De bloguero a abogado anticorrupción, de organizador de las mayores protestas desde la caída de la URSS a preso político. El líder opositor, Alexéi Navalni, se ha ganado a pulso en diez años de actividad política la vitola de enemigo público número uno del presidente ruso, Vladímir Putin.
Navalni, que llamó hoy a Putin «Vladímir el Envenenador», fue condenado a 3,5 años de cárcel en un juicio tachado de proceso político por la oposición rusa y Occidente.
NOVICHOK Y CONDENA DE CÁRCEL
Después de varios años de encontronazos, en agosto de 2020 las autoridades dijeron basta y decidieron eliminar al político ruso con mayor tirón en Occidente.
La operación secreta de los servicios especiales salió rematadamente mal y Navalni volvió a mediados de enero a Rusia cual ave fénix para desafiar al líder ruso.
«Putin ordenó mi asesinato», dijo Navalni, de 44 años, tras recuperarse en Alemania del envenenamiento con un agente tóxico de la familia Novichok.
Pero el Kremlin le estaba esperando. Las autoridades aprovecharon hoy la negativa de Navalni a personarse ante la autoridades por un antiguo caso penal para enviarle a prisión.
De esta forma, Putin se libra de otro enemigo como ocurriera en su momento con el hombre más rico de Rusia, Mijaíl Jodorkovski, encarcelado en Siberia (2003), o el opositor Boris Nemtsov, asesinado frente al Kremlin en 2015.
Navalni era el opositor con más gancho electoral, pero tras ser víctima de un intento de asesinato a manos del Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) se ha convertido en una celebridad en el exterior.
Hasta entonces, ese honor, el envenenamiento con agentes tóxicos, había estado reservado casi exclusivamente para antiguos espías del FSB que se habían pasado el enemigo, como Skripal o Litvinenko.
Según pasaban los días y Navalni se recuperaba del intento de asesinato, su estatura política no dejaba de aumentar. La canciller alemana, Angela Merkel, no dudó en visitarlo en la clínica La Charité de Berlín.
EL REY DE YOUTUBE
Navalni, un experto en el uso de las redes sociales, preparaba ya su venganza, que llegó en forma de tres comprometedores vídeos para el Kremlin.
Con la ayuda de Bellingcat y varios medios occidentales, Navalni logró recabar datos que prueban, según dice, la implicación del FSB en su intento de asesinato.
No se limitó a ello, sino que incluyó una conversación telefónica con uno de los presuntos participantes en la operación secreta que admitía que sus cómplices habían rociado Novichok en la ropa interior del opositor.
El último regalo envenenado del opositor al Kremlin fue el vídeo titulado «El Palacio de Putin» sobre la mansión que los amigos del presidente le habrían construido en el mar Negro y que uno de sus mejores amigos, el empresario Arkadi Rotenberg, admitió después que era de su propiedad.
Todo ello no sólo puso en evidencia al FSB y a Putin, sino que fueron vistos por más de 150 millones de personas, cifra que contrasta con los siete millones que siguieron la conferencia de prensa anual del presidente en esas mismas fechas.
RUSIA SIN PUTIN
Todo comenzó en Yábloko, de donde Navalni fue expulsado por sus ideas nacionalistas. Pero su ostracismo duraría poco, ya que en las elecciones parlamentarias de 2011 logró organizar las mayores protestas antigubernamentales desde la caída de la URSS al grito de guerra «Rusia sin Putin».
Al año siguiente dio el gran salto a la política al presentar su candidatura a las elecciones a la Alcaldía de Moscú, donde logró casi un tercio de los votos, un hito sin precedentes para la oposición extraparlamentaria.
La animadversión de Putin, que nunca le llama por su nombre, nace de las numerosas ocasiones en las que el opositor ha sacado a la luz las vergüenzas de aliados del Kremlin, a los que denuncia con su dedo acusador en las redes sociales lejos del alcance de la censura del Kremlin.
Para el látigo del Kremlin no hay tabúes a la hora de denunciar la corrupción en la administración pública. Sea el primer ministro, Dmitri Medvédev; el presidente del Parlamento o de un banco estatal, el fiscal general o la esposa del portavoz presidencial.
Navalni ya no era sólo un incordio, sino una amenaza. Desde entonces, fue condenado a sendas penas de cárcel por presuntos delitos económicos, que le inhabilitaron como candidato al Kremlin, y ha sido atacado en varias ocasiones, la última de las cuales casi le cuesta la vida.
Ni esos ataques ni la condena de hoy, martes, han impedido que Navalni se haya convertido en el faro de la conocida como primera generación libre de la historia de Rusia.
EFE
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