La familia real británica es un guion abierto cuyos diálogos, emociones u órdenes los rellenan los periódicos y la imaginación pública. El ejemplo máximo de este juego sobrentendido es la serie The Crown, que ha expuesto encuentros, desencuentros y presuntas conversaciones íntimas entre sus miembros sin que nadie del palacio de Buckingham se haya tomado la molestia de confirmarlas o desmentirlas.
Por El País
Cuando Carlos de Inglaterra acudió al Hospital Rey Eduardo VIII a visitar a su padre, el príncipe Felipe, el pasado 20 de marzo, algunos medios británicos se limitaron a señalar que varios testigos habían detectado en el heredero unos ojos más brillantes de lo normal a su salida. Ahora, desde la perspectiva del fallecimiento del duque de Edimburgo, los tabloides se han lanzado a descifrar el contenido de ese breve encuentro de media hora entre padre e hijo. “El duque quería a toda costa abandonar el hospital, pero convocó a su hijo para tener con él una conversación amplia, directa y sincera. Ninguno de los dos sabía a ciencia cierta si ese sería su último encuentro”, atribuye el Daily Express a una de esas innumerables fuentes palaciegas que siempre hablan desde el anonimato. El Daily Mirror se sumaba a la especulación de que el príncipe consorte había pedido a Carlos que se preparara para ser la “voz de confianza” y el asesor cercano que Isabel II iba a necesitar en el futuro.
Más allá de la fabulación, la opinión pública interpretó la declaración del príncipe de Gales, horas después de la muerte de su padre, como la expresión simbólica de que Carlos pasaba a ser ahora el patriarca de la familia. La figura masculina de mayor rango, sí, pero a la sombra de una reina que no tiene intención de renunciar a ninguno de sus deberes y obligaciones constitucionales. “Mi padre, durante los últimos 70 años, ha brindado el servicio más notable y devoto a la Reina, a mi familia y a su país”, dijo el heredero a las puertas de su residencia en Gloucestershire, horas después de que acudiera a consolar a su madre al Castillo de Windsor. Isabel II ha requerido poco consuelo. Las banderas ondean a media asta en todo el Reino Unido, y el palacio de Buckingham ha establecido un luto oficial de dos semanas, pero a los cuatro días del fallecimiento de su marido, la monarca ya estaba recibiendo en sus dependencias al conde William Peel para rendirle honores en su despedida como lord Chambelán de la casa real.
Isabel II cumplirá 95 años el próximo 21 de abril, cuatro días después del funeral oficial de su marido, el duque de Edimburgo. Atrás han quedado ya las especulaciones que en los últimos años apuntaban a que aprovecharía esta onomástica para abdicar y dar paso a su hijo Carlos. La reina seguirá en el trono, dicen a cada medio que consulta las fuentes de su entorno, y continuará recibiendo el maletín de piel roja con los asuntos de Estado, presidirá la apertura de las nuevas sesiones del Parlamento y despachará cada semana con el primer ministro. Los viajes internacionales o los actos conmemorativos de relevancia, como el recuerdo a los caídos en las dos Guerras Mundiales, se reparten ya sin embargo entre Carlos de Inglaterra y su hijo, el príncipe Guillermo.
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