Tras 40 años casados, Carlos recuesta su brazo a la espalda de María Eugenia mientras conversan en un café de Bogotá.
Por BBC MUNDO
Se contemplan en silencio y con admiración mientras se escuchan contar sus vidas compartidas.
Solo se pisan brevemente, ansiosos por contestar, al preguntarles qué les atrapó durante aquellos días en que se enamoraron en Caracas.
«De María Eugenia me atrajo esa libertad y frescura de la mujer venezolana, decir abiertamente lo que pensaba sobre temas como política o feminismo. Era algo a lo que no estaba acostumbrado», recuerda Carlos Ayala.
«De Carlos me cautivó que era todo un contraste. Un colombiano formal, caballeroso, atento como no había visto en Venezuela», replica María Eugenia Grillet.
Esa diferencia de personalidad, tan típica entre caraqueños como María Eugenia y bogotanos como Carlos (los primeros más caribeños, los segundos más andinos), es hoy casi imperceptible en esta pareja.
Formaron una familia tan colombiana como venezolana.
Es una unión de nacionalidades habitual, aunque en tiempos recientes sufre por los esterotipos y actitudes xenófabas que se dan en Colombia hacia la migración venezolana.
«Es algo que nos angustia, porque en el fondo, aunque llamemos cosas con distintos nombres y a veces seamos diferentes en carácter, somos en esencia el mismo pueblo», coinciden Carlos y María Eugenia.
La pareja se cita con BBC Mundo para contar su historia de amor, en la que abrazaron sus diferencias y triunfaron en la Venezuela de la prosperidad, y que ahora, tras 40 años, reinician en Colombia ante el deterioro de la crisis venezolana.
El choque familiar
Carlos y María Eugenia beben un capuchino y comparten un alfajor con forma de corazón, bañado en chocolate blanco y relleno con mermelada de frutas.
Es la semana de San Valentín y arranco la conversación con la prueba de fuego que hasta hoy atemoriza a muchas parejas: el día que conocieron a sus suegros.
María Eugenia aguarda.
Carlos se viene arriba: «Llevábamos poco tiempo y su familia me invitó a una excursión. Me recibió su mamá a las 6:00 am ofreciéndome café, arepas y una ducha. Oye, como si fuera un hijo más. El relajo venezolano que siempre me encantó».
Entonces desconocía que, cuando sus suegros supieron que su hija salía con un colombiano, dudaron.
«Al principio eran reticentes. Lamentablemente, existía el estereotipo del colombiano migrante, problemático, de estratos bajos, desplazado por la violencia», dice la mujer.
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