Tenía previsto dar la vuelta al mundo, pero la pandemia del coronavirus solo le dejó completar la mitad.
Por BBC
El crucero MSC Magnifica salió de Europa en enero y se encontraba en la otra punta del planeta cuando los puertos comenzaron a cerrarse a causa de la pandemia.
Sin ningún lugar a donde ir, el barco de la compañía suiza comenzó un largo viaje a casa.
Sus pasajeros, acostumbrados a visitar un nuevo puerto cada pocos días, la última vez que pisaron tierra fue hace seis semanas.
Este lunes, esos viajeros desembarcaron definitivamente en Marsella, Francia.
Su viaje incluyó tormentas políticas, súplicas presidenciales y una muerte. Pero a pesar de todo, hubo tiempo para la diversión.
Un antes y un después
Cuando el crucero MSC Magnifica salió del puerto de Génova, Italia, el 5 de enero, el mundo se veía muy diferente.
La «neumonía desconocida», como se la llamaba, no tenía nombre. Nadie había muerto por ella, según la Organización Mundial de la Salud, y solo 59 personas estaban infectadas, todas en Wuhan, China.
La mayoría de los 1.760 pasajeros del Magnifica, principalmente italianos, franceses y alemanes, no habían oído hablar del virus y su experiencia en el barco era de puro disfrute.
Al timón estaba el capitán Roberto Leotta, originario del pequeño pueblo de Riposto en Sicilia, quien lleva trabajando en cruceros 32 años.
Como muchos habitantes de Riposto, su padre y su abuelo eran marineros. «Es algo que está en mi ADN», le dice a la BBC.
Tras zarpar de Europa, el barco hizo una parada en Cabo Verde, frente a la costa oeste de África, antes de cruzar el Atlántico.
Cuando atracó en Brasil el 19 de enero, el virus ya había salido de China.
«Siempre estuvimos en contacto con todas las autoridades locales», dice el capitán. «(Pero fue después de llegar a) América del Sur que la situación se volvió más preocupante».
El barco partió de Chile el 21 de febrero, llegando a Pitcairn, en el Pacífico Sur, tres días después.
En ese momento, los cruceros empezaron a ser noticia.
Se empezaron a cerrar los puertos. Pasajeros de barcos en cuarentena comenzaron a morir.
Ante ello, la población de Aitutaki, una isla de 2.000 habitantes del Pacífico, donde el MSC Magnifica debía atracar el 2 de marzo, comenzó a preocuparse.
La isla depende del dinero de los cruceros, pero sus ciudadanos le pidieron al gobierno nacional -de las Islas Cook- que prohibiera la llegada de barcos.
El crucero, que estaba libre de virus, finalmente pudo atracar en la isla principal, Rarotonga, pero no en Aitutaki.
Por primera vez, la covid-19 había cambiado los planes de los pasajeros del MSC Magnifica.
Uno de esos pasajeros era Andy Gerber, de 69 años y originario de Berna, en Suiz. Era su vigésimo viaje a bordo de un crucero.
En Auckland, una ciudad de la Isla Norte de Nueva Zelanda y la siguiente parada después de las Islas Cook, Gerber disfrutó de una cerveza al sol, y en Wellington se subió al teleférico.
Pero él esperaba ansioso la siguiente parada: Sídney. Allí cumpliría 70 años.
«Hace mucho tiempo reservé una mesa en un restaurante para celebrar (el cumpleaños) con un grupo de amigos», le dice a la BBC.
«No había donde ir»
Hasta Australia, el itinerario del Magnifica fue casi perfecto. En enero, cuando surgió el coronavirus en Asia, el barco estaba muy lejos, en América del Sur, donde el virus no se detectaría hasta finales de febrero.
Cuando llegó a Nueva Zelanda, solo se habían confirmado cinco casos, todos ellos viajeros, sus parejas o parientes.
Pero cuando el Magnifica se acercó a Tasmania el 14 de marzo, el coronavirus había alcanzado al crucero. La isla tenía seis casos y las cosas estaban empeorando.
El barco tenía permiso para atracar en la capital, Hobart, pero el capitán Leotta sabía que si los pasajeros desembarcaban, podían regresar con algo más que souvenirs.
«Decidimos que era mucho mejor para nuestros pasajeros permanecer seguros a bordo», cuenta.
El mundo, que parecía tan grande cuando salieron de Génova en enero, de repente era mucho más pequeño.
«Estaba claro que básicamente no había a dónde ir», analiza Leotta
En Sídney, el capitán anunció la noticia: el crucero por todo el mundo había terminado. Debían volver a casa. El viaje de sus sueños se había convertido en un sueño a medias.
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