Para algunos es un reformista a la espera de su oportunidad para hacer los cambios que necesita la Revolución de Cuba.
Para otros, un burócrata gris elegido a dedo para mantener a flote el retrógrado sistema político de la isla.
Quién es realmente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el hombre que sucedió a Raúl Castro en la jefatura del Estado cubano y que ahora lo releva también en el cargo de primer secretario del Partido Comunista Cubano (PCC).
«Es una gran pregunta cuya respuesta solo dará el tiempo», responde en conversación con BBC Mundo el exembajador cubano Carlos Alzugaray.
Díaz-Canel, quien celebra su 61 cumpleaños este 20 de abril, tendrá la responsabilidad de guiar al país en circunstancias inéditas.
Por primera vez en seis décadas no habrá un Castro en el poder y Cuba afronta una crisis económica que los especialistas solo comparan con el llamado «Periodo Especial» de la década de 1990, cuando la caída de la URSS dejó a la Cuba castrista sin su gran soporte internacional.
La pandemia de covid, que terminó con el turismo del que dependía la isla, y las sanciones de Estados Unidos, que el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no ha dado muestras de tener prisa por levantar, han agravado la situación.
Coincidiendo con el relevo en la dirección del partido único en Cuba, el colectivo de artistas disidentes del Movimiento San Isidro ha intensificado sus acciones de protesta.
El relevo en la dirección del PCC confirma que la generación que protagonizó la insurrección contra Fulgencio Batista inicia su retirada y cede la posta a una menos avejentada de la que Díaz-Canel él es el máximo exponente.
Los círculos políticos e intelectuales que simpatizan con el gobierno se debaten entre quienes piden más reformas económicas y más apertura al exterior, y los que abogan por mantener el modelo de economía planificada y de la opinión pública para asegurar la estabilidad política.
Hasta ahora, como presidente, Díaz-Canel no ha dado muestras de tener intención de despegarse de las directrices marcadas por Raúl Castro, que en su discurso de despedida ante los delegados del PCC hizo hincapié tanto en la necesidad de reformas que dinamicen la economía como de evitar que esas reformas vayan demasiado lejos y conduzcan «a errores estratégicos y a la destrucción misma del socialismo».
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