El horrible asesinato de tres mujeres estadounidenses y seis de sus hijos en el norte de México la semana pasada fue, para muchos en Washington, una llamada de alerta del continuo deterioro de las condiciones de seguridad al sur de la frontera. Para los mexicanos, fue solo el último de una serie de episodios impactantes.
La emboscada de las familias mormonas fundamentalistas en un desolado tramo de desierto llega a pocas semanas de que fuera tomada la ciudad de Culiacán, Sinaloa, por cientos de miembros del crimen organizado que superaron a las fuerzas de seguridad mexicanas y liberaron a Ovidio Guzmán, hijo del chapo Guzmán. Unos días antes de eso, 14 policías fueron abatidos a tiros durante una emboscada en el estado de Michoacán. Antes, un incendio provocado en un club en Veracruz mató al menos a 27 personas. Y la lista sigue.
México ha luchado durante años contra el caos que han sembrado los cárteles del narcotráfico, pero ha habido una escalada alarmante desde que el presidente izquierdista Andrés Manuel López Obrador asumió el cargo en diciembre pasado. En los primeros seis meses de 2019, se cometieron unos 17 000 homicidios, y es probable que se superen los 33 000 del año pasado, una cifra récord en la historia reciente del país.
Es difícil no concluir que el aumento en la violencia es una consecuencia de la política de López Obrador de disminuir la intensidad de la guerra contra los cárteles que realizaron los presidentes anteriores, a la cual ha calificado como “un desastre”. La frase que ha utilizado es “abrazos, no balazos”. El presidente señala que reducirá la violencia con más gasto social y la eliminación de la corrupción en el gobierno. Tras la masacre de los estadounidenses, el presidente se mostró retador: “No se puede combatir la violencia con más violencia”.
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López Obrador tiene razón al señalar que la estrategia de los presidentes anteriores de movilizar a los militares contra los cárteles no sólo no los derrotó, sino que causó miles de muertes. Aunque su enfoque no es tan pacífico como parece: creó una Guardia Nacional de 60,000 efectivos. Pero esa guardia está distribuida a lo largo de todo el país, y una parte de ella se ha desviado para detener a los migrantes de América Central, en un esfuerzo por apaciguar a la administración de Trump.
El cálculo de López Obrador puede ser que la forma más fácil de reducir la violencia es retroceder y esperar una tregua de facto con los cárteles. Pero la masacre de los mormones muestra por qué eso no funcionará: mientras los narcotraficantes luchan entre sí o se aprovechan del comercio legítimo, asesinan a personas inocentes.
Lo que México necesita es un enfoque integral para luchar contra el crimen organizado, que incluya más gasto social pero también mejorar el sistema de justicia y tener más y mejor equipadas fuerzas de seguridad. Estados Unidos, que durante años ha sido aliado de México en la lucha contra las drogas, podría hacer mucho para ayudar. Desafortunadamente, el enfoque sobre el problema del presidente estadounidense, Donald Trump, es el de una retórica vacía: “Este es el momento para que México, con la ayuda de Estados Unidos, desate una GUERRA contra los cárteles de la droga y los borre de la faz de la tierra”, tuiteó recientemente.
Como México ha aprendido dolorosamente, no es tan simple como eso. López Obrador necesita ajustar su estrategia. Pero es poco probable que México venza a los cárteles hasta que pueda tener de aliado a un presidente de los Estados Unidos preparado para tener algo más que una pose
The Washington Post.
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