El primer debate presidencial de este largo ciclo electoral estadounidense, el que enfrentó en junio a Joe Biden y Donald Trump, duró apenas cinco minutos. Ambos contendientes estuvieron formalmente 90 hablando ante las cámaras, pero en las dos o tres primeras intervenciones la suerte estaba echada. La de la noche y la de la carrera de Biden. El segundo debate, aunque técnicamente haya sido el primer cara a cara de Trump y Kamala Harris, el celebrado este martes (madrugada española) en Filadelfia (Pensilvania), no ha tenido nada que ver. Tras un fiero intercambio, la vicepresidenta sale reforzada, sin haber cometido errores y logrado sacar de quicio al multimillonario en reiteradas ocasiones, mostrando su lado más irascible, descontrolado y errático.
Los analistas llevaban semanas haciendo cábalas sobre el choque, el séptimo debate presidencial de Trump (además de incontables más en sus primarias) pero sólo el primero de Kamala Harris, cuya experiencia más similar fue un cara a cara entre aspirantes a vicepresidente en 2020. No fue épico, no será recordado en los libros, pero dio mucho juego y no le faltó nada de ritmo, sobre todo en su parte central. Ambos se habían preparado pero la estrategia de la líder demócrata, muy evidente y bien ejecutada, se impuso al abrumador torrente dialéctico del republicano. El plan no podía ser más sencillo: apuntar al ego de Trump y esperar a que su ira hiciera lo demás. Y funcionó a la perfección.
Trump arrancó tranquilo, pero cada vez que su rival pinchaba su frágil vanidad, la respuesta era visceral, forzando a los moderadores a cortar al ex presidente o a corregir sus insostenibles afirmaciones. Lo consiguió Harris diciendo que las personas que van a los mítines del multimillonario se van antes de que terminen por aburrimiento. Lo volvió a hacer recordando que importantes figuras del Partido Republicano, como el ex vicepresidente Dick Cheney, van a votar por ella. Y metió el dedo en la herida usando a economistas del alma mater de Trump contra sus políticas o asegurando que «los líderes mundiales se ríen de Donald Trump y creen que es una desgracia». De la calma se pasó a los gritos, los discursos acelerados.
Lo que vino a continuación se ha visto muchas veces. Una rabieta defendiendo que sus mítines «son los mejores de la historia» o que «muchos profesores dicen que mi plan económico es extraordinario». Subida del tono, del volumen, ataques personales, contra ella o Biden «ese pobre hombre débil y patético» y mentiras inverosímiles. Hasta en tres ocasiones los moderadores de la ABC tuvieron que dirigirse a los millones de espectadores para aclarar que «no hay ninguna ley en ningún estado de EEUU que permita matar a recién nacidos», ante la recurrente historia de Trump de que los demócratas permiten «no el aborto, sino la ejecución de recién nacidos».
Tuvieron que actuar una segunda vez para recalcar que según todas las autoridades, no hay ningún caso detectado de comunidades de ningún tipo que se estén comiendo mascotas, después de que el ex presidente reprodujera e incluso amplificara el bulo de que inmigrantes haitianos «se están comiendo a los perros y los gatos de la gente» en Ohio. E incluso una vez más para dejar claro que Trump perdió las elecciones en 2020 y que ninguno de los más de los 60 procesos que se abrieron por instigación republicana en diferentes estados ha llegado a una conclusión diferentes, después de que Trump insistiera en que él gano esas elecciones y que jamás reconocerá su derrota. Algo que irritó profundamente a su campaña, que después de la primera hora de debate cargó con fuerza contra la cadena acusándoles de parcialidad.
Clara victoria de Harris
El 63% de los votantes registrados que vieron el debate, creen que Harris tuvo un mejor desempeño, según una encuesta de CNN, por tanto sólo un 37% que vieron ganador al republicano. Antes del debate, los mismos votantes estaban divididos en partes iguales sobre qué candidato lo haría mejor.
La obsesión del equipo de Trump era calmarlo, que mantuviera la compostura, dentro de un orden al menos, como hizo apenas unas semanas, que ahora parecen lustros, contra Joe Biden en Atlanta. A diferencia de Harris, que preparó concienzudamente la estrategia con un equipo profesional y experimentado en debates y televisión, con actores imitando el estilo de su rival, y muchas cabezas puliendo la línea, el ex presidente optó por lo que más le gusta: seguir su instinto. Los suyos admitían en la víspera, con una mezcla de fe y otra de resignación, que lograr que se siente a estudiar no es precisamente sencillo. El senador Lindsey Graham, al concluir, pidió que esos expertos fueran despedidos porque obviamente había fracasado.
Trump es una fuerza de la naturaleza, incontrolable, imparable, tan hiriente e irrespetuoso como divertido a menudo en sus intervenciones. «El mejor insultador en muchas generaciones», en palabras de uno de sus ex rivales republicanos. Intentar seguirle el ritmo en un suicidio. Entrar a su juego, es una derrota segura. Y Harris lo evitó en todo momento, sin caer en una sola trampa, sin entrar al trapo, escogiendo ella los temas en los que hacer daño y sin ir a remolque. Sacando un lado que Trump desconocía, después de despreciarla, menospreciarla e ignorarla hasta ahora. Pensaba que iba a ser pan comido y salió medio escaldado.
Harris tenía muchos ángulos que cubrir, quizás demasiados. Mantener la ilusión que ha impulsado a su campaña en las últimas semanas, logrando una recaudación récord y remontada en las encuestas. Diferenciarse de Biden todo lo posible, en lo que a salud, fortaleza, juventud y vitalidad se refiere, pero sin renegar de su jefe, pues sigue siendo su vicepresidenta. Presentarse como la figura del cambio, del futuro, en comparación con la vuelta al pasado que representa un ex presidente, si es que es posible siendo ella la número 2 de la administración.
También, recalcar que es lo opuesto a Trump en prácticamente todo, la fiscal contra el felón; la que aboga por unir al país frente al que simboliza, según los demócratas, división y polarización. La que puede ofrecer un rostro amable, que «cautiva y desarma» sin gritar o insultar, pero dando imagen presidencial. Y ella optó por no intentar abordarlos todos. Arrancó hablando de su programa, sobre todo el económico, y dirigiéndose a la clase media. Pero después encontró un filón presionando los botones que hacen saltar a Trump. Si el debate tuvo tres fases, muy en la central en la que el desequilibrio fue más evidente. Y a los americanos les quedó claro que puede fajarse perfectamente con el ex presidente, que puede ser igual de beligerante o más. Y de que estaba dispuesta a buscar pelea desde la primera frase.
El enredo con el aborto y los recién nacidos
El ejemplo más claro es el del aborto. Trump no logró que el debate se centrara en la economía y sobre todo en la inflación. Ni siquiera en la inmigración y las frontera, su tema fetiche y probablemente el más sensible en la campaña. Y en el que más tenía que ganar, o que perder, el del aborto, perdió el control y el relato. La posición de Harris es muy clara, pero el republicano ha dado muchos bandazos, incluyendo en las últimas semanas. Y ante las preguntas concretas fue incapaz de decir si firmaría o vetaría una ley que impulsara una prohibición nacional. Él se escudó en que es materia de los estados, como debería ser, pero dudó, tiró a los caballos a su escogido para vicepresidente, y elaboró ese relato retorcido sobre el asesinato de bebés ya nacidos.
El formato, en teoría encorsetado, no permitía el ritmo sobre el papel, pero dio muchísimo más juego que el debate de Atlanta en junio. En los últimos ocho años, Trump ha cambiado el país, la comunicación y la forma de hacer política de la primera potencia mundial, y también la forma de debatir. Para evitar interrupciones constantes, ataques, insultos e incluso reproches a los moderadores, todo está metido y controlado. No hay público en el plató (en 2016, contra Hillary Clinton, Trump llevó al debate a mujeres que habían acusado a Bill Clinton de conducta sexual inapropiada). Se han eliminado las intervenciones iniciales, los micrófonos se silencian cuando no hay turno asignado y no hay interacción directa entre los rivales. Desde 2016, de hecho, no hay ni saludo. Es un formato rígido. Y si los moderadores adoptan una actitud pasiva, como ocurrió en el de la CNN, los espectadores no son advertidos siquiera de una mentira flagrante o una contradicción obvia.
Esta vez no fue así. Los protagonistas forzaron al máximo, interrumpieron en alguna ocasión, y los moderadores, además de llamar al orden o de intervenir ante las falsedades más flagrantes, permitieron cierto juego. Respetando el grueso de los turnos, pero sin esconderse tras los límites temporales si creían que la conversación estaba fluyendo o merecía la pena ver a dónde llevaba.
El cara a cara dejó, sobre todo, dos visiones completamente opuestas, dos estilos irreconciliables, uno en positivo y otro en negativo. Uno hablando de las oportunidades del porvenir y otro denunciando la decadencia, hundimiento y la crisis del presente.
Esperanza y decadencia
El mensaje central de Trump es que su presidencia fue la mejor de la historia y la siguiente es mejor, si bien cuando le pidieron más precisión, como por ejemplo en Sanidad, dijo que lo que tiene es «esbozos, conceptos de un plan» y no uno concreto porque eso se hace una vez en el poder. Se quedó anclado en el pasado, incluyendo los meses posteriores a la derrota de 2020. «Somos una nación fallida, en serio declive. El mundo se ríe de nosotros, no tenemos líder, no nos enteramos de nada», dijo en su intervención, cargando contra «el peor presidente de la historia del país».
El mensaje de Harris fue el de cambio, «la esperanza». «No soy Joe Biden y claramente no soy Donald Trump. Propongo un nuevo liderazgo que ensalce el optimismo en vez de estar siempre enfadados», concluyó tras una de las respuestas malhumoradas de su rival. «Hay dos visiones del país, una en el futuro y otra en el pasado y que nos quiere arrastrar. Pero no vamos a volver atrás. Hay que tener un plan, entender las aspiraciones, sueños y ambiciones de los norteamericanos, por eso necesitamos una economía de oportunidad», destacó en su intervención principal. No hizo tampoco propuestas en prácticamente ningún ámbito, ningún gran anuncio o promesa, pero no era lo principal, no era lo más importante esa noche. No es lo que se recordará.
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