Un año después del primer caso de coronavirus, que fue además el primero de América Latina, la pandemia sigue fuera de control en Brasil, con 250.000 muertos y un presidente que se niega a reconocer su gravedad, mientras la nueva variante amazónica se extiende en silencio por el país.
Desde el 26 de febrero de 2020, cerca de 10,4 millones de brasileños han padecido la covid-19, aunque se estima que el número real es hasta dos o tres veces mayor.
Brasil es aún hoy uno de los focos globales activos de la enfermedad, el segundo país con más muertes y el tercero con más infectados, después de Estados Unidos e India.
La campaña de vacunación empezó a mediados de enero, más tarde que algunos de los vecinos de la región, y avanza a cuentagotas. Ha recibido la primera dosis apenas un 3 % de la población.
Desde noviembre Brasil enfrenta una «segunda ola» de contagios que ha devuelto al país a una media diaria de más de 1.000 fallecidos.
Más de 1.000 familias rotas todos los días. Ayer se registraron 1.541 muertes, la segunda cifra más alta desde el inicio de la crisis sanitaria, según datos del Ministerio de Salud. El país ya ha enterrado a una población cercana a tres estadios Maracaná llenos.
«Es una película de terror», resume a Efe Raquel Stucchi, infectóloga de la Universidad de Campinas y consultora de la Sociedad Brasileña de Infectología (SBI).
El mandatario de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, insiste en pasar página y recientemente dijo que «no sirve de nada quedarse en casa llorando».
HOSPITALES AL LÍMITE EN GRANDES CIUDADES
Pero la pandemia sigue atizando el país. Las unidades de terapia intensiva de 17 capitales regionales están al borde del colapso, con más del 80 % de sus camas ocupadas.
La situación, ahora, es preocupante en las regiones centro, sur y norte del país.
En el estado de Amazonas, que tiene la peor tasa de mortalidad del país, se sospecha que la nueva variante, bautizada como P.1, es uno de los factores detrás del caos en el que está inmersa esta región, que también tuvo que lidiar con la falta de bombonas de oxígeno.
Según la Fiscalía, al menos 50 personas murieron asfixiadas.
«Todo el mundo está en el límite», dijo en la víspera Carlos Lula, presidente del Consejo Nacional de Secretarios Regionales de Salud.
Los profesionales sanitarios, agotados después de un año sin descanso, tienen hoy un mayor conocimiento de la dolencia, pero al mismo tiempo, sostiene Stucchi, se ha reducido la capacidad hospitalaria respecto a la primera ola y ha habido un «descuido» de los gestores políticos a la hora de proveer el material necesario para el tratamiento de los enfermos.
La economía también se ha resentido. El desempleo alcanzó niveles récord (14 %) y los cuantiosos subsidios que se repartieron a los más pobres para paliar los efectos de la pandemia se acabaron a finales de 2020, aunque el Gobierno estudia retomarlos.
EFE
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