Unos suman más de un mes, otros dos semanas, y los recién llegados, un día durmiendo en un albergue de hombres sin hogar. Aproximadamente 20 venezolanos pasan sus noches en este “shelter”, ubicado en la avenida Nueva York de Washington DC. Algunos, como Wyinder*, debieron quedarse dos noches en la calle antes de tener un techo temporal, cuya cama hay que reservar todos los días. Otros, como Alexander, lo lograron unas horas después de haber arribado a la capital de Estados Unidos. Todos llegaron en autobuses procedentes de Texas, en el marco de la política del gobernador Gregg Abbott de enviar hacia DC y Nueva York a personas en búsqueda de protección que ingresaron por la frontera sur de este país.
Por: Luz Mely Reyes
Hugo e Ismael* llegaron el 30 de julio a Washington DC con otras 40 personas, la mayoría de nacionalidad venezolana, procedentes de Texas. Sin sponsor o patrocinador, que financien la estadía ni familiares que los acojan en un hogar, los jóvenes de 25 años viven un día a la vez. El primer día, cuando nos conocimos, no podían articular palabras en inglés. Dos semanas después, con la ayuda de Google translator, saben cómo pedir una cama, además pueden comunicarse con otros “homeless” que usan estas instalaciones.
En su primer día los acompañaban Carlos, el hermano de Hugo y otros dos venezolanos que prosiguieron su recorrido hacia Indianápolis y Carolina del Norte. Formaban parte de un grupo de nueve jóvenes que se conocieron a mediados de julio en un albergue de migración en Monterrey, México. Allí se encontraron luego de atravesar la selva del Darién, cruzar por tierra las fronteras de Panamá, Costa Rica. Nicaragua, Honduras y Guatemala. Fueron detenidos por funcionarios policiales y devueltos por las autoridades a Acapulco, luego a Tapachulas (sur de México) donde debieron tramitar nuevamente el permiso que les permitiera transitar por el territorio mexicano. Desde allí reiniciaron el camino hacia el norte para llegar a Piedras Negras, en el estado de Coahuila, población mexicana por donde miles de migrantes venezolanos y de otras nacionalidades cruzan el Río Grande hasta la otra orilla, en Eagle Pass u otras localidades texanas.
Para evitar ser interceptados otra vez, aunque contaban con un salvoconducto, se subieron a un tren de carga cerca de Monterrey. Lo que pudo ser un trayecto de cinco horas en bus se convirtió en una odisea de cinco días que vivieron entre rieles, desierto, sed, hambre, temores por la presencia de grupos civiles con armas y uniformados.
Por eso, aquella tarde del 30 de julio, mientras Hugo e Ismael veían llegar a otros hombres desamparados al refugio en Washington DC no dudaron en decir:
一Hemos pasado cosas peores antes de llegar aquí.
No solo se referían a su paso por el Tapón del Darién, pues consideran que en México y en Guatemala hay otros trechos tan infernales como la intrincada selva que marca la frontera entre Colombia y Panamá, y que en los últimos meses se ha convertido en ruta habitual de muchos venezolanos y venezolanas en tránsito hacia Estados Unidos.
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