“Pasábamos hasta dos meses en medio del monte, durmiendo bajo tierra o haciendo nidos con yerbas, palos, hojas, comiendo lo que apareciera (…), a veces por la madrugada venían, nos montaban en un camión y nos llevaban a la costa (…), eso fue en enero y febrero, con tremendo frío, nos subían a una lancha y nos soltaban un kilómetro, dos kilómetros mar afuera, con tremendo oleaje, y teníamos que nadar hasta la orilla. No se veía nada (…), a algunos tenían que sacarlos casi ahogados (…) hubo uno que se ahogó y apareció como a los dos días (…), los que renunciaban iban presos (…), casi dos años allá, más otros dos en el tanque (prisión), te hacen tierra”.
Por: Cubanet
Esto lo cuenta bajo condición de anonimato un exsoldado de una brigada cubana de Tropas Especiales, quien asegura haber recibido entrenamiento, entre mediados del año 2016 y finales del 2017, para cumplir misión militar en Venezuela.
Apenas pasa de los veinte años y las manos, el rostro y la mirada parecen las de un anciano destruido por las vicisitudes. Igual pasa con sus amigos, también exsoldados, reacios a hablar y a dejarse grabar en principio pero más tarde convencidos de que pudiera ser liberador.
Hablan con nosotros con miedo pero después de mucha insistencia por nuestra parte, se relajan un poco aunque advirtiéndonos constantemente que corren peligro. Pero hablar de lo sucedido, como dice uno de ellos, les brinda el alivio de saber que, aunque omitiendo sus nombre, alguien sabrá la historia.
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Desamparados y vulnerables
Huérfano de madre desde edad muy temprana, rechazado por el padre y los abuelos, todos alcohólicos y expresidiarios, uno de los jóvenes pasó parte de su adolescencia en varios internados escolares de la zona oriental del país donde fue forjando el duro carácter y la fortaleza física que lo hicieron elegible para una vida militar en tropas de élite como “boina negra”.
Los militares fueron por él y por otros muchachos de la misma escuela. Ya el director del plantel les había hablado de pasar a lo militar donde encontrarían en un futuro casa propia y otros beneficios materiales.
También durante varios días les proyectaron películas de violencia bélica, casi todas estadounidenses, para crearles expectativas. Ellos eran los más intranquilos, los más “problemáticos” de la escuela pero, igualmente, a los que nadie echaría de menos, ni siquiera esos pocos familiares que les quedaban en el mundo.
“Yo era muy regado, era un loco, loquísimo, de esos que si me mirabas me ponía verde (…), quería dejar de estudiar y esa era la mejor oportunidad. Lo veía como ir de campismo pero solo aguanté quince meses, después dije, mejor que me metan preso pero yo no voy a irme a morir a Venezuela, y así nos fuimos como veinte de un tirón, y éramos doscientos al principio, y cuando me fui ya quedaban unos cien (…), unos se fueron porque no aguantaron, se enfermaron, se fracturaron una pierna o perdieron un ojo, una mano, pero a los que nos íbamos porque renunciábamos, nos metían presos, dos años por la cabeza, y nada de prisión militar, como si fuésemos ladrones, de hecho mi causa aparece como robo con violencia y la de los otros socios igual, como asalto, tenencia de arma blanca. No hicimos nada y tenemos antecedentes penales, ni siquiera podemos salir del país ni buscar un trabajo decente”.
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Entrenados para matar
Al duro adiestramiento, que no tenía en cuenta horarios para dormir ni fin de semanas, se unía el entrenamiento psicológico extremo.
Según otro de los jóvenes exmilitares entrevistados, miembro del mismo grupo que desertara en 2017 y que luego fuera enviado a prisión, sin previo aviso eran recluidos desnudos durante días en huecos donde cabía apenas un hombre de pie, sin un mínimo de luz, casi sin ventilación y cero alimentos y agua.
“No te avisaban. Llegaba el sargento y decía ‘tú y tú, acompáñenme’, y tú ibas porque si no era peor (…), pero no siempre era para encerrarte en los huecos sino para torturarte o para echarte a fajar con otro, te decían, ‘mira está diciendo que tú eres maricón’ y era mentira pero tenías que entrarte a golpes con el otro, fajarte a pedradas, con palos o con bayonetas que entizaban con trozos de goma y tela pero otras veces, no (…), no podías tirar ni a la cara ni al cuello, no podías tirar a matar pero siempre se te iba y pinchabas, o te pinchaban, yo estoy lleno de marcas todas partes (…), nada, te curaban y volvías así mismo al fuego”.
También los preparaban para enfrentar la tortura tanto física como psicológica. No solo les explicaban las principales técnicas de interrogatorio sino que los sometían a varias de ellas, como métodos de ahogamiento, exposición a frío o calor extremos, electrocución, ruidos ensordecedores, asfixia y golpizas, ejercicios que eran monitoreados posiblemente por un asesor ruso.
“Había dos cubanos, un negro, Yoslén Pantoja, y otro ‘jabao’ que era más suave (…), se llamaba Neivis, sargento Neivis Lora, que le decían San Luis, porque dicen que era de San Luis (Santiago de Cuba) (…), cuando te tocaba ese uno respiraba tranquilo porque nunca se ensañaba como Pantoja, yo creo que lo disfrutaba, se reía, te escupía, y si estaba el ruso, entonces cágate porque ese sí era un demonio (…), claro que era ruso, si no se le entendía nada, lo único que decía más o menos bien era ‘maricón’ o ‘eres puta’, también picar (pedir) cigarro a todos los chamacos, eso sí sabía, lo otro lo decía en ruso, no sabía ni lo que estaba preguntando, uno quería desmayarse, morirse, yo me ponía a cantar, y cantaba como un loco porque no podía llorar, era peor, era lo único que podía hacer, y eso era casi un día entero”.
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