Las crisis no tienen la bondad de surgir de manera paulatina. Son problemas que afloran de golpe. En 2014, Venezuela padecía altos índices de delincuencia, escasez, devaluación, desempleo e inflación. El éxodo se aceleraba. Y Nicolás Maduro todavía no cumplía su primer año de mandato —que alcanzó en unos comicios de cuestionada legitimidad—. Había descontento en la población, y Leopoldo López supo canalizarlo. Junto con Maria Corina Machado, convocó masivas manifestaciones para exigir un cambio de gobierno. Protestas que fueron recibidas con balas por funcionarios del Estado, provocando muertes que no hicieron sino echar más leña al fuego social. Maduro culpó a López de la violencia y ordenó su arresto. Entonces el líder opositor pasó unos días en clandestinidad hasta que se entregó pocos días después; no estaba dispuesto a huir del país.
Ese momento histórico lo plasma Javier Moros en ‘Nos quieren muertos’, una obra de no ficción protagonizada por López y su esposa Lilian Tintori en la que se narra esa época en la que el dirigente político, ahora exiliado, perdió su libertad. En su hogar, el escritor español recibe al ABC para conversar sobre aquellos convulsos años.
¿Cuál fue la etapa más difícil para Leopoldo y Lilian?
En un momento dado, a Leo lo rompieron, lo quebraron en la cárcel. Es muy bonita la manera en que salió de eso porque él intentó hacerse daño con pedazos de cable que consiguió arrancar de la pared. Y al final lo convirtió en un rosario, porque es muy católico. Pero hubo otros momentos durísimos, como cuando escuchan la condena a catorce años de prisión. La vida destrozada. No solo la de él sino la de toda la familia. Imagínate la madre, la mujer con hijos pequeños. A mí lo que me interesaba como escritor, desde el punto de vista dramático, es que es fácil ser un héroe, pero ¿y la familia? ¿Por qué Lilian tenía que aceptar que él se dedicase a la causa de su país? ¿Y los niños qué? ¿No era la prioridad su seguridad o educación? Decir «vámonos a Miami y ya está», hubiese sido lo normal. Entonces, se plantean todos estos momentos tremendamente dramáticos, como la vida misma, cuando uno toma una decisión en la que se sacrifica a sí mismo por el bien común, pero ¿y los demás? Estando en la cola de visitas de la cárcel, una señora que llevaba quince años yendo a ver a su marido le dice a Lilian: «tener a alguien en la cárcel es como tener a un muerto toda la vida pegado».
Este lunes se ha presentado en Madrid la iniciativa virtual ‘Realidad Helicoide’, que a través de los testimonios de una treintena de expresos políticos venezolanos, entre ellos el de Víctor Navarro, sumerge a quienes lo ven en los abusos que sufrieron durante meses y años a manos del régimen venezolano
¿En qué género puede catalogarse la obra?
Eso ha sido objeto de debate en la editorial. Todos mis libros están basados en historias reales, pero este, más que ninguno, es lo que se llama una novela de no ficción. Que es un poco oxímoron, pero quiere decir lo que quiere decir. Esto es lo que hacía Truman Capote con ‘A sangre fría’. Está basado en una investigación exhaustiva, con muchísimas entrevistas a mucha gente, y contado como si fuese una novela. Es lo que llaman en inglés ‘dramatized non fiction’, «no ficción dramatizada».
Entonces no hay ficción en el libro.
No hay nada inventado. Está todo reconstruido de acuerdo a los personajes que estuvieron allí. La palabra ficción es tramposa porque parece inmediatamente que es invento. No. Prefiero utilizar el término «dramatización». A mí no me gusta que se diga que es una novela, lo que pasa es que hay que decir que es una novela porque es lo que vende.
Unos minutos más tarde de iniciada la conversación con el escritor, llega Leopoldo López al despacho de Moro y se une a la conversación.
¿Cómo fue esa situación en la que pensaste quitarte la vida?
Ese fue un momento muy duro. Me sacaron de la inercia que traía. Yo estaba preparado para pasar el tiempo que sea en prisión, pero me llevaron a la casa y allí pude ver a mis hijos. Pude volver a sentir el calor del hogar y la comodidad. Y de repente me regresaron a la cárcel. Siempre le pedí a la juez que me llevaran a una cárcel común, pero me regresaron a Ramo Verde (cárcel militar) y me metieron ahí en una celda blanca. Pequeña y muy muy fría. No tenía absolutamente nada. No tenía noción del tiempo. No había visto a mis hijos ni a mi esposa. En un lugar como ese, se desarrolla un sentido de claustrofobia, de asfixia, en el que sientes que se te viene todo encima. El techo, las paredes. No tienes noción del tiempo. Y ese fue el momento más duro que me tocó vivir.
Como narra Moro en su obra, uniendo los trozos de cable con fuertes nudos para que resistiera, Leopoldo se dio cuenta de que había fabricado un rosario. Fue su creencia religiosa lo que lo hizo aferrarse a la vida.
Sin planearlo, Lilian, tu esposa, se convirtió en tu vocera y también en dirigente política cuando estabas en prisión. ¿Cuál es su papel ahora?
Como todos los que hemos pasado por esto, llegar a un país extranjero, requiere de reinvención. Lilian sigue siendo una activista de derechos humanos, sigue muy activa con el esfuerzo de ayudar a los presos políticos y se ha dedicado a escribir un manual para familiares de presos políticos que se publica ahora en noviembre. Lo ha hecho con la colaboración de muchos familiares que han logrado que sus presos salgan en libertad. Y a nosotros también nos ha tocado reconstruir nuestra vida familiar. Habíamos pasado siete años separados. Yo tenía sin compartir con mis hijos muchos años. Cuando llegué a la cárcel, mi hijo Leo tenía un año, luego pasamos un año en casa por cárcel y más tarde pasamos casi dos años sin verlo a él y a Manuela, mi hija mayor. Pero es cierto que la intención de Lilian nunca fue meterse en la política. Nunca pensamos que eso sucedería. Y creo que ella hizo un papel, que está resaltado en el libro, muy importante, que es haber presentado al mundo, lo que ocurría en Venezuela. Hasta el año 2014 todavía había mucha confusión de lo que pasaba en nuestro país. No había mucha claridad en si era una democracia o no, tampoco había claridad en lo que eran los crímenes o abusos por parte de la dictadura y le tocó a Lilian llevar a eso a muchos lugares del mundo y que esa voz tuviese una una profunda repercusión.
¿Qué crees que es lo peor de ser esposa de un preso político?
Que vives las consecuencias de la prisión política al igual que el preso. Incluso llegan a transitar un camino de mayor ansiedad y mayor angustia que el propio preso. Y en este caso no solo mi esposa, sino mis hijos, mis padres, la gente cercana.
De todas las formas de prisión, ¿cuál es la peor? La clandestinidad, la cárcel, el arresto domiciliario o el exilio?
Todas son muy difíciles y cada una a su manera. Es difícil compararlas. En la cárcel, estuve la mayor parte del tiempo en confinamiento solitario. Otros presos políticos vivieron hacinamiento; a mí me tocó confinamiento solitario y es muy rudo. Pero el arresto domiciliario también fue muy duro porque ya no era yo el preso, sino toda mi familia. Estaban expuestos todas las noches a que volviera a entrar el SEBIN (el servicio de inteligencia) para llevarme preso. Todas las noches vivimos con esa angustia. Eso a mí me afectó mucho porque mis hijos también sufrían lo que era vivir en prisión. Y el exilio también es bastante difícil porque te enfrentas al destierro. Un exiliado político no está en el exilio porque quiera estar, es porque no puede regresar a su país. Hay mucha gente que no vive en Venezuela, pero que puede regresar; no es nuestro caso.
¿Qué recuerdan tus hijos de esa etapa de reclusión? ¿Fue traumático o la estructura familiar ayudó a matizar el impacto en ellos?
Nosotros intentamos acompañar a nuestros hijos. Al inicio, cuando llegué a la cárcel, Manuela tenía cuatro años. Intentamos con ella todo esto de ‘La vida es bella’, tratando de matizar la situación. Le decíamos que yo estaba en una universidad, estudiando, y que mi habitación tenía rejas porque había en la montaña muchos animales de los que protegerse. Pero eso duró poco porque en el colegio también le hablaban, entonces ella se enteró rápidamente de que su papá estaba preso. Así que, desde pequeños, mis hijos han estado expuestos a conocer cuál es la realidad.
¿Qué opina Manuela ahora que es más grande?
Ella está consciente de que este ha sido un camino que nos ha tocado transitar por algo que consideramos más importante que cualquier cosa, que es la libertad de nuestro país.
¿Crees que están conscientes de la magnitud histórica de lo que vivieron sus padres?
No lo sé. Federica, que con cinco años es la más pequeña y no tiene memoria de Venezuela, siempre me pregunta con mucha sorpresa por qué tanta gente me saluda o llora cuando me ve, o por qué tanta gente me abraza. Y le comentamos que es por nuestra lucha por la libertad. Y cuando me pregunta cómo salí de la cárcel yo le hablo de unos gavilanes, yo tenía uno frente a la cárcel. Entonces ella tiene la idea de que a mi me salvaron unos gavilanes y que somos la familia libertad. Desde que estaba en Ramo Verde, Lilian y yo tuvimos esa manera cómplice de hablar con nuestros hijos.
¿Hay algo positivo que saques de tu tiempo en la cárcel?
Sí, para mí la cárcel fue un momento de extrema introspección. Yo había leído mucho sobre qué hacen las personas en la cárcel porque ya había salido una orden de captura en mi contra, y había aprendido que el tema de la rutina era vital. Yo me planteé la mía haciendo tres cosas: rezando todos los días, haciendo mucho ejercicio y tratando de leer y escribir para ejercitar mi cabeza, mi intelecto. Eso me dio una oportunidad de mucho crecimiento espiritual, personal y de autocontrol. Si bien la cárcel fue muy dura para mí y para mi familia, muy injusta por supuesto, siempre traté de crecer en el espacio en el que podía. Como familia, tratamos de ver ese episodio no con amargura sino como un episodio que nos tocó vivir, como le tocó a mi abuelo, a mi bisabuelo y a muchos otros.
¿Valió la pena tanto sacrificio?
Yo no me arrepiento de nada, nunca me he arrepentido.
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