No son psicólogos expertos en traumas, pero logran con su sola presencia calmar ambientes tensos y rebajar la tristeza. Son los «comfort dogs» (perros de consuelo o terapia), que en Estados Unidos tienen una especialización: los tiroteos masivos.
Paula Escalada Medrano / EFE
En lo que va de año han estado, entre otros lugares, en Monterey Park, donde un hombre mató en enero a 11 personas en un estudio de baile, y en Allen (Texas), donde otro atacante asesinó hace tres semanas a ocho personas en un centro comercial.
Esta semana, un grupo de unos diez golden retrievers acudió a Uvalde, en el estado de Texas, donde el miércoles se conmemoró un año del ataque a la Escuela Primaria Robb, en el que murieron 19 niños y 2 profesoras.
Entre los fallecidos estaban dos amigas de Adalyn, de 10 años, quien el día del aniversario acudió con sus padres y su hermana pequeña al memorial que se instaló en la plaza central del municipio tras la tragedia.
Abrazada a su madre, estuvo un rato llorando mientras miraba las cruces con fotografías de los niños, juguetes y flores, que fueron dejando decenas de ciudadanos o familiares a lo largo del día.
Pero cuando apareció Gideon, con su pañuelo al cuello y un peto bordado con la palabra «acaríciame» se puso a tocarlo tumbada en la hierba y la tristeza desapareció de su rostro por completo.
«Acariciar a un perro les trae calma y les ayuda, por un momento, a olvidarse de lo que sea que tengan en mente», cuenta a EFE Bonnie Fear, coordinadora del proyecto perteneciente a las Lutheran Church Charities, una organización luterana con sede en Northbrook, Illinois.
A Uvalde es la tercera vez que van. «Estuvimos aquí el año pasado (cuando se produjo el tiroteo) y septiembre cuando comenzó el curso escolar para darle la bienvenida a los niños», detalla Fear, quien explica que acuden siempre por invitación de las iglesias luteranas de la zona.
Por las propiedades terapéuticas de acariciarlos (bajan la presión arterial y ayudan a aliviar la ansiedad, según numerosos estudios científicos), los perros son usados en numerosas terapias en muchos países, pero en Estados Unidos este uso tiene una particularidad: la intervención en zonas donde se producen tiroteos masivos.
Para ello, explica Fear, son «altamente entrenados» desde cachorros para estar «capacitados para responder a una crisis». «La mayor parte del entrenamiento es para la calma porque en un entorno como este, queremos que los perros estén tranquilos y que las personas solo los acaricien y se sientan liberados», detalla.
En total cuentan con 130 perros, todos golden retriever porque «se ven diferentes, son especiales». Pertenecen a la organización religiosa pero en su día a día son cuidados por familias que viven en 27 de los estados en los que este proyecto tiene presencia.
En las intervenciones, cada uno va acompañado de una persona que sostiene la correa y que también recibe entrenamiento para crisis porque es quien suele mantener conversaciones con quienes se acercan a acariciar a los perros.
«Estamos entrenados para escuchar y hablar con los niños y los adultos. Los escuchamos cuando quieren desahogarse, pero muchos no quieren hablar, solo quieren acariciar al perro», detalla Fear.
Cuando hablan, añade, suele ser sobre «preguntas sobre el perro. «Nunca tratamos de preguntar cómo les va porque es obvio».
En los años que lleva existiendo el proyecto, creado en 2008, han pasado por los sucesos más sangrientos que ha vivido el país, entre ellos el tiroteo de Las Vegas de 2017, en el que fallecieron 58 personas, la peor masacre en los Estados Unidos desde los atentados del 11 de septiembre de 2001. También en el segundo más mortífero, la masacre de la discoteca Pulse de Orlando, que causó 50 víctimas en 2016.
Cuando no se dedican a acudir a estas tragedias, apunta Fear, van a hospitales o colegios, donde también se ponen de manifiesto sus beneficios terapéuticos.
«Hemos estado en hospitales y visto como un paciente, cuando comienza a acariciar a un perro, el monitor muestra que sus pulsaciones se reducen y su presión arterial baja», afirma mientras observa a otro grupo de niños jugando con un perro, apartando por un momento la vista de las cruces que recuerdan el horror que hace un año vivió la ciudad.
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