«Chile no está dando una guerra contra el narcotráfico. No hay voluntad de darla». Claudia Pizarro es alcaldesa de la comuna de La Pintana, un barrio dormitorio de viviendas sociales en el sur pobre de Santiago -la capital de Chile-, que sufre el embate del narco.
Por BBC
La tasa de homicidios en esta comuna es de 18,5 por cada 100.000, mientras que la media de todo el país es de 3,3, según datos de 2020 del Centro de Estudios y Análisis del Delito.
Y la alcaldesa, del partido opositor Democracia Cristiana, está segura de que todas esas muertes están relacionadas con el mundo del narcotráfico, aunque no es fácil confirmarlo.
Lo que sí es un hecho es que Pizarro va con protección policial permanente desde que, hace tres años, recibiera amenazas de muerte por denunciar a los narcotraficantes que operan en su comuna.
«Hace poco recibí un impacto de bala en mi oficina, del calibre 40. Y penetró los ventanales», le dice a BBC Mundo.
En total, las balas disparadas contra la sede municipal y la alcaldía fueron 10.
Durante muchos años, la presencia del crimen organizado en Chile ha sido mucho menos evidente que en otros países de América Latina, como México o Colombia, por ejemplo.
Y aun hoy, el país sigue estando muy lejos en términos de violencia asociada al narcotráfico o la existencia de grandes grupos criminales y carteles.
Pero el aumento de los sucesos violentos, la constatación de que el narcotráfico se está valiendo del dinamismo de los puertos chilenos para exportar grandes cantidades de cocaína y el surgimiento de nuevas amenazas, como la producción de drogas sintéticas, han hecho saltar algunas alarmas.
Al igual que Pizarro, expertos como Luis Toledo, director de la Unidad Especializada en Tráfico Ilícito de Drogas y Estupefacientes del Ministerio Público, tienen un sentido de urgencia.
«Lo que queremos es llamar atención de las autoridades (…). Esto sí impacta, sí es una amenaza, sí es algo que nos preocupa desde un punto de vista objetivo, porque sí le importa a la gente», avisa.
Como ejemplo del agravamiento del problema, Toledo relata: «Hace cinco años era habitual decomisar escopetas que eran dos fierros con un clavo como percutor. Esto dejó de existir de la noche a la mañana y hoy en día solo vemos 9 milímetros e incluso subametralladoras».
«El fenómeno (de la violencia narco) se ha expandido por todo el territorio nacional, afectando a numerosas poblaciones y asolando espacios públicos que antes no se habían afectado jamás», constata el informe 2020 del Observatorio del Narcotráfico de la Unidad Especializada en Tráfico Ilícito de Estupefacientes de la Fiscalía Nacional.
Gran parte de la opinión pública parece compartir la preocupación en este país que se ha visto tradicionalmente a sí mismo como próspero y seguro.
El 79% de los encuestados citados en el informe «Percepciones sobre política exterior y seguridad nacional» del centro de estudios AthenaLab y la encuestadora Ipsos, aseguraron que el narcotráfico representa una «amenaza crucial o determinante para la seguridad nacional».
«Es bueno que tengamos la piel más sensible», asegura el licenciado en Información Social y experto en seguridad Juan Pablo Toro, director ejecutivo de AthenaLab, miembro del Consejo Asesor de Política Exterior del Ministerio de Relaciones Exteriores y con experiencia como reportero cubriendo temas de narcotráfico en Colombia y México.
Sucesos violentos como las «balas locas» -disparos al aire o por enfrentamientos que acaban impactando a inocentes- y manifestaciones culturales como los «narcofunerales», despedidas pomposas a jefes narco con fuegos artificiales y disparos al aire, incluso en plena pandemia, han contribuido a una nueva sensación de impunidad, asegura Toro.
«Esto impacta mucho. Antes era impensable», añade.
Territorio deseado
«Por muchos años la preocupación principal en Chile era el tránsito de drogas, por la cercanía con Perú y Bolivia», le dice a BBC Mundo Lucía Dammert, socióloga, profesora de la Universidad de Santiago y experta en seguridad pública.
«Yo creo que esto inhibió que uno pudiera mirar los temas con más detalle, y en el proceso se generaron dos cosas: aumentó el consumo fuertemente dentro del país y el tránsito por Chile», explica Dammert.
Su ubicación geográfica, vecino de Perú y Bolivia -grandes productores mundiales de cocaína-, con los que comparte una extensa frontera; sus conexiones aéreas intercontinentales y su amplia salida al Océano Pacífico lo sitúan como territorio deseado por el crimen organizado.
De hecho, el tráfico marítimo de drogas está en auge, como señala la Fiscalía a través del Observatorio del Narcotráfico en su informe de 2020.
La información, en su mayoría, procede del exterior, sobre todo de países europeos, donde regularmente informan de cargamentos decomisados que salieron de puertos chilenos.
Aumentan las drogas sintéticas
El consumo interno de drogas también ha llamado la atención de las autoridades, sobre todo el de marihuana.
Entre 2010 y 2018, el consumo de esta droga aumentó en un 8,1%, según constata un estudio del Observatorio Chileno de Drogas, de 2018.
En solo tres años, las incautaciones de marihuana de origen colombiano o «creepy» -más potente y barata que la Paraguaya que tradicionalmente entra en Chile- se multiplicaron en un 700%.
«El consumo (de drogas) aumentó en los últimos 15 años», asegura Dammert.
«No es un problema de este gobierno, es estructural».
En las zonas pobres del país, como La Pintana, el consumo mayoritario es de pasta base de cocaína, una droga barata similar al crack que «desintegra a la persona», en las crudas palabras de la alcaldesa Pizarro.
«Hay lugares donde hay mucha pobreza, hacinamiento, deserción escolar, hogares desintegrados…Ahí son presa fácil para el consumo», dice.
Pero también han aumentado enormemente las incautaciones de drogas sintéticas, como el éxtasis, más caras y consumidas normalmente en fiestas y festivales.
Mientras que en 2010 la Policía de Investigaciones (PDI) incautó 2.304 dosis de drogas sintéticas, en 2019 fueron más de 1,6 millones de dosis.
Es un «área de creciente peligro», asegura Toledo. «Chile es uno de los países del Cono Sur que más decomisa, y donde más se trafica a través de aeropuerto».
«Durante el último año y medio en Santiago y las grandes ciudades se fueron instalando laboratorios de producción, al estilo como comenzó en Holanda, con sustancias que provienen de España o de Holanda, muchas veces intermediadas por organizaciones colombianas», relata.
En estos laboratorios se recibe la materia prima y se convierte en tabletas listas para vender.
El mercado interno es pequeño, en comparación con otros países latinoamericanos, pero Chile «es un país rico comparativamente, y hay harto poder de consumo para comprar droga», asegura Toro, director de AthenaLab.
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