En las condiciones derivadas de las votaciones del 10 de noviembre, no sólo será difícil conseguir la mayoría para formar gobierno, sino que, de formarse, no hay garantía ni de su estabilidad ni de su capacidad para desarrollar una política coherente a mediano plazo.
Ysrrael Camero / ALnavío
Las negociaciones están siendo particularmente difíciles para el PSOE, que da señales de una impaciencia que puede inducir al error y a la cesión imprudente ante las presiones catalanistas. Mientras Unidas Podemos (UP) intenta facilitar las relaciones con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), permanecen encendidas las alarmas en un sector empresarial que parece resignado a tener que coexistir con un gobierno progresista al estilo portugués.
Pero, en todo caso, en las condiciones derivadas de las votaciones del 10 de noviembre, no sólo será difícil conseguir la mayoría para formar gobierno, sino que, de formarse, no hay garantía ni de su estabilidad ni de su capacidad de desarrollar una política coherente a mediano plazo.
Como analizamos previamente, la constitución de un gobierno progresista es imposible sin establecer algún tipo de acuerdo, bien con el nacionalismo catalán, ahora en su procés, bien con los populares, amenazados de cerca por la ultraderecha.
Las fuerzas políticas se han decantado por la primera opción, abriéndose una negociación con la Esquerra Republicana de Catalunya que ha resultado en una sucesión de tragos amargos y gestos simbólicos de cesión por parte de un PSOE arrinconado frente a una ERC envalentonada.
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El apoyo del nacionalismo catalán ya le está saliendo muy caro a los socialistas, porque los primeros los tendrán tomados por los escaños lo que dure la legislatura, amenazando con hacerlos caer a cada instante.
El gobierno posible necesitará del concurso de los escaños del PSOE y UP, junto a los de Mas País de Íñigo Errejón, de los nacionalistas vascos, PNV y Bildu, que presionarán por la preservación del cupo vasco, del nacionalismo gallego del BNG, así como de Miguel Ángel Revilla. El trago fuerte es justamente el acuerdo con Esquerra. Esta sopa de letras política hace prever la fragilidad del próximo gobierno, atrapado entre tantas siglas, con dificultad para construir un programa político que unifique intereses tan distintos, no necesariamente coherentes entre sí.
Será un gobierno precario, que dependerá a cada paso de nuevas negociaciones y concesiones, sea para la aprobación de los presupuestos o para hacer pasar una ley. Si será complejo viabilizar las cotidianidades de cualquier legislatura, lo será aún más para realizar cambios sustanciales en el Estado.
Parece casi imposible que se pueda constituir el consenso político necesario, para avanzar en reformas institucionales de largo alcance, que son vitales para resolver temas tan urgentes como el equilibrio territorial, o tan importantes como la sostenibilidad de las pensiones o la reforma fiscal y tributaria.
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