¡Compro cabello! ¡Compro cabello! Este es uno de los gritos que se escuchan en el anárquico mercado informal con el que se encuentran los migrantes que acaban de cruzar el paso fronterizo entre Venezuela y Colombia.
Por Francesc Badia/ Dalmases / Andrés Bernal Sánchez / El País
Ya sea por el Puente Internacional Simón Bolívar, si es que pueden pagarse las tasas y presentar los permisos adecuados, o por las diversas vías informales e ilegales (trochas), una tierra de nadie donde proliferan traficantes, coyotes y abusadores de toda índole.
¡Compro cabello! Una temblorosa muchacha venezolana, casi una adolescente, se acerca al intermediario y negocia la venta de su hermosa cabellera por 50.000 pesos colombianos (unos 13 dólares). Acaba de cruzar, acompañada por su madre enferma, con la esperanza de encontrar tratamiento a este lado de la frontera, para luego seguir la ruta hacia el interior de Colombia, dejando un pedazo de su vida y su linda melena atrás.
Esta podría ser una de las 1.700 historias humanas sobre la diáspora venezolana que ha venido recogiendo la ONG TodoSomos a lo largo de los 200 kilómetros de carretera que separan Cúcuta de Bucaramanga, una vía peligrosa que se adentra en las verdes y frías montañas del departamento colombiano de Norte de Santander. La joven migrante y su madre enferma seguramente encontrarán algo de alimento y descanso en alguno de los refugios, que han sido instalados para proporcionar asistencia humanitaria en el camino desde que estalló esta crisis. Y puede ser que ahí una de las voluntarias de TodoSomos se le acerque amablemente para invitarla a que escriba su historia en uno de los libros que recogen testimonios de algunos de los 6.000 de migrantes que pasan por ahí semanalmente.
Estos libros de recogida de testimonios escritos a mano son una iniciativa de Douglas Lyon, médico epidemiólogo originario de Oregón, veterano cooperante de Médicos sin Fronteras (MSF) en crisis humanitarias en África, Asia y ahora América Latina, y fundador de TodoSomos. “Los testimonios de las víctimas”, cuenta Lyon, “tienen el valor de documentar una tragedia que se va reproduciendo día a día frente a nuestros ojos. Para los refugiados, contar la propia historia, escribiéndola en un libro, tiene además un valor terapéutico”.
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