Este domingo 7 de agosto, el presidente Iván Duque y su coequipera la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez dejan el gobierno para otorgarle el poder absoluto a Petro y Márquez durante cuatro años (2022 -2026). Ya al ser los nuevos huéspedes de la Casa Nariño deben velar por el bienestar de todos los colombianos.
El honor más grande que puede tener un colombiano es presidir esta gran nación, llena de historia, grandeza, resiliencia, biodiversidad, multiculturalidad y un sentido inagotable de salir adelante por más retadoras que sean las circunstancias. Desde muy niño, y tal vez motivado por el espíritu de servicio a la comunidad que me inspiraron mi padre, Iván Duque Escobar, y mi madre, Juliana Márquez Tono, me fijé como un propósito de vida ser presidente de Colombia y servirle a mi país con amor y entrega.
Por Semana
Fueron muchos los momentos en los que, en cada acción, cada aprendizaje, cada responsabilidad y cada experiencia laboral, académica, familiar y espiritual, siempre estuvo presente construir, peldaño a peldaño, ese camino que me permitiera dejar hechos que recogieran un sueño y, al mismo tiempo, una materialización real de una visión moldeada en el trayecto de la vida.
El 7 de agosto de 2018 juré como presidente de Colombia, en medio de innumerables retos: nuestro país se encontraba sumido en una tremenda polarización política; enfrentábamos un frágil proceso de paz con las FARC, en el que existían múltiples obligaciones y un marco fiscal precario; los cultivos de coca se encontraban en su máximo histórico; el país registraba un crecimiento económico lánguido; grupos armados, como las disidencias de las FARC, el ELN, Los Pelusos, Los Puntilleros, Los Caparros y el Clan del Golfo, se habían fortalecido, y nos encontrábamos con una creciente crisis migratoria sin una agenda integral para enfrentarla, sumado a un sector privado asfixiado por la carga tributaria; una serie de proyectos de infraestructura con poco nivel de avance y una realidad triste frente a las energías renovables no convencionales, pues el país contaba con insignificantes 28 MW de capacidad instalada. Por supuesto, esta situación también contrastaba con un gran avance en otros frentes, producto de políticas de Estado que habían evolucionado positivamente a lo largo de los años.
Ante estos retos empezamos un gobierno motivado por dar resultados efectivos, por estar en los territorios más que en los escritorios del centralismo, por pasar las páginas de la fractura del Sí y el No y empezar un espíritu de gobierno alejado de los ataques, las diatribas y las estigmatizaciones. Nos preocupamos por poner en marcha una administración tecnocrática, pragmática, gerencial y efectiva que promoviera nuevas agendas sociales, tecnológicas, fiscales, y que, por supuesto, irrigara en todo el territorio la cultura de concluir obras estratégicas y transformar nuestra matriz energética. Así empezó nuestro gobierno y así hemos gobernado, pero hemos tenido que enfrentar el momento más difícil de nuestra historia: la irrupción de la pandemia del COVID-19, que llevó a Colombia y al mundo a una recesión económica profunda y a retrocesos en 2020 en el plano del mercado laboral y los índices de pobreza, y tuvimos que asumir semejante reto en paralelo con la mayor crisis migratoria que haya conocido América Latina y el Caribe; con la presencia del primer huracán categoría 5 en nuestro territorio insular, y con los embates de un proceso de recuperación social y económico en medio de un mundo político contaminado por la posverdad, el populismo y la polarización, que pretendió desestabilizar de manera permanente la gestión de nuestra administración.
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