El líder colombiano se ha propuesto conformar un nuevo eje con el Chile de Boric, la Argentina de Fernández y el México de López Obrador
La victoria de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia trasciende los equilibrios del país andino y repercute en toda la región con un reajuste del eje progresista en América Latina. El resultado obtenido este domingo por el candidato y su número dos, Francia Márquez, afianza el camino de una nueva izquierda en el mapa geopolítico del subcontinente. Con los rasgos de cada liderazgo y las especificidades de cada ecosistema, Petro entra en club que integran el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el argentino Alberto Fernández y, desde hace unos meses, Gabriel Boric, el joven mandatario que frenó a la ultraderecha en Chile y al mismo tiempo dejó claro el abismo que lo separa del antiguo bloque bolivariano. A esa alianza se suman el boliviano Luis Arce y, con muchos más matices, el peruano Pedro Castillo. No obstante, para hablar de una consolidación de un frente progresista en Latinoamérica quizá sea todavía pronto. Los internacionalistas y los politólogos coinciden: habrá que esperar a las elecciones de Brasil.
El presidente electo de Colombia no solo ha logrado un hito histórico en su país, sino que tiene la intención de contribuir al proceso de revitalización de la integración latinoamericana. Se trata de un objetivo compartido con algunos de sus potenciales aliados, con López Obrador y Alberto Fernández a la cabeza. Eso se vio en la reciente Cumbre de la Américas celebrada en Los Ángeles, un foro que ratificó la distancia entre Estados Unidos y el resto del continente y en el que se escucharon incluso voces que piden la superación de la Organización de los Estados Americanos (OEA). “En la política exterior de Petro aparecen líneas estratégicas a las que todavía hay que ponerles mucho contenido”, valora la internacionalista Laura Gil, directora del portal La línea del medio. Una de ellas es precisamente una nueva inserción en América Latina, sin por ello sacrificar la relación privilegiada con Estados Unidos, explica.
Otra línea es el énfasis en una diplomacia en torno al cambio climático: “¿Cómo se le pone contenido a la afirmación ‘convertir a Colombia en una potencia mundial por la vida’? Toca sentarse a desgranarlo”. Añade que el propósito explícito de reiniciar las relaciones rotas con Venezuela no es solo por la urgencia de la coyuntura, se enmarca en “una política de buena vecindad que implica reconocer que pase lo que pase en Venezuela tenemos 2.200 kilómetros de frontera con ellos. Y que tenemos que jugar un papel en ayudar a resolver problemas, no profundizarlos”.
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