Kelly Ward, una enfermera de 35 años de la Enfermería Real de Bradford (Reino Unido), atendía a pacientes con coronavirus, cuando el pasado 19 de abril, durante su turno de trabajo, empezó a toser. Aunque, en general, se sentía bien, su estado empeoró bruscamente y, 24 horas más tarde, fue trasladada en ambulancia al mismo hospital donde trabajaba con dificultades respiratorias. Allí, los médicos le suministraron oxígeno y a continuación fue trasladada a la unidad de alta dependencia (UAD).
«Perdí el sabor y el apetito, me sentía tan seca por el oxígeno que me estaban dando, y no sabía si podía moverme. Sólo podía dar respuestas de una palabra», relató Kelly en su cuenta de Facebook.
El 21 de abril le hicieron una tomografía computarizada y le ofrecieron participar en un ensayo clínico de un medicamento que podría ayudar a los pacientes con covid-19.
En los días siguientes, Kelly se sintió aún peor y decidieron conectarla a una máquina de presión positiva (CPAP) para aliviar su respiración. En aquel momento Kelly entendió toda la gravedad de su estado y cayó presa del pánico, temiendo que no volvería a ver más a sus hijos ni a su familia.
«Conocía a una de los médicos. Habíamos trabajado juntos y le dije: ‘No me dejes morir’«, recuerda. «Ella y el resto del equipo fueron fantásticos, me tranquilizaron de verdad», asegura.
Ahora Kelly está fuera de peligro y en unos días planea volver a casa. En uno de sus últimos posts Kelly alertó que el coronavirus puede afectar a cualquiera y pidió a todos que se queden en casa.
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