Desde el fin de la Guerra Fría, a finales del siglo pasado, la reunión entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia –especialmente tras la llegada de un nuevo ocupante a la Casa Blanca– es casi como un ritual. Pese a las diferencias, que siempre son grandes, los líderes de las dos potencias por lo general acuden buscando espacios de cooperación, así sean estrechos, y con la idea de limar las asperezas más notorias –y peligrosas– en sus relaciones bilaterales.
Barack Obama, poco antes de acudir a su primer encuentro en el 2009, habló de “resetear” el antagonismo que se vivía con el Kremlin, mientras que George W. Bush, su antecesor, salió del suyo diciendo haber descubierto “el alma” de Vladimir Putin, ya desde esa época presidente en este país.
Pero la reunión de este miércoles en Ginebra (Suiza) entre Biden y Putin no es de ese talante. Podría describirse, más bien, como un tenso duelo entre dos titanes que se desprecian y cuyo único fin es mostrarse los dientes.
De acuerdo con expertos, la relación entre Washington y Moscú se encuentra en el peor momento de las últimas tres décadas. Ambos países han retirado a sus embajadores y reducido sus cuerpos diplomáticos a la mitad.
La desconfianza es extrema y los canales de comunicación se han ido cerrando con cada día que pasa. Biden, hace algunas semanas, catalogó a Putin de “asesino”, y el presidente ruso le contestó diciendo que “para reconocer a un criminal primero se debe ser uno”.
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