Son las dos de la tarde en el barrio del cerro Santa Lucía, en el centro de Santiago de Chile. Es sábado y hay muy pocas personas en la calle. Doblando por Merced hacia Miraflores aparece el club nocturno. Un hombre vestido de traje invita a pasar al club. Rechazamos a oferta, pero antes de seguir viaje sucede una breve conversación.
¿Qué hace un club nocturno abierto un sábado a las dos de la tarde? “Es que hace una semana no podemos abrir a la noche por el toque de queda, así que hoy decidimos abrir de día. No podemos perder más plata”, explica el recepcionista. Es uno de los principales interesados en abrir: su trabajo es por comisión y si no trabaja, no cobra. Así las cosas, intenta pescar clientes donde y cuando claramente no los hay. Con el correr de los días, ni siquiera podrá abrir de día: esa zona fue una de las afectadas por los últimos disturbios sucedidos este lunes.
Justo enfrente hay un minimercado que en la noche del viernes de la gran marcha fue saqueado. Corrieron la cortina de metal y entraron de a tres personas a sacar cosas. No se llevaron demasiado porque al rato llegaron los carabineros. Quien escribe los vio saquear la tienda: uno mantenía la reja abierta e invitaba a los que pasaban caminando por ahí a entrar y sacar cosas. Sucedió a las nueve de la noche y en nada representó el espíritu de lo que fue la protesta histórica de ese día.
Es igual tras casi todas las manifestaciones: sobre el final, cuando la multitud se empieza a dispersar, algunos grupos se pierden en la noche con una idea equivocada de lo que significa la protesta. Son dos fenómenos distintos conviviendo en Santiago: el despertar de una sociedad agobiada por la desigualdad y las dificultades para vivir; y el surgimiento de grupos menores que se aprovechan del caos.
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Es lo que sucedió ayer lunes: mientras cientos de personas quisieron marchar en paz hacia La Moneda, grupos radicales (o con intereses aun desconocidos) quemaron nuevamente estaciones del Metro y farmacias. Tuvieron que operar más de cien bomberos en la zona para controlar el fuego.
El pulso de la ciudad está desbaratado. Muchos pensaban que con el fin del toque de queda -levantado el último sábado- la ciudad volvería a ser la misma. No ocurrió. Muchos pensaban que con la llegada del lunes volvería finalmente la actividad comercial plena a Santiago. Tampoco ocurrió. Lo que sí sucedió fue lo que se había anunciado desde el gobierno: se dio a conocer el nuevo gabinete.
En el marco político, fue la noticia primordial (hasta que los incidentes violentos concentraron nuevamente la atención): luego de pedir a todos sus ministros que presentaran la renuncia, el lunes anunció cuáles fueron los cambios. El primero en salir (y el más repudiado por la sociedad) fue el Ministro de Interior y Seguridad Pública, Andrés Chadwick, primo hermano del presidente de Chile. En su lugar asumió Gonzalo Blumel, quien hasta entonces estuvo a cargo de la Secretaría General de la Presidencia.
Pero más allá de la esperada renovación, las cosas en Chile siguen complicadas. El fin de semana no hubo toque de queda y a pesar de que abrieron algunas discotecas y hubo un poco de movimiento, la mayor parte de los comercios de Santiago se mantuvieron cerrados u operando a media máquina.
El caso paradigmático es el del shopping Costanera Center, uno de los íconos contemporáneos de Santiago y donde más compras se realizan cada mes. El gigantesco mall ya lleva 10 días consecutivos cerrado. Este martes tampoco abrirá. Según circula en algunos grupos de whatsapp, habría grupos que están esperando a que abra para ir a saquearlo, y eso demora la apertura.
No es extraño que sean muchos los chilenos pendientes del Costanera: para ellos es un programa cotidiano ir de compras, y la cantidad de gente que pasea por ahí es innumerable. Sebastián es mozo en un restaurante ahí. Desde el sábado 19 de octubre que no trabaja. No está tan preocupado porque tiene un sueldo y lo cobra igual, pero no está ganando la plata de las propinas (un porcentaje grande de su sueldo), ni las horas extra. Aun vive con su madre, pero si su situación fuera más delicada estaría desesperado.
Para él, es inaudito que los dueños del shopping lo mantengan cerrado. “Podrían poner militares adentro o algo pero abrir igual… Recuerdo que una vez yo estaba trabajando en el restaurante (que queda en el piso cuatro), y entraron a la planta baja a asaltar una joyería. Hubo tiroteo y todo, pero yo ni me enteré… Ese día no cerraron el shopping, apenas bloquearon una parte. Así que imagínate el miedo que deben tener para seguir cerrados tanto tiempo… ¡Si por feriados cierran menos de cinco días al año!”, cuenta.
En casi toda la comuna de Providencia la situación es similar. Hacia abajo, por la zona de Santiago Centro, también. El paisaje que reina es el de las persianas cerradas.
Catherine tiene 34 años y es dueña de una cafetería cerca de Plaza Italia. Dice que está desesperada por abrir, que ya no puede perder dinero, pero a su vez apoya absolutamente las protestas. En su caso particular, está endeudada con un crédito que sacó para pagar su vivienda, y cuenta que en su local todos los empleados viven endeudados con algo.
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Charlamos con cada uno de ellos para comprobarlo. Mabel tiene 32 años y todavía le quedan varios años por pagar el crédito que sacó para estudiar (ya está recibida de Administradora de Empresas). Elvira tiene 48 años y está endeudada con varias tarjetas de crédito, las cuales usa para las compras de todos los días. Julio tiene 24 años y también está endeudado con la universidad.
“Para las Pymes es imposible crecer. Yo quiero ponerle una silla más a esta mesa y aparece el Estado y me quiere cobrar… Es muy difícil así. Algo tiene que cambiar, así que bienvenidas las protestas siempre que no sean con desmanes”, dice Catherine.
“Aunque la ciudad esté convulsionada, preferimos esto para que haya cambios. Queremos una nueva Constitución. Algo a mediano o largo plazo. Si Piñera hace cambios, yo no necesito que se vaya, pero sí que haga un cambio de gabinete. ¿Para qué va a venir otro presidente si va a hacer lo mismo? Hace cuatro o cinco gobiernos que viene todo igual. Bachelet incluido”, agrega Mabel.
Carolina es dueña de un hotel familiar que queda a una cuadra de la Plaza Italia, sobre la avenida Providencia. Aunque queda a muy pocos metros del epicentro de las mayores protestas, no sufrió tantos daños. Apenas algunos vidrios rotos y la puerta golpeada (el segundo día tuvo que poner una protección extra para que no entraran).
Además, le pintaron todo el frente del edificio con grafitis en contra de Piñera y la política en general. Y sobre el cartel del hotel, le modificaron el nombre con aerosol: el lugar se llama Mito, y le agregaron un “VO” delante. ¿Cuánto saldrá limpiar y arreglar todo eso? No lo sabe.
“Ya llevamos perdidas por millones de pesos. Tuvimos que cancelar todas las reservas. Vamos a abrir apenas vuelva la normalidad pero no sé cuándo será. Estoy de acuerdo con las protestas, tienen que haber cambios. Pero en desacuerdo con los destrozos”, dice.
Es la sensación que recorre todo Santiago: que esto debería continuar pero con la tranquilidad de que nadie hará saqueos ni destruirá nada más. Hasta el momento, se sabe que se han perdido millones de dólares por la suspensión del comercio y el Estado anunció que reparar los daños costará cerca de los 500 millones de dólares.
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