Si algo deberíamos haber aprendido de la pandemia es que una estimación veraz de los escenarios futuros valorando el impacto de las medidas a adoptar, salva vidas. Pues bien, se acerca la Semana Santa, y debido a los retrasos iniciales con la vacunación, lo cierto es que los grupos más vulnerables no están protegidos frente al SARS-CoV-2. Con el objetivo de analizar qué medidas permitirían mejorar la estrategia de vacunación, un equipo de expertos de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) ha llegado a la conclusión que retrasar tres semanas la Semana Santa es un gran aliado frente a la Covid-19.
Belén Tovar | La Razón
Así, según la segunda parte del estudio “Efectividad de las medidas efectuadas para la contención de la pandemia y optimización de la efectividad de la estrategia de vacunación (II)”, elaborado por Rafael Cascón, Paula Villanueva, Miguel Berzal y Francisco Santos, “el aplazamiento de la festividad nacional de Viernes Santo, actualmente fijada para el 2 de abril, al 23 de abril, en coordinación con el aplazamiento por parte de las diferentes comunidades autónomas de los festivos tradicionalmente asociados a dichos días (Jueves Santo al 22 de abril o Lunes de Pascua al 26)”, así como con “otros calendarios como los de los centros educativos”, supondría “un mayor ratio de vacunación de personas vulnerables cuando se produjera el período vacacional, y con ello la reducción muy importante del riesgo que se ha visto, que llevan asociados estos períodos festivos, como se observó en diciembre”.
“Una estimación rápida teniendo en cuenta el flujo aproximado de llegada de vacunas actual, de medio millón semanal, permitiría estimar que se conseguiría que aproximadamente 1,5 millones de personas vulnerables más recibieran una dosis de vacuna, bien sea con la primera, con la que se consigue, según lo que se va conociendo, una elevada protección, o una segunda dosis, con la que se logra completar la inmunidad que proporciona la vacuna”, precisa Rafael Cascón, investigador titular de la UPM. “Y eso en uno de los peores escenarios posibles, puesto que la previsión es que el flujo de vacunas aumente. Retrasar la Semana Santa tres semanas supondría una reducción muy considerable en cuanto a hospitalizaciones y fallecimientos, dado que aproximadamente el 70% de los fallecidos tiene más de 80 años. Así, en un rebrote como en enero con 500 muertos diarios durante algunas semanas, posponer 21 días la Semana Santa podría permitir evitar del orden de 300 decesos al día si se consiguiera la vacunación casi completa de ese grupo de edad. Dado que hoy no estamos en ese pico, la horquilla depende de cómo evolucione la pandemia. De modo que en caso de repunte pronunciado (aunque no como el de enero) posponer esta festividad podría llegar a evitar entre 50 y 200 muertes al día según la cepa y la situación epidemiológica. Pero es un dato aproximativo”, precisa Cascón.
Además, los autores del estudio ven “razonable prever que se puede conseguir una elevadísima ratio de vacunación en esa franja de edad (para entonces), que podría llegar a abarcar a la inmensa mayoría de esos mayores como receptores de una primera dosis, y también muy probablemente un porcentaje muy considerable de la segunda dosis. E incluso el inicio del proceso de vacunación en las dos franjas de edad inferiores, en las que se puede apreciar una singular vulnerabilidad, si bien ya más reducida que la del grupo actualmente en vacunación”.
Así, “para el grupo de mayores de 80 años, por fin ya priorizado, de mantenerse la misma estructura de mortalidad (coherente con lo observado recientemente), vacunando al 6% de la población se podría conseguir una reducción de mortalidad cercana al 70%. Asimismo, es importante reseñar que también esta franja de edad supone la mayor proporción de carga hospitalaria. Así los ingresos hospitalarios desde el 10 de mayo de esos mayores de 80 años (el 6% de la población) suponen el 31,2 % del total de hospitalizaciones. En una futura etapa, vacunando también a los mayores de 70 años la mortalidad se podría reducir hasta en un 90%, y, considerando la carga hospitalaria de este grupo de edad (22,1%), podría reducirse la posible ocupación hospitalaria en más de la mitad puesto que el 53,3% de las hospitalizaciones por Covid-19 desde el 10 de mayo fueron mayores de 70 años”.
A ello hay que añadir que las previsiones actuales son de un incremento del flujo de vacunas. De modo que “esta elevada ratio de vacunación del sector más vulnerable lógicamente sería muy inferior si se mantienen las fechas actualmente previstas”.
Balón de oxígeno para la economía
Y no sólo, retrasar la Semana Santa permitiría, a su vez, dar un balón de oxígeno para la economía, ya que, según este estudio, su aplazamiento “permitiría que en el caso de que, si las circunstancias lo permitiesen, se hubiese iniciado la tan necesaria flexibilización de las medidas, dicho período vacacional, podría coincidir con fases de menor rigidez. Todo ello redundaría en inevitables beneficios para el conjunto de la sociedad que podría disfrutar del merecido descanso, también necesario, con una posible menor limitación de libertades. Esta mejora se considera fundamental para poder compensar el impacto que quizás puede tener en la población, ya cansada, una demora en el disfrute de un descanso laboral. Se valora también el impacto, sin duda muy positivo, que podría tener en sectores especialmente castigados y de elevado peso en la estructura económica de nuestro país, como es la hostelería y el turismo, que también se beneficiarían de que el período vacacional, con tradicional incremento de su actividad, se produjera en fases más avanzadas, con relajación de medidas”. “Sin duda, por el mejor tiempo, los ciudadanos aprovecharían para estar más en exteriores (terrazas), de modo que priorizando la salud, esta medida, además, puede conllevar un efecto positivo en la economía”, destaca Cascón.
En definitiva, esta medida conseguiría, según los autores del estudio, “una mejora sustancial en el propósito de evitar la pérdida de vidas, al disminuir sensiblemente el riesgo y además podría aliviar el impacto económico y conseguiría un mejor bienestar del conjunto de los ciudadanos”.
Pero es que además, de producirse un repunte de contagios por el período vacacional, tal y como sucedió en Navidades, este “sería, sin duda, mucho menos dañino cuanto más avanzado esté el proceso de vacunación, ya que ocasionaría muchísimo menor daño”.
Otra ventaja es la meteorología: “En una enfermedad claramente condicionada por los contagios en interiores”, un tiempo que “permita una mayor actividad en el exterior tendrá un efecto favorable.
Tres semanas de aplazamiento en un mes tan singular como el de abril, de transición entre los frecuentes coletazos invernales de principios de mes y el clima primaveral, mucho más habitual a final de mes, permitiría el desarrollo del período vacacional en época mucho más propicia para el desarrollo de actividades en exteriores, entre ellas las actividades de hostelería a la que esta alternativa facilita realizarlas en exteriores si las temperaturas son más altas”.
Otra gran ventaja del aplazamiento propuesto sería que “permitiría observar lo ocurrido en otros países con una vacunación más avanzada (Reino Unido, Israel) y así poder establecer la estrategia de posible flexibilización de medidas en período vacacional. Precisamente, la información actual recibida de estos países más avanzados en este proceso de vacunación permite avanzar que la vacunación está resultando especialmente efectiva en la reducción de la gravedad, hospitalizaciones y decesos, de forma singular en la población de más edad, los más vacunados.
También es importante significar que un mayor avance en la vacunación permitiría que, ante un eventual repunte de contagios, fuera más fácil evitar la sobrecarga hospitalaria si está inmunizada la casi totalidad de la población que más hospitalizaciones requiere (los mayores de 80 años suponen más del 31% del total de las hospitalizaciones)”. Una demora de tres semanas de este período, permitiría un mayor conocimiento de las consecuencias de una flexibilización que ya está ocurriendo, lo que sin duda redundaría en la mayor posibilidad de acierto en la decisión que deba tomarse referente al período vacacional”. Los autores recuerdan que, “sin descuidar que vivimos en un estado laico, las creencias religiosas y tradiciones de una gran parte de la población tampoco quedarían afectadas. Evidentemente una entidad de peso tan universal como la Iglesia, podría mantener sus celebraciones religiosas en los templos en las fechas previstas, con las medidas de precaución que ya se adoptan, toda vez que las actividades masivas seguirían limitadas en esas fechas. Existen variadas celebraciones asociadas al culto; especialmente jueves y viernes santo; es cierto que no coincidirían con días festivos, pero tampoco ahora lo hacen en su totalidad en algunos territorios (jueves santo) sin que haya sido problema su celebración”. Además, optar por esta medida permitiría que “tal vez fuese más factible alguna actividad adicional relacionada con este período de significación religiosa y tradicional de la Semana Santa aplazada al nuevo período festivo -propuesto-, con condiciones de mayor seguridad, si el número de personas previsible es considerablemente reducido, como podría ser el caso de pequeñas poblaciones”.
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