El ex canciller mexicano Jorge G. Castañeda (Ciudad de México, 1953) advierte que la influencia de Cuba en Venezuela sigue siendo un obstáculo crítico para resolver la crisis abierta en el país caribeño tras las presidenciales del pasado 28 de julio. “Sin la cooperación cubana, es imposible”, dice Castañeda a Infobae. Argumenta que un contingente cubano en Venezuela actúa como una “guardia pretoriana” de Nicolás Maduro, impidiendo eficazmente cualquier levantamiento militar en su contra.
Castañeda, actualmente profesor de la Universidad de Nueva York e influyente comentarista en diversos medios mexicanos e internacionales, conoce bien el tema: su mandato como ministro de Asuntos Exteriores entre 2000 y 2003 estuvo marcado por el voto sin precedentes de México contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la OEA.
El ex canciller también expresa su preocupación por la actual política exterior de México. Critica el enfoque de la presidenta Claudia Sheinbaum hacia Venezuela y advierte de los desafíos en la renegociación del acuerdo comercial T-MEC con Estados Unidos. Además, se refiere a los posibles cambios en las relaciones con Washington en función del resultado de las próximas elecciones presidenciales en el país vecino.
Atiende a Infobae desde la Ciudad de México.
—En una de sus últimas columnas, señaló que la presencia de un contingente cubano en Venezuela es la razón principal por la que Maduro no ha sido derrocado por un golpe militar. ¿De qué manera los cubanos en Venezuela están ayudando a mantener a Maduro en el poder?
—Estamos ante una situación casi nunca vista en la historia reciente, en la que una parte importante del aparato de seguridad e inteligencia de un país proviene de otro, en este caso, Cuba. Esta fuerza actúa como una especie de “guardia pretoriana”, que es común en muchos gobiernos del mundo, democráticos o no. Sin embargo, en este caso, lo extraordinario es que esa guardia es extranjera, y su función es garantizar que el ejército venezolano no derroque a Maduro.
—¿Cómo lo logran?
—Primero, el ejército venezolano está bajo constante vigilancia, fiscalización e intervención por parte del aparato de inteligencia cubano, que es de una enorme competencia. Es gente muy, muy buena. Han evitado cualquier intento de derrocamiento de Fidel o Raúl Castro durante 65 años, y quién sabe cuántos intentos de asesinato de uno u otro. Son muy buenos en lo que hacen. Además, estos cubanos son 100% leales a Cuba. No a Maduro, a Cuba. Mientras Cuba decida apoyar a Maduro, ellos harán todo lo necesario para mantenerlo en el poder. Esto no ocurre con un ejército o aparato de seguridad que no sea extranjero. Los ejércitos nacionales, incluidos generales, coroneles o tenientes, responden en muchas ocasiones a las demandas de la sociedad o de poderes fácticos. Esto ha ocurrido muchas veces en América Latina y otras partes del mundo. Si alguien quisiera influir, para derrocar a un líder, podría hacerlo, pero en este caso, la presencia de los cubanos neutraliza cualquier influencia externa. Sin embargo, no es solo eso. Pensemos en el empresariado, la sociedad civil, la clase media e incluso en las clases populares, que tienen una incidencia en los ejércitos. En Venezuela, un coronel encargado de la seguridad en un barrio popular podría llegar a su casa y escuchar a su esposa quejarse porque no hay comida, papel higiénico, pasta de dientes o medicamentos para su hijo enfermo. Esta presión familiar puede tener un impacto en las decisiones de los militares. Pero esa dinámica no existe en el caso del contingente cubano, porque la esposa de esos oficiales cubanos no está en Venezuela. Está en Cuba.
—Usted sugiere que países como Estados Unidos, México, Colombia y Brasil deberían buscar la cooperación cubana para una solución pacífica en Venezuela.
—Sin la cooperación cubana es imposible.
—¿Y qué incentivos cree que podrían motivar a Cuba a colaborar en este sentido?
—Una normalización con Estados Unidos. Según los cubanos —aunque a mi no me consta— el desastre que están viviendo se debe a la intensificación de las sanciones, el bloqueo, como lo llaman ellos, y la limitación de las remesas. Si todo eso es cierto y la situación en Cuba es tan catastrófica como dicen, ahí está el incentivo.
—Desde su experiencia como ex canciller de México, ¿cómo considera que la comunidad internacional, y en particular los países de la región, deberían afrontar la situación en Venezuela, teniendo en cuenta esta influencia cubana?
—Creo que deben seguir insistiendo, pero sin deserciones como la de México, porque eso hace mucho daño. México ya no participa en el grupo con Colombia y Brasil y eso debilita el esfuerzo de los otros dos países, incluso los ha llevado a que también empiecen a verse un poco pasivos. Además, deben sumar más países de la región sin ser sectarios. Por ejemplo, incluir a Chile, aunque Boric no reconozca el triunfo de Maduro. No pueden condicionar todo a que Maduro esté de acuerdo. También es importante coordinarse con Estados Unidos y la Unión Europea para evaluar las consecuencias si Maduro se resiste a una solución aceptable para todos.
—Y en relación a otros aliados internacionales de Maduro, como Rusia o China, ¿qué papel cree que juegan en comparación con el de Cuba?
—Tengo entendido que China no quiere involucrarse mucho en este conflicto, en parte porque Maduro les debe mucho dinero que no ha pagado. Están molestos porque no les paga ni con petróleo ni con dinero. Y dan la impresión los chinos de que no quieren pelearse con Estados Unidos por Venezuela. Quieren pelearse por muchas otras cosas, pero no por Venezuela. El caso de Rusia es más complejo. Putin obviamente busca irritar y provocar a Estados Unidos a través de su apoyo a Venezuela. Ha enviado armas, algo de dinero (aunque en menor cantidad) y realizado demostraciones de fuerza, como el envío de brigadas de bombarderos y navíos. Sin embargo, no parece tener una gran influencia en la situación. Putin no puede actuar como una fuerza de cooperación, de ayuda, en esta situación. En todo caso, es un factor perturbador.
El nuevo gobierno de México y la política exterior
—¿Cómo evalúa los primeros días de la presidencia de Sheinbaum en México? ¿Cree que se nota una influencia marcada de López Obrador o se observan señales de independencia? Su actitud hacia los empresarios, por poner un ejemplo, parece diferir en cierto modo de la de AMLO.
—No veo ninguna diferencia, más allá de los cambios de tono y forma que les encantan a los mexicanos. Somos campeones de fascinación por las formas. Pero no veo ninguna diferencia sustantiva. Veo que ella muy hábilmente explota esta obsesión mexicana con las formas para que mucha gente encuentre motivos de felicidad. Si uno compara sus primeros discursos, especialmente en lo que se refiere a los empresarios, con los primeros discursos de AMLO cuando inició su mandato, son prácticamente iguales. La gente no se molesta en hacer esta comparación, pero la realidad es que no hay diferencias sustanciales en sus planteamientos. La falta de diferencia no es porque AMLO le esté imponiendo algo. La falta de diferencia es porque ella está de acuerdo con todo lo que hizo AMLO. No necesita que él le imponga nada. Las medidas que ha propuesto, como la construcción de viviendas por parte del Estado o retomar el pleito con el Rey de España, las hace porque ella cree en ellas, no porque se lo imponga AMLO. Y así sucesivamente.
—Usted fue muy crítico con la política exterior el gobierno anterior. ¿Cómo evalúa la dirección que está tomando el nuevo gobierno en este ámbito? ¿Cree que habrá cambios significativos, especialmente en temas como derechos humanos y democracia, o seguirá con la misma línea?
—En la misma línea o incluso peor. Sheinbaum ya declaró que en relación a Venezuela, México será “imparcial”. No sé muy bien qué quiere decir con eso, pero parece que no quiere involucrarse. Al menos, AMLO pedía la presentación de las actas. Ella ya no repite eso. De hecho, según lo que se sabe de su conversación con Petro durante la toma de posesión en México, Sheinbaum le habría dicho que ya no le interesa el tema de Venezuela y que su gobierno no se involucrará en él.
—La verdad, tuvo muy pocas consecuencias. Nadie objetó demasiado. En el primer año de la guerra en Ucrania, México votó en el Consejo de Seguridad para condenar la invasión rusa, lo cual me pareció una decisión acertada. Sin embargo, con el tiempo, esa postura se fue diluyendo. A pesar de esto, México no enfrentó ningún costo significativo, ni a nivel interno ni externo, porque Estados Unidos, por razones que no comprendo del todo, decidió no hacer lobby o cabildeo en América Latina, África, y en menor medida en Asia, para que los países del sur global apoyaran a Occidente y a Ucrania en este conflicto. Entonces, los países que no apoyaron no sufrieron ninguna repercusión negativa.
—En cuanto a la relación entre Argentina y México, ¿cómo cree que evolucionará bajo la presidencia de Javier Milei y Claudia Sheinbaum, considerando las diferencias ideológicas y la relación que AMLO tenía con Alberto Fernández?
—Sheinbaum también ha mostrado simpatías por el peronismo, ya que participó en una o dos reuniones del Grupo Puebla, lo que refleja su afinidad con ese movimiento. Las diferencias ideológicas entre países siempre se pueden salvar, pero el problema aquí es la estridencia de Milei y, en este tipo de asuntos, también de Sheinbaum. Es posible que Sheinbaum enfrente dificultades, al punto de que no asista a eventos internacionales como la Cumbre Iberoamericana en Ecuador o el G20 en Río de Janeiro. La idea de que Brasil, México y Argentina, los tres países latinoamericanos del G20, se coordinen previamente para el evento parece poco probable. México y Brasil podrían hacerlo, pero incluir a Argentina bajo Milei en esa ecuación es difícil de imaginar. Por lo tanto, veo que la relación entre gobiernos seguirá siendo mala, aunque el comercio y el turismo pueden seguir bien.
La relación México-EEUU
—El nuevo gobierno deberá renegociar el T-MEC. ¿Qué desafíos ve en la relación comercial con Estados Unidos bajo esta administración?
—El acuerdo tiene una cláusula que obliga a una revisión en 2026. Esta cláusula, conocida como la “sunset” o del atardecer, fue impuesta por Trump, y ni el gobierno de Peña Nieto ni el de López Obrador pudieron eliminarla. La cláusula no implica que se vaya a poner fin al tratado, pero permite que cada una de las tres partes del acuerdo (México, Estados Unidos y Canadá) proponga cambios en función de su evaluación del funcionamiento del tratado en estos seis años. Estados Unidos tiene muchos reclamos, y es probable que solicite varios cambios, independientemente de si el presidente es Trump o Harris. Además, existe el problema de las relaciones con China. Trump ha sido muy estridente en su postura, y Harris también ha sido dura en este tema. Buscan limitar no solo las exportaciones de productos chinos a través de México, sino también las inversiones chinas en México que produzcan bienes para exportar a Estados Unidos. Esto es muy complicado para cualquier país, ya que implicaría otorgar a Estados Unidos cierto poder de veto sobre quién puede invertir en México. Es una situación muy controvertida, y México no está en una posición fácil para resistir esa presión por parte de Estados Unidos.
—Usted mencionó en algún momento que en México se da por sentada la victoria de Trump. ¿A qué atribuye esta percepción entre los mexicanos?
—Creo que la preferencia de las élites mexicanas, especialmente del sector empresarial y creo que en el gobierno también, es que gane Trump. Esto se debe a que sienten cierta afinidad ideológica con él. Por ejemplo, el hecho de que Trump sea tan hostil, e incluso insultante, hacia los migrantes haitianos, no le preocupa al empresariado mexicano. Además, la propuesta de Trump de reducir impuestos les resulta muy atractiva. En cuanto al gobierno federal, bajo AMLO, también se percibía una comodidad con Trump. AMLO lo veía como alguien sincero, abierto y transaccional, con quien podía entenderse. AMLO compartía una visión similar a la de Fidel Castro, que solía decir que los republicanos y los demócratas en Estados Unidos eran como la Coca-Cola y la Pepsi-Cola. Lo que piensa AMLO es: prefiero a un republicano de derecha con el que me puedo entender, a un demócrata que pretende ser progresista pero que no lo es y que me enreda con cosas de democracia y de derechos humanos y libertades. Todas cuestiones que incomodaban mucho a AMLO.
—Siguiendo esta idea de AMLO de que no hay grandes diferencias entre los demócratas y los republicanos. ¿Para México sería realmente lo mismo una victoria de Harris o de Trump en las relaciones con Estados Unidos? ¿Qué impacto tendría la victoria de uno u otro, según su opinión?
—No, no creo que sea lo mismo. Es cierto que hay algunas similitudes entre ambos. Harris ha adoptado posiciones similares a las de Trump en temas como migración, comercio y las relaciones con China, pero lo hace sin la estridencia de Trump. Aun así, considero que sería mejor para México y América Latina tener un gobierno más moderado y orientado hacia la izquierda, como el de Harris. Sería un gobierno más respetuoso de la democracia, los derechos humanos y las libertades. Un gobierno menos fascistoide que el de Trump. Creo que eso sería preferible. Sin embargo, no me hago demasiadas ilusiones. El centro de gravedad de la política en Estados Unidos se ha desplazado hacia la derecha en los últimos años.
El rumbo económico y la reforma judicial
—Usted menciona que el aumento de los ingresos reales bajo AMLO fue clave en la victoria de Sheinbaum. ¿Cree que esta dinámica se pueda mantener en los próximos años?
—Lo veo difícil. El éxito de AMLO en este ámbito no fue magia, sino que se debió, al terrible castigo de los salarios durante los 30 años anteriores. Y también porque Peña Nieto le entregó un país sin déficit. Sin embargo, AMLO le está dejando a Sheinbaum un déficit del 6% del PIB, junto con un nivel inflacionario más alto y más difícil de controlar. Ya no será posible seguir aumentando los salarios y las pensiones como se hizo durante el gobierno de AMLO, sin generar presiones inflacionarias. Y entonces la pregunta va a ser cómo va a reaccionar la gente que esperará que sigan subiendo las pensiones y los salarios cuando ya no suban.
—La Suprema Corte revisará la constitucionalidad de la reforma del Poder Judicial del gobierno. ¿Ve un riesgo de crisis constitucional en México?
—Sheinbaum es totalmente favorable a la reforma del Poder Judicial y cree que la Corte no debería pronunciarse sobre la constitucionalidad de una reforma constitucional aprobada por el Congreso. Mi impresión es que la Suprema Corte no creará una crisis constitucional. Resolverán que no tienen competencia para opinar o que la reforma fue constitucional. No creo que los opositores en la Corte se atrevan a desafiar al Ejecutivo y Legislativo de esa manera.
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