Nicaragua urge de una respuesta internacional contundente, no solamente para presionar al presidente Daniel Ortega a corregir su rumbo, sino también para desincentivar a otros gobernantes autoritarios que quieran seguir sus pasos, dijo a Efe el analista para Centroamérica del International Crisis Group, Tiziano Breda.
Para Breda, la situación actual de Nicaragua es insostenible en el mediano y largo plazo, y que el problema de fondo es que la salida del poder significaría para Ortega y sus aliados su final político y hasta la persecución judicial por los abusos de 2018, lo cual dificulta aún más la probabilidad que se abra una negociación sustancial para superar la crisis.
Para Ortega, «la supervivencia en el poder sobrepasa cualquier cálculo de estabilidad política», valoró el analista, para quien el mandatario apostará por un reacomodo con ciertos actores nacionales e internacionales después de las elecciones de noviembre.
Pregunta: Nicaragua vive una crisis desde 2018, que se ha acentuado de cara a las elecciones de noviembre. ¿Qué consecuencias puede tener una crisis prolongada en Nicaragua?
Respuesta: La prolongación de la crisis en Nicaragua tendría efectos domésticos e internacionales. En primer lugar, profundizaría las grietas sociales y políticas que se abrieron o volvieron a abrir en 2018, con el riesgo de que se reanuden tensiones en forma de manifestaciones o actos de intolerancia política. Además, una elección no competitiva ni transparente daría luz a un Gobierno con poca legitimidad, dificultando el acceso a recursos e inversiones internacionales, y así acentuando las dificultades económicas del país, provocando un subsecuente aumento de la emigración regional e incluso a Estados Unidos.
P: Hay quienes creen que el sandinismo no está interesado en que hayan transacciones políticas, ni a dar espacios donde tenga cabida el juego democrático. ¿Hay ventana abierta para la negociación?
R: Desde que ha regresado al poder ejecutivo, el FSLN, encabezado por Ortega, ha perseguido un proyecto de cooptación de los demás poderes del Estado. El mismo estallido de 2018 de alguna manera protestó también este proceso de acumulación de poder. Ahora bien, cuando Ortega se ha visto acorralado, ha accedido a negociar sobre algunos temas menores. Sin embargo, el problema de fondo es que la salida del poder significaría para Ortega y sus aliados la cancelación política y hasta la persecución judicial por los abusos de 2018, lo que dificulta aún más la probabilidad que se abra una negociación sustancial sobre la reconfiguración del Estado.
P: Por un lado, Ortega cierra los espacios a la oposición, y, por otro, Occidente aplica sanciones a sus familiares y allegados. ¿Es una historia sin fin o, de nuevo, hay espacio para una negociación?
R: Las sanciones se han vuelto un tema controversial. El pecado original ha sido la falaz concepción según la que éstas habrían sido instrumentales para derrocar a Ortega, en lugar de ser una de las herramientas para buscar una salida negociada a la crisis nicaragüense. Hoy por hoy, si por un lado siguen animando a las fuerzas de oposición, por el otro han atrincherado el gobierno en su discurso anti-imperialista, en lugar de procurar concesiones de su parte o provocar fracturas en sus alianzas. Además, los criterios para imponerlas han aumentado, pero los para levantarlas son cada vez menos claros, reduciendo los incentivos para Ortega. Hasta el día de hoy, las sanciones individuales u orientadas a ciertas instituciones no han sido suficientes para solucionar la crisis en el país, y las generalizadas, como los llamados a suspender a Nicaragua de tratados comerciales, tendrían consecuencias nefastas para la población, sin certeza de generar resultados.
P: Ortega ya administró una economía de guerra en los años 80. ¿Necesita el mandatario de Occidente o bastan sus aliados tradicionales y su círculo de poder en Nicaragua?
R: Ortega está consciente de que una relación positiva con el sector empresarial y la comunidad internacional es crucial para dar estabilidad a su Gobierno, y que la situación actual es insostenible en el mediano y largo plazo. La búsqueda de alianzas internacionales es más simbólica que práctica, ya que la economía de Nicaragua depende en mayor medida de las relaciones comerciales con Estados Unidos y de los préstamos e inversiones internacionales, y estos últimos se han contraído de manera significativa a partir de 2018. Sin embargo, parece que, para él, la supervivencia en el poder sobrepasa cualquier cálculo de estabilidad política.
P: Hay quienes opinan que si Occidente desconoce las elecciones, Ortega seguirá anulando adversarios. ¿Es posible encontrar algún término medio, una hoja de ruta consensuada? ¿Cuál puede ser?
R: Es probable que Ortega busque un reacomodo con ciertos actores nacionales e internacionales. Aunque a esta altura es difícil pensar que esto ocurra antes de las elecciones, sería deseable que los países de la región, particularmente los ideológicamente afines a Ortega, sigan apoyando acercamientos con el Gobierno para asegurar unas condiciones mínimas de competencia que el Gobierno no parece estar dispuesto a conceder. Si estos esfuerzos resultaran insuficientes y las elecciones se dieran en las condiciones actuales, una respuesta internacional contundente sería importante no solamente para presionar a Ortega a corregir su rumbo, sino también a desincentivar a otros gobernantes autoritarios que quieran seguir sus pasos.
P: ¿Está Nicaragua cerca de encontrar una salida a su crisis o se consolidará el poder absoluto de Ortega junto con el de su esposa, Rosario Murillo, como un régimen sin fin? ¿Cuál es su apreciación?
R: Es difícil pensar en un régimen familiar sin fin. Ortega es el colgante en un movimiento sandinista que empieza a sentir las fricciones entre la base histórica y las nuevas generaciones. Ningún miembro de su familia reúne las características para reemplazarlo, ni la vicepresidenta Murillo. Las tensiones entre diferentes corrientes del sandinismo están destinadas a surgir en algún momento, sobre todo cuando Ortega se defile de la vida política. Pero esto hace aún más importante que las demás fuerzas políticas y sociales busquen crear las condiciones para una convivencia pacífica con los simpatizantes del sandinismo, que según todas las encuestas representan por lo menos entre una cuarta y una tercera parte de la población.EFE
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