La gran muralla azul cubre las dos aceras del final de la avenida Xinhua. Son láminas de acero de más de metro y medio de altura que trazan una perfecta línea recta ocultando lo que se esconde a sus espaldas. Por la carretera apenas circulan unos pocos coches. El silencio imperante se interrumpe por el chasquido de los pedales oxidados de la bicicleta en la que nos acercamos. Algo que llama la atención a los tres policías que están sentados dentro de una tienda de campaña militar en una esquina de la calle.
«No foto», dice uno de ellos en un mal inglés. Los tres agentes, engalanados con trajes de protección blancos, mascarillas, guantes y grandes gafas, piden amablemente que eliminemos en su presencia las fotos hechas con el móvil. Aunque en ellas sólo se vean vallas de acero azules, vallas de plástico rojas, precintos policiales y varios bidones con muchos litros de líquido desinfectante.
Nos encontramos en el norte de Wuhan, en las puertas del Huanan Wholesale Seafood Market, el mercado de mariscos y animales salvajes de donde salió el brote de coronavirus que ya ha dejado más de un millón de contagiados y 52.000 muertos en todo el mundo. Ésta es la exacta ‘zona cero’ de la pandemia, el lugar donde todo empezó. La primera vez que este periódico pisó el mercado fue el 22 de enero, tres días antes del cierre de la ciudad. Aunque ya llevaba precintado y rodeado de policías desde el 1 de enero.
El día de nuestra visita nos topamos con una enorme cola de comerciantes que fueron a por el cheque que les entregaba el gobierno de la ciudad por las pérdidas que les estaba ocasionando el cierre y el alquiler de sus puestos. Cada uno de ellos recibió 10.000 yuanes (1.300 euros).
El mercado [abierto en 2005, en un área de 50.000 metros cuadrados, donde se levantaron las carpas, tenderetes, casetas, aparcamientos y bloques de casas destinadas para 1.000 personas] está dividido por la carretera en dos partes, este y oeste. En la segunda se vendían mariscos y pescado. Pero en el ala este, si uno se adentraba entre las callejuelas y los puestos, encontraba todo tipo de especies exóticas. Cuando el coronavirus aún era una extraña neumonía en una desconocida ciudad china, empezó a circular la imagen de un cartel de este mercado repleto de animales: desde ranas y serpientes, hasta cachorros de lobo y pavos reales.
El periódico Beijing News entrevistó a varios comerciantes que explicaron que los animales salvajes se vendían de forma «más oculta y discreta para evitar inspecciones» y que muchos de los empleados del mercado los compraban en granjas en la montaña de la ciudad de Huangpi, a 40 kilómetros de Wuhan. Allí radicaba el problema: animales criados en granjas chinas que no pasaban los controles sanitarios oportunos. Un mes después del comienzo del brote, el Gobierno chino prohibió el comercio y consumo de animales salvajes.
En febrero, tras muchas elucubraciones sobre la fuente primaria animal de contagio, los científicos señalaron a lospangolines como portadores de un coronavirus estrechamente relacionado con el que ha provocado esta pandemia. Después se reabrió el debate sobre los murciélagos como fuente de contagio, una vía que ya indicó en enero la Academia China de Ciencias porque los genomas del virus y de este animal son «idénticos en un 96%».
Pero un reciente estudio liderado por los virólogos chinos de la Universidad de Hong Kong y de la Universidad de Medicina de Guangxi, y publicado en la revista Nature, vuelve a poner en primera línea a los pangolines. «La fuente del coronavirus sigue siendo desconocida. Pudo haber sido un virus natural del pangolín o haber saltado desde otras especies durante su captura y su muerte», explica el profesor Andrew Cunningham, de la Sociedad Zoológica de Londres.
Pero volvamos al mercado. Hace unos días, el diario chino The Paper puso nombre a la primera persona infectada por el coronavirus: Wei Guixian, una mujer de 57 años que regentaba un puesto de camarones. Aunque hay que matizar que ella no sería la ‘paciente cero’, sino la primera persona contagiada reconocida por las autoridades. Además, una investigación del diario South China Morning Post apunta a que los primeros contagios se remontan a mediados de noviembre.
Wei empezó a mostrar los síntomas el 10 de diciembre. Seis días después, ingresó en el hospital por una «enfermedad desconocida», dijeron los médicos. Desde ese momento, empezaron a llegar otros pacientes, con los mismos síntomas, todos relacionados con el mercado de animales salvajes. Wei cree que contrajo el virus en los baños del mercado, donde se cruzaba con muchos vendedores de carne. Su hija y el resto de tenderos que trabajaban a su alrededor también se contagiaron.
El mercado no se cerró hasta el 1 de enero. Aunque el 3 de marzo, tras una nueva desinfección en todo el recinto, las autoridades chinas descubrieron que aún había una familia de cuatro miembros viviendo en las casetas que están dentro del mercado. Fueron inmediatamente desalojados.
Lo que fue uno de los principales mercados del centro de China ahora es un búnker sepultado por una muralla de acero azul donde nadie puede entrar. Wuhan reabrirá sus puertas el próximo 8 de abril. Pero el mercado seguirá clausurado sin fecha de apertura.
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