Rachel Goldberg-Polin llevaba el número 236 pegado en la ropa, a la altura del corazón, cuando recibió a la AFP el pasado miércoles en su oficina en Jerusalén. Son los días que llevaba su hijo Hersh retenido en Gaza, tras haber sido secuestrado en Israel por Hamás.
En la entrada de su oficina, la israelo-estadounidense exhibe una bandera israelí junto a un banderín que dice «Traigan a Hersh de regreso a casa», en inglés y en hebreo, con una foto de su hijo de 23 años.
Tratando de controlar sus emociones, la mujer de 54 años señala que ese número, que ella cambia cada día, es un «emblema» de su «sufrimiento» y un «símbolo del fracaso de todos» para liberar a los 121 rehenes que permanecen en Gaza desde el 7 de octubre, incluyendo 37 que según el ejército israelí habrían muerto.
«Es una vergüenza para la especie humana no haber podido salvar» a los rehenes, agrega la mujer, instalada en Jerusalén con su marido y sus tres hijos desde su llegada de Estados Unidos en 2008.
La vida de esta madre se detuvo desde el ataque del movimiento islamista palestino Hamás en Israel del 7 de octubre, que causó la muerte de 1.189 personas de lado israelí, mayoritariamente civiles, según un cálculo de la AFP con base a datos oficiales.
Compara la pena «indescriptible» de las familias de rehenes a un «camión» que los atropelló a todos. «El camión sigue rodando sobre nosotros» día tras día.
El 7 de octubre, 252 rehenes fueron llevados a Gaza. En una tregua a fines de noviembre entre Israel y el movimiento islamista palestino, 105 fueron liberados. Pero no su hijo. La fe es lo único que la ayuda a seguir adelante.
Oración diaria de una madre israelí
«Rezo todos los días, y para mí es una forma de meditación, de terapia», dice esta judía practicante que trabajaba antes del 7 de octubre en el sector de la salud mental y no «tiene (más) opción» que «mantener la esperanza».
«De lo contrario no podría salir de la cama», dice. Cuenta que gracias a los somníferos logra dormir cuatro horas por noche.
Sus hijas de 18 y 20 años también la ayudan a mantenerse en pie: «A veces les toca comportarse como si ellas fueran la madre, y me siento mal porque es mi labor serlo».
A fines de abril, Hersh apareció en un video no fechado difundido por Hamás, una prueba de vida que sacudió a sus padres.
La última vez que su madre lo vio, el viernes 6 de octubre de 2023, la familia fue a la sinagoga y después a la cena del sabbat con amigos.
Hacia las 23H00, el joven, que regresó en septiembre de un largo viaje a Europa, dijo que quería irse a acampar. Con su amigo Aner Shapira, fue al festival de música electro Nova, en la frontera con la franja de Gaza. Su madre no lo sabía.
La mañana del 7, desafiando la prohibición del sabbat, Goldberg-Polin prendió su teléfono. Un primer mensaje de su hijo decía «te amo». El segundo: «Lo lamento». Durante 36 horas la familia pensó que estaba muerto.
«Sé fuerte, sobrevive»
Luego supieron del secuestro y de que Hersh perdió parte de su brazo izquierdo. Su amigo Aner Shapira murió como héroe al estallar una granada de Hamás, tras haber lanzado de vuelta siete, protegiendo a un grupo de personas.
Rachel Goldberg-Polin está plenamente movilizada para intentar liberar a su hijo. Habló ante la ONU y se entrevistó con el papa. La semana pasada, se reunió con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, «muy conmovido», según ella.
Cuando se dirige a su hijo en pensamiento, le dice siempre, como un leitmotiv: «Te amo, sé fuerte, sobrevive.»
En abril, fue elegida por la revista Time como una de las 100 personalidades más influyentes de 2024. Una designación simbólica, según ella, para hablar de los rehenes y «llamar la atención sobre esta crisis humanitaria mundial».
Otro drama ocurre en la Franja de Gaza, donde más de 36.200 palestinos murieron desde el 7 de octubre en los bombardeos y las operaciones militares del ejército israelí, según el ministerio de Salud del gobierno de Gaza, dirigido por Hamás.
Rachel Goldberg-Polin afirma que «desde el inicio» dijo estar «muy preocupada» por cualquier «civil inocente afectado», entre ellos «centenares de miles de inocentes en Gaza».
«No es una competencia de dolor», señala.
Para ella, la fama es «muy difícil de vivir». «En general la gente me para en la calle y se ponen a llorar», dice conmovida.
«Rezo para que llegue el día en que la gente sonría», agrega.
AFP
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