Son jóvenes, muchos de ellos estudiantes, y esperaban abrir sus alas y alzar el vuelo cuando el coronavirus los privó de sus primeros empleos, cerró sus universidades y los obligó a regresar a casa de sus padres.
“Tengo la impresión de haber retornado a la adolescencia”, dice Joselynn Guzman, de 21 años, que se instaló hace unos días en casa de sus padres en Riverside, California. “Pero creo que es un poco lo que siente todo el mundo en Estados Unidos en este momento”.
Según el bufete de análisis Entangled Solutions, cerca de 15 millones de estudiantes en Estados Unidos han sido afectados por las medidas de prevención contra el coronavirus, que incluyen el cierre de locales estudiantiles y el pasaje a clases en línea.
Hija menor de una pareja de inmigrantes mexicanos, Joselynn inició sus días de libertad cuando entró a la universidad de Chico State, a ocho horas de automóvil de la casa de sus padres, y cuando halló empleo como cajera en una tienda, un trabajo que acaba de perder.
Actualmente sigue en línea los cursos de su último semestre de sociología antes de graduarse y se siente “extrañamente” dependiente. “Vivir con mis padres despertó a la niña en mí”, reflexiona.
En primer año de la escuela de enfermería de la universidad Kent State (Ohio), Lauren Dalton no vive muy bien este retorno forzado, lejos de su dormitorio en el campus, donde era libre de ir y venir a sus ganas.
“Cuando agarro mis llaves para salir, es la inquisición”, dice la joven, contactada vía Twitter. “Adónde voy, para qué, y a qué hora regresaré”.
– “¡Tenía un plan!” –
Más que un paréntesis un poco extraño, para muchos esta es una marcha atrás que perturba el inicio de una vida adulta.
Estudiante de la universidad Oklahoma State, Kellie Lail solo tiene 22 años pero dejó la casa de sus padres hace ya cinco.
Está haciendo su máster en biología y química, y tenía dos pequeños empleos: uno en el gimnasio de la facultad, que se acabó cuando el local cerró, y otro en un hospital pediátrico, suspendido porque fue considerado no esencial.
Kellie pensaba quedarse en su propia casa pese a todo hasta que el joven con quien alquilaba el apartamento, flebólogo en un hospital, comenzó a estar en contacto con enfermos de coronavirus.
Inquietos por la propagación de la pandemia en general pero sobre todo porque su hija tiene un déficit inmunitario, los padres de la joven le pidieron que regresara a Lawton, su ciudad de origen en el estado de Oklahoma.
Kellie tenía previsto tomarse un año sabático antes de comenzar la carrera de medicina y viajar. Su primer destino sería el festival de Cannes. Pero ahora todo está en suspenso.
“Pienso irme (de la casa de mis padres) en cuanto las cosas se calmen”, dice.
“Hubiera querido no retornar nunca”, señala por su lado Wynter March, una joven estudiante de segundo año de Tecnologías de la Información en la Universidad de Missouri.
“Cuando estás tan acostumbrado a vivir solo es raro regresar a casa y seguir las reglas” familiares, afirma.
“Lo que vive una persona en la adolescencia y la entrada a la edad adulta tiende a estructurar su visión del mundo para el resto de su vida”, dice Corey Seemiller, profesora de la Universidad Wright State y experta en la “Generación Z”.
Esta generación, cuyos miembros de más edad entran ahora a la vida activa, “ya estaba muy preocupada por las cuestiones del dinero y era más bien reticente al riesgo”, indica. “La pandemia y su gestión reforzarán aún más sus miedos”.
“¡Tenía un plan! ¡Tenía un empleo que me esperaba después de graduarme!”, se lamenta también Sage, que tuvo que dejar el campus de la universidad Portland State, en Oregón, para regresar con sus padres a Ashland, en el mismo estado, y se dice incapaz de seguir los cursos en línea.
“El problema para los estudiantes que vivían en el campus es que les dejaron muy poco tiempo para hallar otro lugar donde vivir de manera independiente”, explica.
Con problemas psiquiátricos, Sage encontró el equilibrio en la universidad, entre su terapeuta, sus paseos, sus horas de voluntariado en un refugio para animales y su empleo de bibliotecaria.
De regreso en la casa familiar se encontró con un padre violento, en un contexto aún más delicado por el confinamiento.
Explica que no quiere dar su apellido para evitar quedar expuesta ante él.
Desde el 20 de marzo, el reloj se detuvo para Sage.
“¿Seré lo suficientemente estable mentalmente como para regresar a la universidad?”, se pregunta. “¿Podré hallar un trabajo? ¿Un apartamento? No tengo idea cómo será el mundo cuando todo esto acabe”.
AFP
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