Jean-Marie Gustave Le Clézio no es pesimista. Eso, a pesar de haber visto cómo una de sus comunidades más queridas, los emberas que habitan en el Tapón del Darién (entre Colombia y Panamá), ha sido desplazada de sus tierras ancestrales por el narcotráfico y la destrucción de la selva.
Por BBC
O de cómo hemos construido un mundo donde la desigualdad social, el maltrato animal y la disparidad entre los sexos es vista como algo normal.
El ganador del Premio Nobel de Literatura de 2008 es capaz de ver algo positivo incluso en la pandemia que azota al mundo actual, quizás porque le tocó vivir un aislamiento similar en su infancia durante la Segunda Guerra Mundial.
«La epidemia ha revelado la necesidad de conectarse con todos los países y comunidades humanas del mundo», dice en una conversación con BBC Mundo basada en las preguntas que enviaron nuestros lectores luego de ver el video en que lee una hermosa carta que escribió a su nieta Izti, para que ella la lea en 2040, cuando cumpla 20 años.
El video es también una carta de amor a la comunidad embera, con la que convivió unos tres años y de la que -está seguro- podemos aprender mucho de su relación con la naturaleza.
Lo que sigue en un resumen de la conversación que el autor francés tuvo con BBC Mundo, en la que habla de la sabiduría de los pueblos ancestrales, cómo cambiarán nuestras sociedades después de la pandemia, cuál lugar en el mundo es su preferido para escribir, y la que cree es la única pregunta que debemos hacernos en esta crisis: ¿acaso hemos aprendido algo de esta experiencia?
La hermosa carta que escribió y grabó para Izti, su nieta, es también una carta de amor a las culturas indígenas latinoamericanas, que conoció cuando fue a prestar su servicio militar (como servicio social) en México en la década de 1960. Marisol y otras personas preguntan ¿cómo descubrió a los emberas?
Fue por casualidad. Estuve en la ciudad de Panamá hace muchos años, y paseando me encontré un grupo de gente que me pareció muy diferente.
Iban con vestidos harapientos, como si fueran pobres, pero tenían en su aspecto una especie de orgullo, una manera de confrontarse con el ámbito muy moderno de la ciudad de Panamá que me llamó la atención. Estaban con la cara pintada de negro y azul y el pelo lacio y largo. Era un contraste extraordinario.
Me fui a hablar con ellos. Uno hablaba español, y le pregunté de dónde eran y me dijeron que provenían, por una parte de Colombia, por otra del Darién, y me invitaron a visitarlos.
Llegué a la ciudad El Real, en Panamá, en barco, y ahí alquilé una piragua y me fui por los ríos. Me gustó tanto que quise regresar y pasar más tiempo y por fin me quedé unos tres años, encontrando a gente, tratando de aprender el idioma, escuchando las historias, las leyendas, conociendo las plantas, visitando la selva… Fue una viaje turístico pero a un nivel muy elaborado.
Después compartí esta experiencia con el antropólogo Claude Levi Strauss y él me encargó traerle objetos y grabaciones de la población.
Yo me encargué de esta tarea, pero me di cuenta de que no podía ser antropólogo, porque no podía dejar fuera mis sentidos, no podía olvidar lo que yo era y me sentía a cada rato como un extranjero entre ellos.
Por fin, después de tres años encontré que estaba empezando a ser un peso para ellos, una molestia, así que no regresé más. Fin de la historia.
Gastón González, entre otros, pregunta ¿qué cree que es lo esencial que deberíamos aprender de los indígenas emberas?
Bueno, es que me di cuenta -primero leyendo las relaciones de los viajeros del siglo XVI- de lo importante que eran estas culturas para la historia del mundo y de que si algo estaba faltando en esa historia era precisamente la voz de los pueblos indígenas.
Después, encontrando a los sobrevivientes de estas culturas, aprendí que estaban todavía muy vivas, que podían proveer otra manera de vivir, de entender el mundo y la sociedad humana por esa gran preocupación que tienen por la naturaleza, por su necesidad de protegerla.
Las poblaciones indígenas son conscientes, siempre lo han sido, de que el mundo no es infinito, que es un mundo prestado a los humanos para que lo puedan aprovechar, pero con mesura, con razón. Es algo que también me impresionó mucho al encontrar los huicholes y a los coras en México.
Luego lo entendí más viviendo en la selva. Porque la selva es un territorio limitado, no es cuerno de abundancia.
Los conquistadores pensaban que América era un mundo sin límite, que podían aprovecharse de él sin mesura, que podían explotarlo sin límites y la lección, la sabiduría de las poblaciones indígenas, era de tratar de enseñarles que este mundo, como todo el mundo, es limitado y tiene que ser respetado.
Sí, yo recuerdo la sorpresa que me dio leer en su discurso del Premio Nobel un homenaje muy hermoso que le hace a los indígenas emberas, donde usted decía haber alcanzado a entender su lenguaje de todos los días, pero no el lenguaje literario que usaban para contar historias.
Me pareció increíble porque yo, que soy colombiano, no lo sabía, ymuchas personas e historiadores con los que he hablado tampoco tenían ni idea de que los emberas tienen dos lenguas. Un poco como el árabe, ¿no?, que tiene el árabe clásico y el árabe de todos los días. Es algo extraordinariamente hermoso y extraordinariamente triste que nosotros no sepamos esa riqueza que hay en nuestro país.
Sí, desde luego el lenguaje de todos los días no puede ser el mismo lenguaje utilizado para echar cuentos y relatar historias y mitos.
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