Todos quieren que termine la guerra. Y todos quieren que alguien más ponga fin a esto. Ese fue el mensaje, a la vez banal y controvertido, de los líderes de la Liga Árabe de 22 miembros y de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), una agrupación de 57 estados de mayoría musulmana. Todo quedó demostrado en una cumbre extraordinaria el 11 de noviembre en Riad, la capital saudí.
La reunión se produjo más de un mes después de una guerra en Gaza que sigue siendo un elemento fijo en las pantallas de televisión y en las conversaciones en todo Medio Oriente. La difícil situación de los palestinos capta la atención árabe y inflama las emociones de una manera que la difícil situación de los sudaneses, yemeníes o sirios no lo hace.
La cumbre conjunta terminó con una dura declaración que reflejaba esa ira: pidió un alto el fuego inmediato, imploró a los estados miembros que “rompieran el asedio a Gaza” e instó a un embargo de armas a Israel.
Sería fácil descartar la reunión como una tertulia, como suele serlo la Liga Árabe. Varios líderes denunciaron el doble rasero de Occidente cuando se trata de los palestinos. Me parece bien.
Sin embargo, lo hicieron en una cumbre en la que Bashar al-Assad, uno de los peores criminales de guerra de este siglo, fue invitado a pontificar sobre los crímenes de guerra israelíes: su propia dosis de hipocresía. Partes del comunicado final eran igualmente irónicas. Lejos de romper el asedio de Gaza, Egipto ha ayudado a mantenerlo durante casi dos décadas. Nadie en la oic vende armas a Israel, aunque algunos estados miembros sí se las compran a Israel.
Sin embargo, leído entre líneas, la cumbre fue reveladora. Profundas contradicciones coexisten con la reacción regional a la guerra. A muchos Estados del Golfo, por ejemplo, les gustaría que Israel se deshiciera de Hamás, aun cuando temen que hacerlo despierte el extremismo en sus propios países.
Quieren ver herido al “eje de resistencia” de las milicias proxy de Irán, pero les preocupa quedar atrapados en el fuego cruzado. Durante varios años han promovido la narrativa de un nuevo Medio Oriente, centrado en la economía más que en la ideología. Les preocupa que una larga guerra en Gaza arruine esos planes.
Ebrahim Raisi, el presidente de línea dura de Irán, habló durante casi 40 minutos en la cumbre; debajo de su túnica clerical llevaba una keffiyeh, el pañuelo en la cabeza que es un símbolo de la identidad palestina. En un momento instó a los países musulmanes a enviar armas a los palestinos. Esa sugerencia fue educadamente ignorada. Varios otros participantes instaron a imponer sanciones diplomáticas y económicas a Israel, pero éstas también fueron rechazadas.
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