La dictadura de Cuba estableció desde su inicio, que para mantenerse indefinidamente en el poder internacionalizaría sus métodos de crimen y violencia bajo la falacia de revolución. Así se estableció el castrismo como genérico de crímenes y violencia que agredieron y ensangrentaron a las Américas. Con la irrupción de Hugo Chávez que en 1999 salvó y se asoció a la agonizante dictadura cubana, el castrismo se convirtió en castrochavismo, que es más de lo mismo en el siglo XXI, delincuencia organizada trasnacional disfrazada de política para violar los derechos humanos y detentar el poder.
Desde la toma del poder en Cuba por Fidel Castro en 1959, la ofensiva contra los países y las democracias de las Américas ha sido uno de los elementos centrales de su estrategia. Exportar la eliminación de la oposición y la resistencia interna, métodos criminales crueles, fusilamientos, torturas, extorsiones, secuestros, encarcelamientos, persecuciones, confiscaciones, destrucción de la sociedad, exilio masivo, manipulación de la información, utilización de la educación, creación del dogma de una revolución, guerrilla rural y urbana, narcotráfico y terrorismo.
El siglo XXI que se inició en las Américas con una sola dictadura -la de Cuba- está marcado por el rebrote y expansión del castrismo en su nuevo modelo, el castrochavismo, que empezó llamándose movimiento bolivariano, socialismo del siglo XXI, y ahora reconocido como el grupo de delincuencia organizada transnacional que controla Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y el gobierno de Argentina.
La actual agresión transnacional del castrochavismo es evidente y comprobada, pero los gobiernos de los países agredidos insisten en soslayar o desconocer esta causa. Las operaciones de agitación, conspiración y sedición, operadores, comunicación e incluso agresiones frontales han ido expandiéndose acompañadas de las confesiones de importantes jefes del grupo criminal como Diosdado Cabello, que desde Venezuela ha denominado la ofensiva como “brisita bolivariana”, o Nicolás Maduro que ha celebrado abiertamente los éxitos de sus actos de intervención.
La última ola de agresión se inicia en 2019 precisamente como medio para proteger las acotadas dictaduras del grupo. La indignación y el desengaño de los pueblos, la corrupción institucionalizada, las crisis económicas y humanitarias, la operación abierta como narcoestados y la violación de los derechos humanos como práctica habitual -entre otros crímenes- pusieron a las dictaduras en el rumbo de deterioro irreversible que postergan, pero que es inevitable.
El nuevo ataque del castrochavismo se publicita en la reunión del denominado grupo de trabajo del Foro de Sao Paulo, en La Habana, que marca la agenda para el XXV encuentro realizado en Caracas del 25 al 28 de julio de 2019 en el que prácticamente se decreta y anuncia la nueva ofensiva regional que se concreta rápidamente con el rearme de las FARC desde territorio venezolano, mayores operaciones del ELN en Colombia, el fallido golpe de estado en Ecuador contra el presidente Lenin Moreno, el incendio de Chile a que ha llevado a la revisión de su Constitución, los crímenes electorales y fraude que puestos en evidencia determinaron la renuncia de Evo Morales en Bolivia, el denominado éxito electoral en Argentina con Fernández/Kirchner y más.
Con el agravante de la pandemia del coronavirus, la agresión ha continuado sostenidamente el año 2020 en que hemos visto la operación guerrillera en Paraguay, el incremento de violencia y la manipulación de jueces prevaricadores en Colombia, la desestabilización en Perú que ha llevado a tener tres presidentes en semanas, la explosión de protestas en Guatemala, el colosal fraude en Bolivia con complicidad e impunidad del gobierno interino y de la oposición funcional para restaurar al pleno la dictadura, la falsificación del 6D en Venezuela, la desestabilización en Brasil y más.
Son mas de seis décadas de crimen y agresión permanentes contra los pueblos y los gobiernos de las Américas. Más de sesenta años de violación institucionalizada de los derechos humanos y de achacar sus crímenes a sus víctimas manipulando individuos y organizaciones. Demasiado tiempo para que los líderes democráticos de la región y del mundo no se den cuenta que –por su propio interés- su principal objetivo estratégico para mantener la paz y seguridad internacionales y restaurar la democracia es terminar las dictaduras, acabar con el castrochavismo cesando el centro del crimen organizado que es la dictadura de Cuba.
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