Olena mira el suelo antes de comenzar y se frota las manos con nerviosismo. A diferencia de su esposo, Volodimir Zelensky, ella es más bien tímida, no le gustan las entrevistas. La vida sin embargo, la guerra más bien, la obligaron a amigarse con el rol público, infinitamente más expuesto de lo que imaginó cuando se casó con el actual presidente ucraniano, en septiembre de 2003, luego de un noviazgo de ocho años. Vecinos de pago chico -la ciudad industrial de Kryvyi Rih, al sur del país, cerca de la región de Zaporizhzhia-, Olena y Volodimir se casaron cuando ella era aspirante a arquitecta y él un abogado devenido artista con el sueño de triunfar como cómico en su país. “Se nos va a llevar a Olena”, dijo la abuela de ella cuando se enteró de que se casarían; “Tal vez con el tiempo finalmente cambié de profesión”, dijo el padre, temeroso del futuro que podría tener su hija al casarse con un actor.
Por Joaquín Sánchez Mariño / Infobae
El primer vuelco en sus biografías fue el éxito, un éxito compartido: ella empezó a escribir guiones y él empezó a ganar popularidad. Finalmente se hizo famoso, y ella con él, aunque de perfil bajo, no preocupada por las luces pero sí por las historias y los chistes. Olena es una mujer silenciosa que deja ver su humor de vez en cuando, como si quisiera protegerlo, mostrarse medida en medio de la guerra, obligada a ser una mujer que lo hace todo con moderación.
Entre medio, tuvieron dos hijos: Oleksandra, de 17 años, y Kiril, de 9. Eran un matrimonio con una vida de éxito y una rutina parecida a lo normal, hasta que un día su esposo decidió que iba a ser candidato a presidente. No lo conversó con ella, simplemente se lo contó. Pelearon, y ahora ella bromea con que todavía están superando aquella crisis. Para peor, Zelensky no solo fue candidato, ganó. Para peor, ya al mando le tocó enfrentar la pandemia. Para peor, después empezó la invasión. Desde entonces, todo cambió, todo. Ahora Olena mira el suelo y se frota las manos. Tiene unos tacos finitos y altos que se clavan en el pasto, y se ríe de sí misma por la coquetería y levanta los pies, luego mira con complicidad y hace un gesto como si creyera que todo es tan absurdo. Levanta la mirada y comienza la conversación con un reducido grupo de periodistas latinoamericanos, Infobae entre ellos.
-El último mes han sucedido muchísimos ataques sobre Kiev. ¿Cómo viven usted y sus hijos el día a día?
-Puede sonar raro, pero es probablemente una cualidad de la psique humana: ya nos acostumbramos. Puedo hablar de mis emociones de esta mañana por ejemplo, cuando me desperté y vi que no había ninguna alarma en mi teléfono. Lo primero que pensé fue que había algún problema con el celular, que no era posible. Después pensé que había perdido conexión o que simplemente no escuché nada, pero no aceptaba que simplemente no había habido ataques. Es humillante para una persona vivir constantemente escondida en sótanos, y no se puede vivir así mucho tiempo. Por eso vemos muchos casos en los que los ucranianos simplemente se descuidan, y muchas víctimas se producen tras las alertas nocturnas, cuando sacan a la gente de debajo de los escombros porque no fueron al refugio. Para la gente, es una especie de fatalismo ya: se deja estar, están cansados, y no quiero ir a ningún otro sitio, prefieren dormir. Y mucha gente muere por esto. Es una tendencia muy mala, las autoridades intentan persuadir a la gente para que no ignore las alertas antiaéreas, pero a veces no funciona, por desgracia.
-El ritmo de la ciudad no parece el de un país en guerra.
-Se puede ver que la ciudad está viva, sí, todo funciona, la gente quiere vivir. Y de hecho, para nosotros, eso también es un indicador de nuestra resistencia, de que seguimos haciendo nuestro trabajo pase lo que pase, cada uno de nosotros en el lugar en el que le toca.
-¿Puede contarnos cómo fueron esos primeros días de la invasión? ¿La decisión de quedarse en el país fue conversada? ¿Pensaron en irse?
-Lo más intenso fueron las primeras horas. Me desperté con fuertes ruidos afuera de mi ventana, creo que no eran ni las cinco todavía, estaba oscuro. Y vi a mi marido que ya estaba vestido. Entonces le pregunté: ¿qué pasa? Me dijo: “Ya empezó”, y se fue al trabajo. Le pregunté: “¿Qué hacemos con los niños?”. Me dijo: “Espera, te diré después”. Nadie me dijo nada. Media hora después, vinieron los guardias y nos dijeron que teníamos que ir a la Oficina del Presidente para decidir qué hacer. Me llevé a los niños conmigo. Nos trasladamos a la Oficina. Estuvimos sentados allí varias horas y pedí irme a casa. Dije que no entendía para qué estar ahí, que por lo menos quería hacer las maletas por si teníamos que trasladarnos, no sé por qué no tenía una maleta de emergencia ya hecha. Toda la sociedad estaba al límite y se aconsejaba a todo el mundo que hiciera una maleta de emergencia, pero por alguna razón pensé que lo haría al día siguiente. No tenía mis documentos ni los efectos personales de mis hijos. Así que me permitieron volver a casa unas horas más. Durante este tiempo, fuimos al sótano 4 veces porque había objetos desconocidos volando por encima de nosotros. Más tarde descubrimos que probablemente eran nuestros aviones, pero en aquel momento no podíamos saberlo con seguridad. Recuerdo muy claramente la imagen de estar de pie en mi habitación del segundo piso y a la altura de mi ventana pasó un avión volando muy bajo sobre el río. Nunca había visto un avión tan cerca. Es muy ruidoso.
-¿Después qué hicieron?
-Recogimos las cosas y volvimos a la Oficina del Presidente. Ahí vino el presidente en persona y en un minuto me dijo que tenía que irme de Kiev. Pregunté a dónde, me dijeron que lo decidirían en el camino. Y eso fue todo. Nos dirigimos hacia otra región que aún hoy no puedo decir dónde es. Incluso dejamos nuestros teléfonos móviles, no llevábamos ningún aparato con nosotros que pudiera ser rastreado, y durante varios días no tuvimos comunicación alguna. Gracias a Dios había televisión, así que vi a mi marido en la tele. Vi que estaba bien, que estaba vivo.
-¿Nunca pensaron dejar el país?
-No hubo ninguna conversación sobre quedarse o no en Ucrania, solo se decidió dejar Kiev. Teníamos que quedarnos en el país y queríamos quedarnos. Yo no quería irme de Kiev incluso. Parecía una especie de película post-apocalipsis. Y luego llegó una sensación maravillosa cuando la ciudad empezó a llenarse de gente de nuevo, y ahora parece que todo el mundo ha vuelto. Eso te da una esperanza increíble de que sobreviviremos.
-Dijo en algún momento que usted también ha sentido miedo. ¿En qué situaciones?
-Intento no estar en situaciones en las que tenga miedo, por mis hijos fundamentalmente. Esto es lo más importante para mí, que ellos no sientan el pánico. Si hay avisos de ataque aéreo y mis hijos están cerca, me quedo tranquila, porque lo peor es cuando estás en algún sitio y ellos están en otro, y no puedes agarrarlos de la mano, no sabes qué les está pasando ahora. La aplicación que anuncia las alertas tiene una sirena que suena muy fuerte y funciona independientemente de donde estás, entonces cuando viajé al extranjero por alguna tarea por ahí sonaba la alerta y no sabía cómo estaban mis hijos, si habían corrido al refugio o no, qué les pasaba, y no sabes si llamarlos o a lo mejor están durmiendo y es peor… Esa incertidumbre no es nada agradable, por eso intento no estar afuera del país mucho tiempo.
-¿De qué manera enfrenta los momentos de ansiedad o de pánico? ¿Con qué rituales?
-Todos tenemos nuestras propias formas de aferrarnos a la vida y mantener la calma de alguna manera. Para mí, la rutina diaria ayuda, algunas cosas que siempre hago, y antes de la invasión a gran escala también hacía: los deportes, el entrenamiento diario, eso realmente me ayuda. Los psicólogos dicen que si empiezas a sentir nervios y pánico, no puedes simplemente sentarte en la cama y llorar, tienes que hacer algo. Lo más desagradable es cuando estás en la ducha o en el baño, y vuelve a sonar la alarma antiaérea, y todo el mundo piensa: “Dios mío, voy a estar ahora bajo escombros, y no estoy vestida”. Esos son algunos pensamientos ridículos que vienen a la mente. Puede ser estúpido, pero es tan humano tratar de vivir. Al fin y al cabo, así es la vida en sus pequeños detalles.
-Todos los ucranianos sienten que tienen una tarea o un papel en esta guerra. ¿Cómo definiría la suya?
-Como cualquiera de mis conciudadanos, creo que mi rol es permanecer aquí y resistir. No creo que mi papel sea diferente al del resto de las mujeres en esta guerra. Intento hacer lo que tengo que hacer, continuar mis actividades como esposa del Presidente, seguir siendo madre y esposa de mi marido en la medida de lo posible en estas circunstancias. Por lo tanto, incluso en mi propia mente, no veo ningún rol especial para mí.
-Pero hay temas de los que se ocupa particularmente. Por ejemplo, ha habido reportes muy serios respecto de la deportación de niños y adolescentes a Rusia. ¿Cómo analiza esta situación y qué posibilidades hay de que logren recuperarlos pronto?
-Bueno, yo soy madre, tengo dos hijos, y cuando trato de imaginar a mi familia en una situación así, siento un horror muy fuerte. Y me solidarizo con esas familias que ahora han perdido el contacto con sus hijos. La situación es realmente vergonzosa, hace retroceder muchos años a la humanidad. Oficialmente, no tenemos ninguna información confirmada, pero según las estimaciones de nuestros servicios sociales, ahora hay más de 19 mil niños ucranianos en el territorio ocupados y en Rusia. Las autoridades ucranianas han conseguido devolver 384 niños.
-¿Cómo describiría usted a su marido?
-Cuando me convertí en su esposa, él solo empezaba su carrera artística. E incluso entonces, nadie podía decir que se convertiría en un cómico popular y que tendría la oportunidad de crear una gran empresa en ese sentido, o que tendría algún éxito. Así que yo no planeaba ser la esposa de un famoso, mucho menos la esposa de un Presidente, porque eso ni siquiera fue una conversación. Todo sucedió tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de avisarme de que iba a ser candidato a la presidencia. No puedo decir que fue algo agradable la verdad, ja. También tuvo algunos momentos desagradables después, pero lo superamos. Creo que lo único que sabía cuándo me casé con este hombre era que nunca habría aburrimiento, ni en nuestra relación ni en nuestra vida. Y hasta ahora, tuve razón.
-¿Qué piensa del lugar de las mujeres en esta guerra?
-Yo diría que el cambio gradual del rol de la mujer en nuestra sociedad comenzó hace mucho tiempo, y que la lucha por la igualdad de género en Ucrania lleva años. Y fue antes de la invasión a gran escala cuando conseguimos, en mi opinión, un éxito notable. Y durante la guerra esto comenzó a notarse más. Por ejemplo, hace unos años ya se dio a las mujeres la oportunidad de ocupar cargos en el ejército, cargos que merecen. Antes había una lista de determinadas profesiones que las mujeres no podían hacer en el ejército, y era muy injusto. Por ejemplo, en el frente una mujer era francotiradora pero debido a la ley de antes, en los papeles figuraba como secretaria. Y luego volvía a su casa con sus amigos, con los que luchó, y ellos eran héroes y ella secretaria. Era demasiado injusto, y afortunadamente eso cambió. La igualdad no se gana rápidamente, desafortunadamente, pero hoy aquí la igualdad se siente muy fuerte.
-Su hija tiene hoy 17 años y está muy cerca de la edad en la que podría servir en el ejército. ¿Cómo se lleva con esa inminencia? Usted y su marido tienen la carga de ser un ejemplo para la sociedad. ¿Habló con su hija? ¿Alguno de sus dos hijos quiere alistarse?
-El niño quiere, realmente planea alistarse en el ejército. Básicamente, solo tiene conversaciones sobre la guerra, sobre el ejército, sobre armas, sobre todas las que hay en el mundo… Y creo que mi hija ve que eso es mucho para mí y no tiene esas conversaciones conmigo. Ella no se ve en el ejército por ahora. Pero como hemos dicho antes, las mujeres pueden elegir alistarse si quieren. Por supuesto, no sé lo que haría si ella decidiera eso. Para ser honesta, tengo miedo de imaginar esa situación. Y tengo miedo por mi hijo. Tiene una pasión maníaca por el ejército y todo eso. Cuando no lleva el uniforme de colegio, viste siempre algo militar. Si estuviera cerca de los 18 estaría muy preocupada porque no podría quedarme con él todo el tiempo. Pero mi esperanza es que, cuando crezca, quizá cambien sus planes. Por el momento, no lo parece.
-Hace unos meses usted y su marido fueron tapa de la revista Vogue, lo cual despertó alguna controversia por el contexto en que se realizó. ¿Cómo lo vivieron internamente? ¿Fue una estrategia para mantener el tema en agenda o un deseo personal?
-Bueno, la revista Vogue tiene una audiencia multimillonaria. Y se trata de un público que en su mayoría no está particularmente interesado en las noticias políticas, o en noticias traumáticas de otro país. Y para interesar a este público, para atraer su atención, pensamos que podía ser una buena manera. Así fue como tomé la decisión. Además, es muy difícil decir que no cuando la revista Vogue te ofrece una publicación así y te dice que Annie Leibovitz vendrá a Kiev a fotografiarte. Creo que había que aprovechar una oportunidad así. Lo que me generaba dudas es que fuera una revista de moda, pero después de haber estudiado la historia de los últimos años, Vogue está cambiando un poco su perfil. Ya no es sólo publicidad y moda, hay artículos sobre temas sociales, así que acepté. Y al final todo salió muy bien, el material se difundió y conseguimos lo que queríamos.
-Alguna vez ha declarado que solo habla por teléfono con el Presidente, y en esta entrevista cuenta que en los primeros días lo miraba solo la televisión. ¿Cuándo fue la última vez que se vio con él? ¿Son encuentros cortos? ¿Ha podido pasar una noche con él?
-Voy a decir esto: hablé con él por teléfono hoy. Lo vi la semana pasada. Espero verle, quizás, a finales de esta semana. Podemos vernos en su oficina a veces, porque mi oficina está en el mismo edificio. Cuando nuestros horarios coinciden, podemos incluso almorzar juntos. Es mucho menos probable que vea a los niños y que estemos todos juntos, pero aun así a veces encontramos la oportunidad. No puedo decir en qué circunstancias.
-En este momento a su alrededor hay dos soldados custodiándola. Está acompañada además por mucha gente, asistentes, de todo. Es una situación un tanto irreal para quienes estamos acá de visita. ¿Qué es lo que más extraña de su vida anterior?
-Ciertamente me gustaría vivir sin guardianes. No lo voy a negar. Desde el primer día de la presidencia de mi marido me he visto obligada a estar con ellos todo el tiempo. Intento no hacer de esto una tragedia, sino vivir con lo que me toca y encontrar algo positivo en eso. Tengo suerte con los chicos que trabajan conmigo. Ya los conozco bien, son buenas personas. Y sé cómo son sus familias, sus hijos, nos comunicamos mucho y es genial tener gente en la que puedes confiar a tu alrededor. Ahora llevan uniforme. Antes de la invasión a gran escala siempre llevaban traje y corbata. Y tuve una emoción extraña el primer día, el 24 de febrero, cuando de repente se pusieron sus uniformes militares. Tuve la sensación de que les habían sacado un hechizo. Que estaban encantados y finalmente mostraban su apariencia real. Y me sentí muy tranquila de inmediato, porque me di cuenta de que esto es lo que realmente son. Solo estaban fingiendo ser civiles. Y ahora se han convertido en ellos mismos. Así que me he acostumbrado y estoy tranquila.
¿Sabe algo de América Latina?
-Creo que todos los que han vivido en Ucrania durante los últimos 30 años han visto telenovelas mexicanas y brasileñas… Nadie puede desconocerlas. Por desgracia, por alguna razón, esa moda ya pasó. Pero para mí son los recuerdos de mi infancia y de mi juventud. De América Latina sólo pude visitar México. Fueron unas vacaciones cortas. Es muy interesante. Y además de eso siempre soñé con ir a la Patagonia, no importa si a la parte de Chile o de Argentina, pero ese es un sueño. Pero ahora es algo en lo que no quiero pensar, porque no me imagino yendo de vacaciones a ningún lado. Intento no pensar en eso en absoluto. Pero esperemos que este sueño se haga realidad. Eso va a significar que ya no corremos peligro, que todo volvió a estar bien nuevamente.
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