsin. Este domingo, en su cuenta de Twitter, mostró su posición: “El Congreso es el último árbitro sobre quién gana las elecciones presidenciales, no el Tribunal Supremo. Los padres fundadores de América no querían que jueces dictatoriales y no elegidos tomaran estas decisiones. El sistema judicial no está preparado ni tiene el poder para decidir elecciones discutidas”, escribió.
Para poder presentar una objeción a esos votos, es necesario el apoyo de al menos un miembro de la Cámara de Representantes y de otro del Senado. De conseguirlo, las dos Cámaras escucharán el argumento y lo debatirán durante no más de dos horas. Para poder descalificar los votos de un territorio haría falta una mayoría en las dos, pero la baja está controlada por los demócratas y la alta por los republicanos. Los demócratas han presentado mociones contra estos votos en un pasado muy reciente (2017, 2011 y 2005), pero en todas esas ocasiones se trató más de una queja simbólica que de una desafío real, pues los candidatos derrotados ya habían concedido la victoria a sus rivales republicanos.
No es el caso de Trump, que no tira la toalla y, además, presiona a los republicanos que no le apoyan en esta cruzada, como el gobernador de Georgia, Brian Kemp. Con la crucial segunda vuelta de elecciones al Senado que este Estado celebra el 5 de enero -sí, justo el día antes-, nadie quiere hacer enfadar a las bases y predomina el silencio. Para añadirle carga dramática a la jornada del 6 de enero, el encargado de anunciar el resultado y, así, oficializarlo, no es ni más ni menos que el vicepresidente de EE UU, Mike Pence, uno de los grandes aliados de Trump. De sus labios y su firma saldrán las palabras que menos quiere oír.
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