Donald Trump soñaba con «otros cuatro años increíbles en la Casa Blanca», pero deja la residencia presidencial frustrado, abandonado por gran parte del bando republicano y con un segundo juicio político a cuestas, días después de que un grupo de sus seguidores asaltara el Congreso.
Por EL TIEMPO
Adiós a la pesadilla; bienvenida la compasión
El multimillonario neoyorquino, síntoma y multiplicador de las fracturas de Estados Unidos, deja un país herido, lleno de dudas y de ira. Un país cuya imagen en el extranjero sufrió un daño duradero, lejos, muy lejos de la «ciudad que brilla en lo alto de una colina», según la célebre fórmula de Ronald Reagan, ícono del Partido Republicano.
Con sus trangresiones, provocaciones y burlas, el mandatario de 74 años escribió un capítulo aparte de la historia de Estados Unidos. Durante cuatro años, los estadounidenses han presenciado, entusiastas, angustiados o asustados, el espectáculo sin precedentes de un presidente que llegó al poder con estruendo y que no se impuso ninguna restricción.
La derrota ante el demócrata Joe Biden fue especialmente dolorosa para un hombre que divide el mundo en «ganadores» y «perdedores» y que, al contrario de sus tres predecesores (Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton), será un presidente de un solo mandato.
Un mandato que expuso la vulnerabilidad, pero también la fuerza y la resistencia de la democracia estadounidense, especialmente después de que Trump se negara a reconocer su derrota en los comicios de noviembre.
Las imágenes de sus seguidores irrumpiendo en el Congreso con banderas de Trump y confederadas, saqueando oficinas y dejando grafitis en los que pedían asesinar a periodistas, convulsionaron a la primera potencia mundial.
«Donald Trump es el hombre más peligroso que jamás ocupó la Oficina Oval», dijo el congresista demócrata Joaquin Castro durante los debates sobre la apertura de un nuevo juicio político contra el presidente.
El 45º presidente estadounidense puso a prueba los límites de las instituciones democráticas, llevando a algunos a temer la posibilidad de un verdadero golpe de Estado.
La diplomática Fiona Hill, que estuvo durante un tiempo en su equipo de seguridad nacional, habló de intento de «autogolpe», realizado «a cámara lenta» y «a plena luz» del día.
El Ejército, la justicia, los políticos locales y los medios actuaron como diques. «La buena noticia para Estados Unidos es que el autogolpe de Trump fracasó. La mala es que sus seguidores siguen creyendo en una gran mentira según la cual él ganó las elecciones», resumió Hill.
Trump, que llegó al poder tras conectar con un sector de Estados Unidos que se sentía olvidado, siempre se negó, sin embargo, a asumir el rol de unificador. Incluso en el pico de la pandemia de covid-19, que se ha cobrado casi 400.000 vidas en Estados Unidos, cuando el país buscaba una voz estable y tranquilizadora, rechazó obstinadamente cualquier muestra de empatía.
El presidente ironizó sobre el uso de la mascarilla, desdeñándolo como un signo de las posturas políticamente correctas que busca evitar.
En su obstinación atacó sin pausa al doctor Anthony Fauci, el inmunólogo más respetado del país, que trabajó con otros cinco presidentes y que se mantuvo de forma tenaz como la voz de la ciencia.
Trump minimizó la amenaza sanitaria presentándose como un «superman», incluso después de dar positivo y de haber estado hospitalizado, dejó pasar la oportunidad de mostrar compasión ante la pandemia.
Un mandato plagado de escándalos
Las instituciones, a menudo abusadas, han demostrado su solidez y una serie de indicadores -empezando por las cifras de empleo- fueron buenos durante mucho tiempo antes del impacto devastador del coronavirus.
Pero su mandato estuvo plagado de escándalos, contrastando fuertemente con el de su predecesor, Barack Obama. El septuagenario de la corbata roja dañó la función presidencial, atacó a jueces, legisladores y funcionarios y alimentó tensiones raciales.
Más allá de las fronteras, intimidó a los aliados de Estados Unidos, mostró una inquietante fascinación por los líderes autoritarios, desde Vladimir Putin hasta Kim Jong Un, y asestó un golpe brutal a la movilización contra el cambio climático.
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