Frente a los nuevos paramilitares, un hombre conocido como ‘Diablo Rojo’ fue obligado a hacer flexiones de pecho. “Cuando ‘Diablo Rojo’ ya estaba cansado y voltió (sic) a mirar, le dispararon en la cabeza, luego le dieron la orden a los que estaban haciendo curso de comandante para que lo llevaran al helechal, lugar donde hicieron el hueco para enterrarlo”, contó en 2017 a la Fiscalía un exparamilitar del Bloque Metro, postulado en el proceso de Justicia y Paz.
Por EL TIEMPO
Con el mismo tono desprovisto de emociones, como si describiera un procedimiento quirúrgico, continuó: “Se ilustró a un grupo sobre el ‘procedimiento para mutilar’. Se decía que de esa forma era mucho más fácil desaparecer una persona”. El comandante a cargo de la macabra lección tomó un cuchillo de la cocina. “Le abrieron el estómago, porque de esa manera el cuerpo no se sopla y no revienta, y después lo mutilaron por sus extremidades y lo tiraron al hueco”.
El curso de cómo mutilar a una persona hacía parte de los entrenamientos que, a finales de los años 90, recibían los hombres reclutados por las estructuras paramilitares. Una sentencia de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín contra nueve patrulleros del Bloque Metro recoge, en uno de sus apartados, cómo eran formados, además, militar y políticamente.
En escuelas dispuestas en sus zonas de influencia, los comandantes ‘instruían’ a decenas de reclutados para la guerra. A los destacados los seleccionaban para un curso de ‘Fuerzas Especiales de las Autodefensas’. Para volverlos agresivos, los enviaban tres días al monte, sin comida, y a su regreso solo les ofrecían un “sancocho de perros”.
“El rencor que sentían por comer canes lo desquitarían con otra persona”, dijo a Justicia y Paz otro exparamilitar: “Se formarían con resentimiento y tendrían un corazón duro”. Si no lo lograban, eran asesinados. Si lo conseguían, se graduaban como instrumentos de una guerra en la cual los paramilitares, y en particular el Bloque Metro de las Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá, fueron trágicamente protagonistas hace unos 20 años.
Si incumplían el régimen “disciplinario” de la organización –tenían prohibido consumir drogas, cometer violaciones, hablar mal de los comandantes o agredirlos y amenazar a sus compañeros–, eran enjuiciados ilegalmente y asesinados.
Academias del crimen
Fueron cerca de ocho las “escuelas” donde los comandantes del bloque entrenaron a sus reclutas. Las dos más conocidas estaban en el municipio donde ese bloque nació: San Roque, nordeste antioqueño. La escuela ‘Percherón’, en el corregimiento Cristales, y la escuela ‘Corazón’, en la vereda Montemar.
En San Carlos, municipio del oriente de Antioquia donde tenía una propiedad Carlos Mauricio García Fernández, comandante del Bloque Metro, había otras dos, una en el corregimiento El Jordán y otra en la vereda Tinajas.
Allí aprendían desde “emboscadas, patrullajes, listas de la muerte, retenes y desapariciones de personas” hasta asesinatos selectivos, extorsiones, saqueos, exhibición de cuerpos asesinados y otras prácticas de terror, según recoge un informe del Centro de Memoria Histórica sobre San Carlos, citado por la sala de Justicia y Paz.
Otros lugares de formación de paramilitares, ‘La Acuarela’ y ‘La 35’, estuvieron en Angelópolis (suroeste) y San Pedro de Urabá, respectivamente. Y otro más en ‘La Hacienda de Monos’, en Amalfi, municipio donde nacieron los hermanos Fidel, Vicente y Carlos Castaño Gil.
A cargo de las escuelas estaba el propio García Fernández, alias Doble Cero, así como ‘Hinestroza’, ‘Cabo Flaco’, el ‘Mocho’, ‘Lucas’, ‘Brayan’ y ‘Mario Pistola’, una lista de alias de paramilitares cuya verdadera identidad se desconoce debido al exterminio casi total que sufrió el Bloque Metro a manos de otras estructuras paramilitares a inicios de los 2000. Sin embargo, la sentencia asegura que “se centraban en elegir oficiales retirados” de la Fuerza Pública, tal como era el propio ‘Doble Cero’.
La sentencia asegura que, además, tenían tres centros de descanso y abastecimiento donde también recibían entrenamiento: la “base de Alcatraz”, en San Carlos; y en San Rafael, la “base de la Pantera”, en la vereda La Granja, y otro sin nombre en la vereda El Tesorito.
También hubo un lugar de entrenamiento en Medellín. En lo más alto de la comuna 3 acondicionaron canchas y partes de la montaña colindante con el barrio San José de la Cima para adiestrar a los jóvenes reclutados de los ‘combos’ de la ciudad, que sabían usar armas, pero no tenían entrenamiento militar.
A esa estrategia urbana, el comandante ‘para’ Jorge Iván Arboleda Garcés la llamó el ‘proyecto Medellín’. “Nosotros primero sí pertenecimos a un combo; nunca vimos a un comandante, siempre decíamos ‘un amigo’ o ‘el que lleva la vuelta’. Entonces, nos enseñan que hay unos conductos regulares, nos enseñan una instrucción militar”, contó un postulado a la Fiscalía.
El curso político-militar
Cuando llegaban a los centros de entrenamiento les entregaban equipo de campaña y comenzaban un proceso de formación de dos meses, antes de recibir material bélico.
Las clases se iniciaban a las 5 a. m. Recogían todo su equipo, hacían formación militar y salían a trotar y a hacer ejercicio una hora con los elementos de campaña a sus espaldas. Después, volvían a la escuela, se bañaban y lavaban el camuflado en cinco minutos, desayunaban y volvían a formar para aprender a marchar y a presentarse a sus superiores.
En el día aprendían tácticas de combate –arrastre bajo, zigzag, pila, palo de equilibrio, telaraña, pasamanos, lazo– que eran, según la sentencia, “la parte más ruda en todas las fases de entrenamiento”, pues quienes no lograran aprenderlas eran sometidos a castigos “humillantes”. Así lo remarcó también un excombatiente: “Cuando uno está en un grupo al margen y no hace las cosas bien, ya sabe que no es sanción, sino que es su vida la que está en juego”, declaró.
Durante la jornada también les enseñaban doctrina e ideología, desde oraciones para repetir cada día hasta himnos de la organización. “Las capacitaciones de nosotros eran principalmente cómo entrarle a la población, cómo ganarnos el corazón de la población”, aseguró un exparamilitar sobreviviente.
Quien no aprendiera la ‘lección’ era lanzado a un barrizal con restos de comida donde debía permanecer hasta que la sanción le fuera levantada. Además, aprendían “políticas” de la organización, como “ir en contra del vicioso, el violador, el ladrón” –lo que se tradujo en una práctica extendida de “limpieza social”–, o que eran un “ejército para apoyar el pueblo” que no podía igualarse a las guerrillas.
Los magistrados señalan que esto se implementó de modo contrario, a juzgar por las masivas violaciones a derechos humanos cometidas por el Bloque Metro, que incluyen homicidios, desapariciones forzadas, desplazamientos, torturas, secuestros y reclutamientos forzados.
En 2002, ‘Doble Cero’, considerado un paramilitar de raigambre ideológica, entró en disputa con ‘don Berna’, comandante del bloque Cacique Nutibara, por la financiación con el narcotráfico. Entonces, el Bloque Metro se escindió de las AUC y fue exterminado en cuestión de años por sus antiguos compañeros de armas, en una guerra a la que solo sobrevivieron algunos de los que se enfilaron a otros bloques paramilitares, como quienes contaron esta historia.
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