Mojados. Otro significado que se suma al vocabulario venezolano gracias a la migración forzada que aumenta día a día. La historia de hombres y mujeres que deciden arriesgar sus vidas en el cruce, por río, entre México y Estados Unidos, ya no es lejana. Por cada uno de los ochos pasos importantes que hay para llegar a la frontera norteamericana, se registran más y más venezolanos. ¿Qué los diferencia de quienes deciden entrar como turistas o bajo cualquier otro estatus por los aeropuertos? Que no tienen visa y buscan asilo mostrando la vulnerabilidad de sus vidas.
Ramón Sarmiento salió de Maturín, estado Monagas, con un objetivo: huir del comunismo, según sus propias palabras. Vendió un carro en 1.500 dólares y con eso debía rendirle hasta llegar a su meta, Miami. Planificó llegar a Estados Unidos cruzando la frontera con México, entregarse a las autoridades americanas para iniciar el proceso de asilo y vivir una vida estilo “sueño americano”. Pero nada salió como lo había planeado.
Primero, de Maturín a Cúcuta por tierra, de allí hasta el Aeropuerto Internacional de Ciudad de México, posteriormente tomó, junto a su esposa con siete meses de embarazo, un avión hasta Monterrey, Nuevo León, para iniciar viaje a Tamaulipas, Nuevo Laredo, frontera con Estados Unidos. Hasta ese momento todo transcurrió con normalidad. Al llegar se anotaron en una lista de espera y estuvieron 20 días en el refugio “Casa del migrante Nazareth” a la espera de que los llamaran para iniciar el proceso de asilo ante el Immigration and Customs Enforcement (ICE) o servicio de inmigración de Estados Unidos.
“En ese asilo había personas de todas las nacionalidades, pero el grueso éramos venezolanos. Pasamos 20 días, hasta que nos llamaron. Pasamos dos días en detención y debo decir que la atención fue buena, incluso mi esposa estuvo esos días monitoreada en hospitalización por lo avanzado del embarazo. Las autoridades nos dijeron que debíamos esperar, por la nueva ley, en México que el juez tomara una decisión en nuestro caso. El tiempo de espera era de dos meses. Volvimos a México y nos asentamos en Nuevo Laredo. Busqué un trabajo de mesonero y alquilamos una habitación a esperar que transcurrieran los dos meses para nuestra cita ante la corte de inmigración. Intentaron secuestrarnos. Cuatro hombres se nos acercaron en una parada y nos dijeron ‘acompáñennos’. Ya me habían alertado y les dije que éramos cubanos. No sé por qué, pero a los cubanos no les hacen nada”, acotó.
Primero llegó la fecha del parto de Karla, la esposa de Ramón, que la cita de inmigración. Tuvo a unas hermosas gemelas en un hospital público de Nuevo Laredo, y pese a que las niñas nacieron en perfecto estado de salud y a término de tiempo, a Karla le hicieron una mala praxis que la mantiene todavía convaleciente. “Durante la cesárea le cortaron la vejiga y no se dieron cuenta. La cerraron y a los dos días se le inflamó el estómago. Les dijimos a los médicos de guardia y dijeron que era normal en las mujeres con cesárea que tuviesen cólicos y gases. Le dieron de alta y el estómago se le puso hinchado como si estuviese embarazada otra vez. Fuimos al hospital, de nuevo, y le vieron líquido. Le drenaron siete litros de orina y la volvieron a operar para sacarle el útero y reconstruirle la vejiga. Ahora quedó con una sonda”.
Por atender a su esposa y a las gemelas, Ramón perdió el trabajo de mesero y ahora viven de la caridad y solidaridad de algunos conocidos mexicanos y de las colectas que, a través de redes sociales, han hecho varios grupos de venezolanos. Las niñas son mexicanas y por ende, los abogados de la pareja les dijeron que el Estado mexicano los asume ahora y no pueden pedir asilo, por razones políticas, en Estados Unidos.
“¿Qué nos queda? Hacer vida acá en México y esperar que la pesadilla venezolana termine. No nos arrepentimos de nada de lo que hemos vivido en estos casi cinco meses, porque logramos alejarnos del comunismo. Las niñas nacieron lejos de eso”, agregó.
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